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REVISTA

EL LEGADO DE GEORGE W. BUSH

Un vistazo a la complicada relación entre EE UU y América Latina
Mucho comercio y un distanciamiento político han marcado la presidencia del saliente presidente republicano.
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EL LEGADO DE GEORGE W. BUSH

Pocos días después de asumir la presidencia de EE UU en enero del 2001, el presidente George W. Bush declaró en un español masticado que el siglo XXI sería “el siglo de las Américas” y que la región tendría un papel prioritario en su gobierno. Al sur del Río Grande las reacciones fueron unánimes: Regocijo y satisfacción ante una administración norteamericana que por fin le daría un papel respetable a Latinoamérica.

Casi ocho años después, ese regocijo ha pasado a convertirse en una profunda decepción y lo que es peor, en la mayoría de la población, se percibe una creciente ira que ha provocado la victoria de candidatos de izquierda progresistas con un marcado discurso anti estadounidense. Un hecho sin precedentes que no se dio, incluso, durante la Guerra Fría y cuando existía la Unión Soviética.

“Hay una caída evidente en la reputación de EE UU durante la presidencia de Bush”, señaló Sergio Berensztein, profesor de ciencia política en la Universidad Di Tella de Buenos Aires. “Al principio quisimos entrar a lo grande a la Casa Blanca y lo que recibimos fue un portazo en la cara”, agregó.

 

DESPLAZADOS POR EL 11-S

 

Para entender el fracaso de la política de Bush hacia nuestra región habría que mencionar dos hechos importantes que marcaron su presidencia. El primero, los ataques terroristas del 11 de setiembre en Nueva York y Washington. Fuentes cercanas a la Casa Blanca han asegurado que antes de los atentados islamistas la entonces Consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, había presentado una estrategia de acercamiento hacia Latinoamérica que abarcaba no sólo el plano económico, sino político y social.

 

El documento se ajustaba a las órdenes del Presidente y estaba siendo revisado por el Departamento de Estado, que en ese momento lideraba Colin Powell. Sin embargo, los ataques suicidas de Al Qaeda echaron por la borda los planes y obligaron a una reformulación de toda la política exterior norteamericana, que fue esbozada tras la desaparición de la URRS y que veía como mayor amenaza a la emergente China.

 

Es asís que la guerra contra el terrorismo surge en este contexto como el punto principal de la agenda Bush. Y hay quienes dicen que el 70 por ciento de sus recursos diplomáticos se dirigen hacia ese fin. En este escenario, América Latina, una vez más quedaba al final de la cola. En una versión de la archiconocida metáfora del patio de trasero del gran vecino del norte.

 

ZONAS ROJAS

 

En nuestra región las amenazas terroristas se concentraron en dos puntos: La triple frontera –Paraguay, Argentina y Brasil–, en donde los servicios de Inteligencia norteamericanos han detectado la presencia de fundamentalistas islámicos de Hezbollah y sus organizaciones de caridad. Al principio se habló de instalar una base militar estadounidense en la zona, pero las fuertes críticas hicieron desistir del proyecto y se prefirió el envío de decenas de espías de la CIA, aunque Washington no lo reconozca oficialmente.

 

La otra zona roja terrorista es Colombia, en donde predominan los grupos insurgentes de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el ELN (Ejército de Liberación Nacional). Ambas organizaciones no tienen conexiones islamistas pero sus negocios con los cárteles de las drogas representan una amenaza para EE UU, que es el principal consumidor de cocaína y marihuana en el mundo.

 

El gobierno conservador del presidente colombiano, Álvaro Uribe, es el principal aliado de la Casa Blanca en la región -incluso más que México- y se ha beneficiado por eso de los jugosos aportes del Plan Colombia. Estimaciones recientes señalan que Bogotá ha recibido desde el 2000, en que se puso en marcha la iniciativa, más de US$ 4,000 millones para combatir al narcotráfico y la guerrilla.

 

El cuantioso monto ha servido para modernizar a las Fuerzas Armadas colombianas que, gracias al entrenamiento de asesores militares del Pentágono, están poniendo en jaque a las FARC. Un dato interesante más: Colombia es, después de Israel y Egipto, el país con mayor ayuda económica y militar de EE UU, siendo un caso único en todo el hemisferio Occidental.

 

Ahora bien, dentro de esa guerra contra el terrorismo Washington también ha estado ocupado en las guerras de Iraq y Afganistán, tratando de controlar los impulsos nucleares de Corea del Norte e Irán, frenando el accionar de grupos islamistas en Paquistán, Siria y el Líbano y, por si fuera poco, impulsando unas negociaciones de paz entre palestinos e israelíes. No era de extrañarse que la Casa Blanca dejara a un lado a América Latina a la que considera como señalamos su patio trasero.

 

RESENTIDOS EN LO ECONÓMICO

 

El segundo factor que explica el fracaso de la política latinoamericana de Bush es el fin del Consenso de Washington, que surgió en la década de los ochenta y que daba recetas para el lograr el tan esperado desarrollo económico a los países pobres.  América Latina se plegó entonces fervorosamente a los consejos -o diría yo mandamientos casi religiosos- del Fondo Monetario Internacional de que el libre mercado era “la solución”  a la miseria de millones de personas. Privatizaciones a gran escala, un mínimo papel del Estado, cero regulaciones en el sistema financiero y un presupuesto balanceado, que en aras de mantener números en azules debía frenar el gasto público, fueron las bases de una economía neoliberal que apoyó EE UU en los últimos años.

