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RESTAURANTE CHIO

El Queirolo de nuestros días
La taberna Queirolo fue célebre en la Lima de las primeras décadas del siglo XX. Del mismo modo el restaurante Chio se ha convertido en un emblemático centro de reunión de destacados políticos, artistas y personas comunes y corrientes, cuya afinidad suele ser una: engreír a su paladar con una deliciosa comida.
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RESTAURANTE CHIO

Corría el año de 1873, el Perú se convertía en el primer país latinoamericano en establecer relaciones diplomáticas con Japón. Poco tiempo después, en 1899  nuestra nación fue elegida como destino de los primeros 790 migrantes que partieron del país del sol naciente a la tierras de los incas.

 

Desde aquellos años la migración japonesa no se detuvo, siendo este, el principal motivo por el que actualmente el Perú posee, después de Brasil, la mayor comunidad Nikkei, descendientes de japoneses, en Latinoamérica. Fue así que el Perú asimiló ciertas costumbres japonesas, y los nipones hicieron lo mismo con el país que los acogía.

 

Quizás en señal de agradecimiento, Luis Miguel Oshiro Kanashiro fundó el 22 de diciembre del 1983 el restaurante Chio, regalándonos a los peruanos todo un paraíso de sabor para nuestro exigente paladar.

 

EL DIFÍCIL MUNDO DE LA COCINA PERUANA

 

Como es de suponer, un restaurante no se crea de la noche a la mañana. Luis Miguel tuvo que sortear mil y un pesares para concretar su sueño. Primero,  empeñar su honor para obtener el dinero con el que compraría aquel prometedor local, ubicado en la esquina de la Avenida Arenales.

 

Sus paisanos no dudaron en ofrecerle el préstamo para comprar el local. A este pequeño triunfo le siguió la lucha con las palabras, esa mágica combinación de consonantes y vocales, tan importante para el éxito o fracaso de toda empresa.

 

 

Los sueños de Oshiro, se transformaron en desvelos. Finalmente, después de tanto luchar con los posibles nombres del nuevo negocio, vio en su engreída Chioko, la respuesta que buscaba. Abrevió su nombre a Chio, el sonido era agradable, fácil de recordar y corto; cumplía con las leyes inmutables para la creación de una marca.

 

A pesar que se ganaban pequeñas batallas, la realidad de la Lima de los 80 era desoladora para los restaurantes, el negocio gastronómico era un mercado casi inexplorado. El boom de la cocina peruana, que actualmente conquista todo el mundo, parecía una esperanza que se desplazaba por el camino de lo etéreo en los terrenos de la indiferencia.

 

Sin embargo, Oshiro persistió, esta vez su lucha era por conseguir clientes, por posicionar su nombre, por cautivar a cada comensal que degustaba sus platos, por crear en cada cliente la necesidad de volver a ese lugar donde se cocina tan rico y te atienden tan bien.

 

Cuando tenía un año de fundado, Luis Oshiro delegó la administración del restaurante a su compatriota peruano, también descendientes de japoneses migrantes, Augusto Kiyamu Oshiro, quien lleva las riendas de Chio desde hace 24 años.

 

Augusto Kiyamu, reconoce que si bien, un cuarto de siglo no es una eternidad, tampoco es una fracción de tiempo despreciable. En 25 años se vive mucho, alternando los momentos de felicidad con los de tristeza, no estando exento a los momentos difíciles, el cual parece condensarse en un solo día.

 

Era una noche tranquila, hasta que una enorme y descomunal explosión quebró el silencio que reinaba. El Banco Popular, ubicado frente al restaurante, fue víctima de un cobarde atentado terrorista. Los cristales del restaurante se hicieron añicos, el temor inundó a los comensales, la inminente huida no se hizo esperar; todos salieron disparados, algunos sin terminar de comer, otros sin recibir su pedido o sin haberlo hecho, y la totalidad sin pagar la cuenta.

 

 

DE LA TABERNA QUEIROLO AL RESTAURANTE CHIO

 

Sin embargo, así como la desgracia se asomó a las puerta del restaurante, fueron más los momentos de regocijo y de felicidad los que inundaron el local. De esta manera, nos comenta Augusto Kiyamu, "es común ver a personas que vienen a comer día tras día, mes a mes, año tras año", como si de un acuerdo tácito se tratara entre los comensales y el restaurante que les engríe el paladar.

 

Justamente, nos narra Augusto, hace una semana volvió una antigua clienta, que radica en el extranjero. "Me dijo: ¿te acuerdas de mi? Claro respondí. Ella agregó: Te presento a mi hijo José, tiene 24 años y es médico biólogo; lo he traído para que pruebe la buena sazón". A la semana siguiente el joven galeno volvió a Chio.

 

No es de extrañar por qué Chio se ha convertido en un lugar de leyenda. Así como la taberna Queirolo de las primeras décadas del siglo XX acogía a la crema y nata de la intelectualidad del Perú, entre ellos, el gran poeta Cesar Vallejo, el agudo periodista José Carlos Mariátegui o el bohemio escritor Abraham Valdelomar, Chio se ha convertido en el destino predilecto de artistas, empresarios, políticos e intelectuales de la Lima de hoy.

 

A Chio acuden importantes políticos, desde ministros y congresistas hasta aspirantes a una humilde función pública. También es común ver a diversos artistas de la televisión disfrutando un sabroso "saltado de lomo fino a la Chio", una de las especialidades de la casa.

 

Del mismo modo, muchas veces, acuden al restaurante reinas de bellezas que  sucumben a los encantos de esa exquisita "suprema a la parissine", otra de las exquisiteces que nos ofrece  Chio.

 

 

Es sabido que el ex ministro del Interior, Luis Alva Castro, y el ex premier Jorge del Castillo, acuden con frecuencia a Chio, únicamente para saborear la consistente "sopa criolla", que es otro de los encantos que esconde este mítico restaurante.

 

Muchos son los encantos del restaurante y para descubrirlos quizás tendríamos que probar sus más de 100 platos que ofrece en sus distintos géneros como carnes, aves, pescados, mariscos, pastas y postres.

 

Sin embargo, si pretendemos descifrar su oculto secreto del éxito, Augusto no tiene reparo en revelarlo. "El secreto del éxito de un restaurante, está primero en la limpieza, tener buenos insumos, buenos cocineros, buena sazón, buena atención por parte de los mozos y azafatas, y sobre todo preocuparse porque todo sea de primera".

 

De esta manera y con el secreto revelado, no es de extrañar que en sus casi 25 años, Chio haya conquistado adeptos, y por qué no decirlo, haya formado adictos a su buena sazón, a la excelente atención, al trato familiar, a la variedad de potajes.  Atendiendo con la misma eficiencia del primer día a sus más de 300 comensales diarios que tiene en la actualidad, quienes acuden a gozar de los placeres gastronómicos que alberga este paraíso de sabores.
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