Marcelino Talaverano, quien tiene 53 años, un buen día, hace 35 años, tomó la decisión de no comprarse más zapatos: “Fabricaré cada modelo que luciré yo y mi familia”, se dijo entonces. Hoy es un eximio zapatero… Su historia comienza en la remota Andahuaylas, lugar donde nace y disfruta sus primeros nueve años de vida.
A esa tierna edad, Marcelino puso a prueba su arrojo y decisión, aventurándose a abandonar a su familia y amigos para establecerse en la capital. Fue uno de sus tíos quien lo animó a conocer Lima y le enseñó los secretos de moldear el cuero, hacer pequeños trazos, cortar, coser, agregar pegamento, finalizar el trabajo con unos cuantos clavos, y listo: El resultado final eran unos fantásticos zapatos hechos a mano.
Al llegar a la capital no solo aprendió el arte de hacer calzados, todo un mundo estallaría frente a él, un cúmulo de experiencias se le impondrían. La primera y quizás la que Marcelino recuerda con más precisión es verse dentro de cuatro paredes, sentado sobre una especie de banca con una extraña y atípica prolongación donde los demás niños, tres o cuatro años menores que él, asentaban cuadernos y libros, objetos que él recién descubría.
La mirada de Marcelino se posaba sobre una gran pizarra verde que contrastaba con la blanca pared. Era el inicio de clases, y la primera vez que a sus nueve años iba a un colegio. Terminadas las horas de estudio, inmediatamente enrumbaba sus pasos hacia el taller de su tío, ahí trabajaba con placer, renovando sus ánimos, multiplicando sus fuerzas y dando origen a sus primeros sueños y aspiraciones. En ese taller rodeado de zapatos, clavos y tintes se propuso que sería zapatero toda su vida… tendría su propio taller.
Sin embargo, aprender no fue fácil, no faltaron los errores que se vieron disipados por la perseverancia… como tampoco el desgano que se extinguió bajo la decisión y terquedad de Marcelino. Habían transcurrido cuatro años desde su primera relación con el cuero y ahora, gracias a su tesón, podía dominarlo con maestría… aunque su inconformismo pronto lo haría migrar a otro taller.
Marcelino sentía la necesidad de aprender más, e impulsado por este deseo fue a la búsqueda de nuevos maestros. Y permaneciendo siempre con los ojos bien abiertos, el oído agudizado y la memoria presta para retener los consejos y enseñanzas, fue haciéndose. Así transcurriría el tiempo entre taller y taller, siempre rodeado de calzados y maestros.
Cumplió 18 años, época en que ese tirano llamado tiempo lo presionaba, lo arrinconaba, como exigiendo que haga las cosas con rapidez pues de lo contrario le pasaría la factura. Y aunque Marcelino para entonces conocía todos los pasos para elaborar un calzado, su sueño de tener un taller parecía esfumarse por el simple hecho de no contar con un capital inicial, ni apoyo familiar que lo avale.
Marcelino se sentía solo como un zapato perdido en el desierto, pero lamentarse no lo ayudaría. Se propuso que no importaba lo que tendría que hacer, pero debía obtener dinero para poder abrir su taller. No era capaz de imaginarse una vida alejada de sus aspiraciones: Ingresó a trabajar en una empresa fundidora y de esta manera logró su objetivo.
Solo en parte. Ya que el dinero que obtuvo trabajando le alcanzaría solo para adquirir su primera máquina, aunque de segunda mano. En lo que concierne al lugar donde ofertar su trabajo, por el momento tendría que contentarse con ser un zapatero ambulante. En las calles, Marcelino no solo vendería los calzados que hacía, también confeccionaría a pedido y repararía zapatos desahuciados.
Diez años fueron los que pasó deambulando con su material y zapatos a cuestas… pero él no se queja, muy por el contrario. Y como dice él: “Este tiempo me sirvió para conocer más a mi público, saber de sus necesidades, asimilar los nuevos modelos de los zapatos de los transeúntes… en pocas palabras me enriquecí de enseñanzas de las enseñanzas de la calle”.
Es más, durante estos años, Marcelino se compraría diversas máquinas de costura, pulido, prensa, entre otras… y con mucho esmero acumuló dinero que le permitió finalmente alquilar un local y abandonar así la calle. Desde entonces las cosas mejoraron, pues su leal clientela se encargaría de recomendarlo a otros. Así, el trabajo se intensificó: Tanto que nuestro emprendedor se vio en la obligación de contratar personal para poder satisfacer la demanda creciente.
El negocio mejoró tanto que Marcelino no solo compró la casa que había alquilado, sino también fue en búsqueda de un local adicional donde exhibir y vender sus productos… y expandir de esa manera su empresa. Pues entonces ya no solo hacia calzados a pedido o a medida, sino también para ofertar a diferentes tiendas y clientes. Los zapatos de Marcelino han llegado a diversos lugares de nuestro país, siendo de gran demanda en la sierra, debido su fuerte resistencia, que les permiten soportar el inclemente clima de estos lugares.
Nuestro emprendedor reconoce que empezar no fue fácil, y nos dice: “Tuve que superar innumerables obstáculos y adversidades que eran pan de cada día… y sobre todo, el temor que con frecuencia me invadía. Independizarme me costó sangre, sudor y lágrimas, pero el haber logrado tener mi propia empresa y hacer lo que más me gusta me da una tremenda satisfacción…”. Lo que compensa, sin duda, los malos momentos y penurias.
Hace no mucho, Marcelino tuvo que librar una batalla contra los zapatos de material sintético procedentes de China que ingresaron al mercado con un precio muy por debajo de los suyos. Luchó arduamente y el tiempo le dio la razón… mostrando que lo barato no siempre es sinónimo de calidad, saliendo al final fortalecido, pues los conocedores de sus zapatos, que son muchos, no dudaron un instante en elegirlo a él.
A todo aquel que se arriesgue a emprender un negocio, Marcelino Talaverano aconseja que deben hacer su “trabajo con bastante cariño y entusiasmo, proveyendo un producto de buena calidad para poder competir. Hay muchas personas que hacen su trabajo para sobrevivir, pero no hacen un buen trabajo. Para eso se requiere bastante esfuerzo y eso las personas muchas veces no lo hacen. Si no se esfuerzan están perdidos”.
En la actualidad, confecciona zapatos para vender en su local de San Juan de Lurigancho. También los confecciona en volumen para empresas o grandes clientes, todos en fino cuero, cuyos precios fluctúan entre los 50 y 80 nuevos soles. Usted al comprar un par de zapatos de Marcelino puede tener la seguridad de que el producto final será insuperable. Qué mejor prueba que lo que piensa Marcelino al entregárselo: “Me juego mi prestigio”.