 

El Perú de Alberto Fujimori y la Argentina de Carlos Menem fueron quizá los países sobresalientes de la región. Y, aunque hubo grandes progresos desde el punto de vista macroeconómico, el ciudadano de a pie latinoamericano no sintió los beneficios. Los pobres eran más pobres y los ricos eran más ricos. El proyecto neoliberal en lo que concierne a la región al sur del Río Grande mostraba sus falencias a nivel social.

 

La presidencia de Bush no entendió esta dinámica y, por el contrario, basó su política latinoamericana en la promoción de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que fue criticado por sectores radicales de izquierda como una nueva forma de imperialismo económico yanqui. El ALCA naufragó en la Cumbre de las Américas del 2005 en Argentina,  por la oposición de Hugo Chávez y Néstor Kirchner y, desde entonces, es casi imposible que resurja.

 

La Casa Blanca insiste que en tiempos de globalización el libre comercio es una herramienta indispensable para el desarrollo de los pueblos y lo más probable es que esté en lo correcto. Sin embargo, la región no olvida el papel de EE UU en la promoción de fórmulas que sólo empeoraron los índices de pobreza, o lo que es peor, que Washington mismo se negó a acatar, en nombre sin duda de la hegemonía del coloso norteamericano.

 

Un ejemplo claro son las medidas proteccionistas que aplica para defender a su agricultores en desmedro de los campesinos latinoamericanos.  Entre 1994 y 2007, las exportaciones de maíz subsidiado de EEUU a México han pasado de 2.2 millones de toneladas anuales a casi ocho millones de toneladas. Así, los precios pagados a los productores mexicanos se han desplomado un 44 por ciento, provocando que miles de campesinos en el sur del país dejen sus tierras y pasen a la fila de desempleados.

 

Bush, desde entonces, ha buscado acuerdos país por país y ha tenido un éxito relativo. Chile, Perú y el bloque de países centroamericanos ya gozan de un TLC que ha incentivado el intercambio comercial, pero aun es muy pronto para saber las consecuencias sociales de dichos acuerdos. Por lo pronto, Panamá y Colombia están a la espera de que sus tratados sean ratificados por el Congreso estadounidense, pero el dominio de los proteccionistas demócratas en la Cámara de Representantes y el Senado y la segura victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales hacen difícil su pase a ley.

 

¿HIJOS SUYOS?

 

El pobre resultado de las políticas neoliberales, que apoyó la Casa Blanca, también provocó el triunfo de candidatos antisistemas en América Latina como Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, y Daniel Ortega en Nicaragua. Ellos, que dicen proclamar el socialismo del siglo XXI, en realidad han recuperado el discurso populista de los setentas que da resultados a corto plazo para sobrevivir a la pobreza pero no la enfrenta.

 

Chávez, entonces, se ha valido del poder que le da los fuertes ingresos por el petróleo para llenar el vacío que dejó EE UU en los últimos años. El gobernante venezolano no se ha convertido todavía en el líder latinoamericano, gracias al contrapeso tradicional que ejerce Brasil o México, pero sus programas de ayuda social se han multiplicado en la región y eclipsan a los proyectos del USAID  provenientes de los EEUU.

 

Thomas Shannon, quien encabeza la mesa de América Latina en el Departamento de Estado, niega que la administración republicana haya descuidado a la región. “He examinado estadísticas que se remontan a 1982, y este gobierno está gastando más dinero que cualquier otro ha gastado en varias décadas. La cifra bordea los 15 mil millones de dólares”, insistió en una entrevista a la cadena británica BBC.

 

Empero, no hay duda alguna de que la obra de Bush en temas latinoamericanos ha sido pobre o por lo menos mal gestionada. Basta mirar un tema tan vital como la lucha contra el narcotráfico. En el último año, Washington disminuyó de 722 millones a 443 millones de dólares la Iniciativa Andina Contra las Drogas. De esta forma, Perú sufrió un recorte al caer de 58.41 millones de dólares a 36.84 millones  de dólares, pese a que funcionarios estadounidenses han reconocido el éxito en la lucha antidrogas del país andino. ¿A dónde ha ido a parar el dinero restante? ¡Al financiamiento del Plan Colombia!

 

Por último, EE UU ha permanecido alejado de dos procesos que han marcado la nueva realidad latinoamericana: El reciente proceso de integración regional y el desarrollo económico del último quinquenio. Respecto a la integración, en el 2004 se creó la Comunidad Sudamericana de Naciones (Unasur), una entidad que puede dar soluciones prácticas a la creación de estrategias nacionales para combatir la pobreza, las desigualdades sociales y el respeto a la democracia.

Mientras, en el tema económico, los países latinoamericanos han gozado de una recuperación importante y han esquivado con éxito el desastre financiero de Wall Street. “Los que nos aconsejaban en el pasado ahora están en problemas. Sí que es una ironía del destino”, declaró la presidenta chilena Michelle Bachelet. En suma, la región vive un momento de autonomía único en su historia y mira con recelo y distancia política a EE UU, que tras ocho años del presidente Bush no ha aprendido a hablar de igual a igual con la región. O peor, ni nos ha visto u oído.

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