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REVISTA

40 AÑOS DEL PASO DEL HOMBRE EN LA LUNA

Mundo celebra proeza del Apolo 11
Estados Unidos ve con incertidumbre su liderazgo en la exploración espacial que es amenazado por la crisis económica y la irrupción de China.
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40 AÑOS DEL PASO DEL HOMBRE EN LA LUNA

"Aún recuerdo ese día. Tenía unos 12 años cuando vi por televisión -en blanco y negro y sin la nitidez de hoy- que unos hombres con extraños trajes, parecidos a los que salen en las películas de Hollywood, bajaban de una nave y pisaban la Luna", declara emocionado el peruano Félix Calderón.

"Para mí eran unos super héroes, una especie de dioses. El que menos quería ser astronauta y explorar el universo", agrega -con cierto aire nostálgico- Calderón, quien fue uno más de los 500 millones de personas que vio en vivo y en directo la llegada del Apolo 11 al satélite de la Tierra. Varios años después, él no llegó a ser astronauta, sino ingeniero químico, pero recuerda ese día como uno de  los más importantes de su vida.

Aquel 20 de julio de 1969, Neil Armstrong hizo historia cuando a 160,000 kilómetros de distancia y en un medio de un paraje desolador, completamente sin vida, dijo: "Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad".

Han pasado ya 40 años, y el mundo empieza a recordar los orígenes y desarrollo del programa espacial estadounidense, sus efectos en la vida del hombre, y los nuevos retos que enfrenta para el futuro. Con Marte a la vista, por supuesto.

RAZONES MILITARES

Para comenzar, habría que decir que en un inicio Estados Unidos no miró al espacio por razones puramente científicas, sino lo hizo motivado para encontrar nuevas y poderosas armas contra la Unión Soviética.

A mediados del siglo XX, la Guerra Fría estaba en su apogeo y Washington quedó estupefacto cuando en 1957 los rusos pusieron en órbita el Sputnik, el primer objeto que estaba fuera de la gravedad terrestre y que casi a 25,000 kilómetros por hora tardaba 90 minutos para dar una vuelta completa al planeta.

Los norteamericanos sintieron escalofríos y creyeron las versiones periodísticas que aseguraban que el satélite llevaba armas secretas que serían usadas por los comunistas para derrotar a sus odiados enemigos capitalistas.

El pánico fue aun mayor cuado Moscú lanzó el Sputnik II llevando a la famosa perra Laika, que demostró que se podía sobrevivir en condiciones de ingravidez. Su experiencia ayudó para poner en órbita al obrero convertido en ingeniero Yuri Gagarin, quien se convirtió en el primer cosmonauta en recorrer la órbita elíptica de la Tierra.

Para acortar distancias y salvar el orgullo nacional, el presidente estadounidense Dwight Eisenhower creó la National Aeronautics and Space Administration (NASA) que inició un agresivo y millonario programa que envió satélites y monos al espacio.

Había nacido así la famosa carrera espacial que desembocó en el programa Apolo que tenía como objetivo la exploración lunar. Según científicos de la época, el proyecto carecía de realismo y era una ?locura? de US$ 11,000 millones y en el que se reclutaron a 400,000 personas.

Se necesitó del empuje y respaldo de un soñador como John F. Kennedy, quien en un discurso en el Congreso en 1961 lanzó el reto de llegar a la Luna antes de que termine la década. "Estamos dispuestos a aceptar el desafío y tenemos el propósito de ganar", dijo.

El triunfo se dio a fines de la década de los sesenta con la misión del Apolo 11, que sorteó muchas dificultades para llegar a la Luna. Los escogidos fueron Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin "Buzz" Aldrin, quienes lograron regresar sanos y salvos de la misión.

Los astronautas han mantenido un perfil bajo a lo largo de estos años y rechazan los calificativos de héroes que algunos le dan. Casi nunca dan declaraciones a la prensa y fueron estos días, en los que se celebró el 40 aniversario de su hazaña, que aceptaron contar su experiencia.

Aldrin ha señalado que sintió magia en todo el viaje pero se ha mostrado parco al recordar el paisaje lunar. "Es un lugar tan desolado, tan completamente sin vida. Probablemente no había cambiado mucho en los últimos 100,000 años", dijo.

Según el astronauta retirado, su recuerdo más memorable de la misión fue mirar la Tierra desde el Apolo 11 y constatar su belleza y fragilidad. "Si los líderes políticos del mundo miraran el planeta desde una distancia de 100,000 millas, su visión cambiaría completamente", señaló.

TEORÍAS DE LA CONSPIRACIÓN

Hay quienes creen que esa renuencia a hablar de los astronautas no es sencillez o modestia, sino una forma de defensa que tienen para evitar responder preguntas comprometedoras que desbarate lo que ha sido calificado como la mayor farsa del siglo pasado.

Y es que el viaje no ha estado exento de críticos que califican de "timo" el programa Apolo.  Uno de ellos es Bill Kaysing, quien en 1974 publicó el libro "We never went to the Moon" ("Nosotros nunca fuimos a la Luna").

Kaysing habla de sospechosas anomalías de la misión como son la ausencia de estrellas en el cielo lunar, sombras convergentes que se aprecian en algunas fotos, el ondear de la bandera estadounidense en un ambiente "sin atmósfera", y por lo tanto, sin viento, y la falta de cráter tras el alunizaje.

Para los amantes de las teorías de la conspiración, nunca hubo un aterrizaje en la Luna sino que todo se filmó en un estudio cinematográfico secreto y a las órdenes del aclamado director Stanley Kubrick.

