Era el anuncio más esperado de las últimas semanas y lo único que cosechó fue total decepción, tanto de sus correligionarios demócratas como de los opositores republicanos. En un discurso en cadena nacional, el presidente Barack Obama confirmó esta semana que ha puesto en marcha el “comienzo del fin” de la guerra en Afganistán.
Obama reveló un plan para evacuar hasta finales de año unos 10,000 soldados que aumentarán a 33,000 para setiembre del 2012. El grueso de los 70,000 que aún quedan saldría, finalmente, para diciembre del 2014, según lo aprobado en una cumbre celebrada en el 2011 con los aliados de la OTAN.
Sus palabras no han traído tranquilidad en el ambiente político en Washington, sino que han causado decepción tanto en la oposición republicana como también entre sus propios correligionarios demócratas, al punto que algunos lo han acusado de ser un “traidor” a sus promesas de campaña.
Y es que Obama, como lo ha comprobado en estos dos últimos años que lleva en la Casa Blanca, por fin se da cuenta de lo difícil que es poder aplicar las múltiples sugerencias de cómo acabar una guerra que le dan sus ex colegas congresistas.
Durante los cuatro años que fue senador de Illinois, Obama fue un férreo crítico del presidente George W.Bush al que demandaba poner fin –y de inmediato– las invasiones en Irak y Afganistán. Hoy, ya como presidente, sabe que la cosa no es tan fácil.
Por ejemplo, concentrémonos en Afganistán. Cuando Obama asumió la Presidencia, la guerra llevaba más de siete años en un punto muerto y muchos auguraban que se convertiría en un fiasco y un atolladero como lo fue Vietnam en la década de los setenta.
En cierta forma esas voces estaban en lo correcto. Bush inició la guerra en el 2001 con varios objetivos importantes: destruir los campos de entrenamiento de Al Qaeda, capturar a Osama Bin Laden –el cerebro de los ataques del 11-S, sacar del poder a los extremistas islámicos del Talibán, y democratizar de una vez por todas una nación prácticamente primitiva.
Sin embargo, la experiencia iraquí restó atención y recursos a la aventura afgana durante varios años y la situación se volvió en un punto muerto, con las tropas aliadas controlando las grandes ciudades pero los insurgentes islámicos dominando las provincias del centro y sur, en especial, en la frontera con Pakistán, donde presumiblemente se escondía Bin Laden.
Obama dijo en la campaña que priorizaría la guerra en Afganistán en un primer momento –porque era el símbolo de la guerra contra el terrorismo– para luego retirar a las tropas y dejar a los propios afganos que controlen la seguridad de su territorio.
Ello, sin embargo, no ha pasado. Obama no solo no disminuyó el número de soldados, sino que los aumentó por recomendación de su secretario de Defensa, Robert Gates, quien quería aplicar la misma estrategia que utilizó en la pacificación de Irak.
Hasta ahora, los objetivos han sido mixtos. Desde que Obama ordenó en el 2009 el envío de 30,000 soldados, casi todos fuerzas de combate, la insurgencia ha retrocedido algunos pasos y la seguridad parece imponerse otra vez en algunas regiones del sur.
Esta situación de avance, sin embargo, parece ser muy frágil por lo que la decisión ahora de Obama de ordenar un retiro de tropas no cayó bien al propio Gates quien, según algunos medios, teme volver al punto muerto de meses atrás.
Según informó el diario The Washington Post, el líder del Pentágono le recomendó al presidente retirar este año solo entre 3,000 y 5,000 soldados, todos asesores militares y no fuerzas de combate. Obama, por cierto, dijo no.
La molestia, por supuesto, es palpable no solo entre Gates –quien fue secretario de Defensa de la era Bush– sino también en la oposición republicana. El líder de la Cámara de Representantes, John Boehner, advirtió al mandatario que no sacrificara los logros que Estados Unidos ha alcanzado en Afganistán.
Mientras tanto, el senador John McCain, rival de Obama en las elecciones presidenciales del 2008, dijo que el retiro era precipitado. “Este no es el retiro 'modesto' que yo y otros esperábamos y promovíamos”, dijo McCain en una declaración.
PENSANDO EN LA REELECCIÓN
Al cuestionarse las motivaciones que habría tenido Obama por anunciar un retiro tan apresurado estos días de Afganistán, hay quienes creen -y con justa razón- que el mandatario actuó pensando en su futuro político.
Y es que Obama ya se encuentra en campaña para la reelección el próximo año y quiere llegar a los comicios con su promesa de poner fin a la guerra cumplida aunque sea “a medias”.
Sus niveles de popularidad, que subieron tras la muerte de Bin Laden a comienzos de mayo, se han desplomado tras las últimas noticias sobre el desempeño de la economía nacional.
La Reserva Federal anunció que esta semana pondrá fin al extenso programa de incentivos y ya, sin miles de millones de dólares en el ambiente, se sabrá si la crisis económica fue superada o todo fue un “simple espejismo”. Por lo pronto, la FED dijo que los empleos tardarán un tiempo más en crearse.
Obama sabe muy bien que sin recuperación económica pierde las elecciones. A los norteamericanos no les importa tener un héroe en la Casa Blanca, ellos quieren a alguien que le garantice prosperidad y trabajo. Pasó con Bush papá, quien fue alabado por vencer a Sadam Hussein en la primera Guerra del Golfo Pérsico, pero perdió en 1991 ante Bill Clinton, quien prometió sacar al país de la recesión.
Lo de Osama fue importante pero no funciona en la estrategia electoral. En cambio, al poner fin a la guerra en Afganistán se dejan de cargar a los contribuyentes estadounidenses US$ 10,000 millones al año.
Los demócratas, que recibieron una paliza en las elecciones de medio tiempo en el 2010, están presionando a Obama para que les quite ese lastre.
Para no quedar mal ante la opinión pública que puede tacharlos de irresponsables ante un tema que toca la seguridad nacional, algunos demócratas creen que Afganistán no quedaría desamparado sino que con el tiempo Estados Unidos puede dejar algunas tropas que serían garantes de la estabilidad de la región.
El problema surge al conocer el pensamiento de los talibanes. Ellos no descansarán hasta que el último de los militares extranjeros salga de su tierra sagrada del Islam. Ya hicieron lo suyo con las tropas soviéticas y podrían hacer lo mismo con los norteamericanos.
Si ello ocurre, entonces, surgiría la pregunta: ¿de qué valió tanto esfuerzo humano y económico por más de una década de guerra si al final se pierde todo lo ganado, sea poco o mucho?
Obama tiene estos días la cabeza hecho un lío, todo por culpa de ese laberinto afgano que no acaba de comprender.