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DIÓGENES, EL REY DE GAMARRA

De "poblano" a empresario
La vida de Diógenes puede ser inspiración para una novela, pero él prefiere que sea el ejemplo para aquellos jóvenes que sienten que el Perú no es grato con ellos y por eso se enrumban a otros países. Uno de los empresarios más exitosos del país dice que la vida es dura, pero bella y "si no haces nada por tu tierra, ella no hará nada por ti."
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DIÓGENES, EL REY DE GAMARRA

La historia de Diógenes Alva, uno de los empresarios más exitosos de Gamarra está plagada de desencantos, pero narradas por él parecen anécdotas memorables de una bella existencia. La novela de su vida se inicia literalmente en el poblado de San Francisco de Yeso, en el departamento de Amazonas,  "sucursal del cielo" como suele llamarla.

 

Desde pequeño estuvo vinculado al difícil arte de conquistar, ilusionar, enamorar, satisfacer... en resumidas cuentas, el arte de vender. Su padre fue arriero y vendía sal, él lo acompañaba y aprovechaba la oportunidad para ofrecer sus productos: chirimoyas y duraznos.

 

Estudió toda su primaria en su pueblo natal donde debía caminar 10 kilómetros para llegar a su escuela. Gracias a una beca viajó a Chachapoyas a continuar sus estudios secundarios, donde le impusieron como obligación usar algo que no conocía hasta sus 12 años, zapatos. Ahí despertaría del sueño, desprendiéndose abruptamente de la "sucursal del cielo" para aterrizar en el mundo terrenal, lidiando con la envidia, el rencor y la discriminación, la cual sentía constantemente. Y todo, ¿por qué? Por ser un "poblano", es decir: oriundo de un pueblo.

 

Ahora lo comenta con una gran sonrisa entre los labios, como otorgándole a esos momentos la inmadurez e ingenuidad de los jóvenes, pero en la infancia el desprecio era un puñal constante que le clavaban día a día. Viene a su mente la negativa de sus compañeros a caminar junto a él, el rechazo de las chicas frente a sus galanterías, las afrentas de los amigos, la burla de los condiscípulos y el esquivamiento del grupo al cual deseaba pertenecer.

 

El desprecio, que en muchos hubiera significado derrota y depresión, solo lograron germinar en el joven Diógenes deseos de superación y la ilusión de progresar y demostrar a los demás que no era un simple "poblano", y que expresaría con su vida que el hombre no solo es capaz de alcanzar sus sueños, sino también de superarlos. "Yo nunca he tenido mi autoestima baja, miles de problemas he pasado, pero mi autoestima siempre ha sido alta", sentencia Diógenes, como revelando el secreto de su éxito.

 

Justo en los momentos que pensamos que las cosas nos son favorables, una piedra en el camino, un capricho del destino, nos recuerda que la vida nos mantiene en constante equilibrio entre la desdicha y el placer. Una noticia se anunció en su colegio: una persona de Amazonas habían muerto en la tragedia de 1964 en el Estadio Nacional. Desgraciadamente el fallecido era su hermano mayor, quien lo debía recibirlo en Lima a su llegada. Diógenes sintió que ya nada tenía sentido, ni siquiera lo que más lo motivaba: viajar a la capital.

 

Camino al progreso

 

Trabajó en una empresa encargada de realizar la carretera que conduce a Timborbamba: con tan solo 16 años ya burlaba la muerte, colocando dinamita, saltando a la represa y nadando a toda prisa, porque de eso dependía su vida, de escapar rápidamente a la inminente explosión. Con el dinero que obtuvo en su arriesgado trabajo se costeó el pasaje a la llamada Ciudad de los Reyes.

 

A pesar de las penurias, como una tragedia griega, el destino de Diógenes ya estaba escrito, vendría a Lima, la del cielo triste. En la capital vería frustrado su más anhelado sueño: ser policía. Sin embargo, las limitaciones económicas que lo desprendieron de las armas, lo enrumbaron por otro camino. Al no contar con el dinero para postular a la escuela de Policía buscó trabajo en el emporio comercial de Gamarra, el cual en esa época era un pequeño conjunto de negocios textiles. "Un primo me presentó a Alcibíades Torrejón, dueño de una de las primeras tiendas de Gamarra", recuerda.

 

Cuando Alcibíades le preguntó si tenía experiencia trabajando, Diógenes desdeñó toda norma moral y ensayó una pequeña mentira: dijo que había laborado en la tienda más importante de Chachapoyas: Así, consiguió su primer trabajo en la capital. "Me agarraron de cholito, pues tuve que empezar limpiando los baños de toda la tienda y hasta cargar costalillos de ropa", nos relata.

 

Un día se dio la oportunidad de mostrar sus habilidades, esas que había desarrollado desde la infancia. El dueño de la empresa lo puso en el mostrador a vender, y como si estuviera dictando cátedra de ventas, se desenvolvió con tal maestría, que dejó perplejo a Alcibíades Torrejón, a sus compañeros de trabajo, a él mismo y sobre todo a los cautivados clientes, convirtiéndose en "el vendedor estrella" y teniendo la certeza de haber descubierto lo que más le gustaba.

 

Los compromisos familiares le fueron imponiendo nuevas responsabilidades económicas, a sus 25 años ya se había casado con una hermosa cuzqueña de 16, razón por lo cual decidió independizarse. "No tenía dinero para invertir en tela, pero decía que mis jefes me  garantizaban, un día me dieron 10 mil metros de tela, vendí todo y gané en una semana lo que no había ganado en 15 años. Dije, ¿qué he hecho, por qué he perdido tanto tiempo? Después me di cuenta que esa ganancia era el fruto de la experiencia de los 15 años de trabajo", sostiene Diógenes.

 

La vida de desencantos le tenía una deuda a Diógenes, y él se la estaba cobrando, gracias a su dura labor y pericia. Actualmente es el "Rey de Gamarra" como suelen llamarlo los medios de comunicación y sus amigos. Representa así al emporio comercial más importante del país bajo el cargo de  presidente de la Coordinadora de Empresarios de Gamarra.

 

Diógenes conoce casi todo Europa, Estados Unidos, China y varios países de América Latina; dicta conferencia de su testimonio de vida en las principales universidades del país, a pesar que nunca estudió en una; vive en una de las zonas más exclusivas de la capital: La Molina. Tiene 4 hijos y una esposa que le hace recordar constantemente que la vida es bella y que todo pequeño sacrificio es la base de un gran triunfo. Pensar en Diógenes solo nos produce dos sentimientos: admiración y respeto, por alguien que logró imponer su felicidad a las peripecias de la vida.

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