El creador de 2001: A Space Odyssey (2001: Una odisea en el espacio), habría recibido el encargo del entonces presidente Richard Nixon para montar el engaño. El motivo de la Casa Blanca era matar dos pájaros de un solo tiro: mostrar, por un lado, la supremacía de EE UU sobre la Unión Soviética en la carrera espacial, y por otro, subir la moral de las tropas norteamericanas que se hallaban atrapadas en la guerra de Vietnam.

Ciertas o no estas acusaciones, EE UU se alzó como el gran vencedor y amo y señor del espacio por encima de los rusos que no pudieron seguirle los pasos. Las misiones tripuladas a la Luna siguieron hasta 1972, fecha en que se dio por concluido el programa Apolo por falta de apoyo económico y político.

VALIÓ LA PENA EL ESFUERZO

En la década de los setenta, el programa espacial norteamericana languideció y la NASA emprendió programas mal enfocados. Nace así la era de los transbordadores, especie de aviones tripulados que llegan hasta los 600 kilómetros de distancia de la Tierra.

La NASA fabricó cinco de estas poderosas aeronaves que se transformaron en laboratorios gigantes y vehículos de carga que llevaban al espacio objetos pesados como el telescopio Hubble.

En 1986 el Challenger explotó a los 73 segundos de su lanzamiento y en el 2003 el Columbia se desintegró a su entrada a la atmósfera terrestre. Estas tragedias han provocado las críticas de varios legisladores y científicos estadounidenses, quienes se preguntan si valió la pena todo el dinero y esfuerzo de años.

Uno de ellos es Alan Stern, ex administrador de la NASA, quien considera que los gastos han sido excesivos y los beneficios muy pocos. "Lo del Apolo 11 fue importante para la imagen de EE UU, una victoria geopolítica trascendental. Lo demás no ha sido relevante, tecnológicamente hablando", señaló recientemente.

Otros, en cambio, recalcan los grandes beneficios para el conocimiento humano que ha dejado el programa espacial norteamericano. Ahí tenemos las sondas enviadas a otros planetas del Sistema Solar, asteroides y, en especial, la Estación Espacial Internacional (EEI).

El proyecto, considerado la mayor empresa tecnológica internacional de la historia, tuvo un costo inicial de US$ 100,000 millones, y participan países de la Agencia Espacial Europea (ESA), Canadá, Japón y Rusia.

Además, están otros "pequeños" logros que han facilitado y mejorado la calidad de vida de los seres humanos y que no existirían si no hubiera sido por las tecnologías desarrolladas por la exploración espacial.

Allí tenemos para su asombro: el horno microondas, los lentes de contacto -creados para proteger a los astronautas de la luz ultravioleta-, los alimentos deshidratados, el teflón de las sartenes y ollas -que protegía a los cohetes-, los monitores cardiacos tan comunes en los hospitales, el láser, los pañales infantiles desechables, los termómetros digitales y hasta los códigos de barra.

Por si fuera poco, también está el Sistema de Posicionamiento Global (GPS), que permite ubicar con precisión un punto en cualquier lugar del planeta con la ayuda de satélites.

Respecto  a estos últimos, su desarrollo ha sido tan importante que se han convertido en un elemento vital para pronosticar huracanes, así como medir el grado de contaminación y calentamiento global.

UN FUTURO INCERTO

Hoy la NASA se bate ante una compleja realidad. Presionada por la clase política en Washington para que muestre grandes avances, su presupuesto se ha reducido a mínimos históricos. Si en la década de los sesenta recibía el 5% del presupuesto federal, ahora ronda el 0.5%.

¿Cuánto más puede soportar a este ritmo?, es la pregunta que se hacen muchos en el Capitolio. Por lo pronto, ya se ha anunciado el fin de los vuelos de los transbordadores a fines del año 2010 y entre los próximos proyectos están el retorno a la Luna en el 2020 y la exploración de Marte.

Todo, sin embargo pende de un hilo debido a diversos factores que de concretarse pueden llevar a EE UU a perder el liderazgo en la exploración espacial.

Primero, la crisis económica que sufre el país, la peor desde el crash de 1929, hace muy difícil el desembolso de US$ 230,000 millones que costaría el retorno a la Luna. El presidente Barack Obama ha hablado de hacer sacrificios mientras dure la recesión y tiene en mente una deuda federal de 17 trillones de dólares.

Segundo, las limitaciones tecnológicas. La NASA todavía tiene que crear una nueva generación de cápsulas espaciales para volver al hombre a la Luna. Ninguno de los cohetes que tiene ahora EE UU dispone de la potencia necesaria para impulsar algo tan grande y pesado como las viejas cápsulas Apolo.

En los sesenta se necesitaban cinco años para el desarrollo de los enormes cohetes Saturn. Los cohetes desechables más poderosos que tiene la NASA son el Atlas 5 y el Delta 4, cada uno de los cuales podría levantar aproximadamente la mitad del peso necesario para una misión humana al satélite de la Tierra.

La agencia espacial estadounidense cree que podría tener listos los nuevos vehículos de exploración después del 2015, pero una vez más enfrenta el problema del dinero y el rechazo en el Congreso de algunos políticos que aseguran que la misión marciana no vale la pena.

Por último, EE UU enfrenta la dura competencia de China, que año a año aumenta su presupuesto espacial al punto que algunos expertos vaticinan que llegará a la Luna en menos de 30 años.

Resulta importante resaltar que en el gigante asiático se gradúan medio millón de ingenieros, físicos, matemáticos, cada año, frente a 60,000 en EE UU. Este Ejército de expertos ha sido el responsable del enorme desarrollo del programa espacial chino en los últimos años.

Cuarenta años después de la llegada del Apolo 11 a la Luna, EE UU parece haber perdido la iniciativa, las ganas de luchar por otro sueño en el espacio, como dijo una vez Kennedy. Esperemos que despierte de esa parsimonia y recobre la fascinación por un universo desconocido que apasiona a millones.
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