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REVISTA

TRINCHERA NORTE

Puntos de vista de dos dirigentes
La muerte de la joven contadora María Paola Vargas el pasado 24 de octubre mientras iba a bordo de un bus ha puesto nuevamente en entredicho el accionar de las llamadas barras bravas. Generacción conversó con dos de los principales dirigentes de la Trinchera Norte.
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TRINCHERA NORTE

Todos creemos conocer más o menos los que sucedió en el interior de la unidad de transporte público la tarde de ese fatídico sábado. Paola Vargas había salido de su casa en Salamanca y se disponía a dirigirse a una reunión de amigos en Monterrico, cuando a los pocos minutos subió un grupo de barristas de la U.

Nadie sabe con seguridad qué pasó después. La mayoría piensa que los barristas, encendidos con licor y drogas, con los ánimos a tope a medida que se aproximaban al estadio Monumental para alentar a su equipo, atacaron a la muchacha. La insultaron, la manosearon, le arrebataron sus pertenencias y finalmente la arrojaron del vehículo en marcha.

Los barristas, por su parte, aducen que ellos no arremetieron contra Paola Vargas y que fue ella quien, al verse rodeada de un grupo de barristas con los que no estaba acostumbrada a tratar en su universidad ni en su lugar de trabajo ni en el sitio donde vivía, entró en pánico y se lanzó del bus.

El chofer y el cobrador de la couster, principales testigos de los hechos, afirman que ni siquiera vieron que Paola Vargas hubiera subido a la unidad. Los demás pasajeros, quienes también habrían sido víctimas de los exaltados hinchas, no han querido hablar.

¿Qué sucedió realmente? Solo quienes estuvieron en el interior del bus lo saben con certeza. Los demás solamente estamos en condiciones de especular.

Generacción conversó con Raúl Santos (38), líder máximo de la Trinchera Norte, y Mario Vidalón (52), segundo al mando, para tratar de aclarar este trágico asunto que costó la vida de una chica inocente. Pero, además, intentamos analizar la problemática que gira en torno a las llamadas barras bravas y la manera como su accionar repercute en la sociedad. 

LA JUSTICIA TARDA, PERO LLEGA

Cuando les pregunto si no es evidente que los barristas, quizás inflamados por el alcohol y las drogas, atacaran a Paola Vargas e intentaran tocarla, robarle y finalmente la lanzaran del bus en movimiento, Raúl toma la palabra.

“No es evidente”, sostiene. “Lo que pasa es que cuando la barra se sube a un micro entra cantando y diciendo y dale U y dale U. Entonces la gente se asusta. De repente eso fue lo que pasó, ¿no? La señorita se asustó y en su desesperación saltó del micro. No se sabe. Nadie sabe. Solo los que estuvieron en el carro saben la verdad”.

Raúl parece espontáneo cuando habla. No calcula las palabras que va a decir ni se queda mucho tiempo pensando las respuestas que va a dar. Quizás por eso sus declaraciones aparecen salpicadas de lisuras y jergas.

“Ahorita no tenemos una versión oficial”, agrega. “Nosotros, como directiva, no podemos decir nada hasta que las investigaciones terminen. Para todo el mundo ya somos culpables. Pero las investigaciones no han terminado. No se ha determinado cómo murió la señorita Paola Vargas. Nosotros no podemos decir que alguien es culpable o inocente. Tiene que haber un juicio”.

Le pregunto si ellos, como dirigentes, estarían dispuestos a entregar al culpable. Raúl se adelanta a responder. “El que se tiene que entregar es el culpable. Las responsabilidades son individuales. Si él ha cometido un delito, yo no lo he mandado. Si alguien de la barra roba, yo no lo mando, a mí no me da un sol. Si el culpable se entrega a la justicia, será una decisión personal”.

“Lo que hemos hecho nosotros es expulsar a El Aguante de la trinchera hasta que culminen las investigaciones”, añade, refiriéndose a la facción de la barra que habría sido la causante de la desgracia. “Nosotros no sabemos la verdad. La verdad la saben los que estuvieron en el bus. Pero la verdad va a saberse, tarde o temprano. La justicia tarda, pero llega”. 

Le pregunto por qué motivos se producen broncas entre distintas facciones de una misma barra. Raúl contesta. “A veces es por problemas de liderazgo, ¿no? Un poco que las pandillas nos están ganando terreno, pero estamos luchando contra eso para que la gente sepa que lo nuestro solo es ir a alentar a nuestro equipo. Nuestra guerra es esa. Alentar a la U desde la tribuna”.

Le pregunto si ganan algo en concreto por ir al estadio. “Nosotros no ganamos nada. Hasta sacamos de nuestro bolsillo cuando tenemos que ir a alentar a provincias. También hacemos labor social. Viene gente de la barra y nos dice que tiene un proyecto. ¿Cuánto cuesta? S/. 1,200. La barra le colabora con S/. 600 ó S/. 400 y el resto tiene que conseguirlo el barrista. A mí me interesa que se desarrolle, para que cuando él sea profesional o técnico instruya a los más chicos. Los jugadores no nos dan ni un sol. No necesitamos que nos den tampoco. La mayoría de gente de la barra trabaja”.

Luego pregunto si sería buena idea quitar las entradas de cortesía para los barristas. “Con la carnetización no se va a acabar la violencia”, afirma Raúl. “La violencia existe en todos los estratos sociales. Si quitan las entradas de cortesía, las barras vamos a seguir yendo al estadio. Se tiene que hacer un trabajo sostenido que dé oportunidades a los jóvenes. Ahí se va a acabar la violencia. Cuando los jóvenes tengan oportunidades”.

HABLA VIDALÓN

Vidalón tiene 52 años y, quizás debido a la edad, su manera de hablar es más pausada, aunque no por eso menos firme cuando tiene que decir lo que piensa.

“Este problema no es de ahora”, dice. “Las autoridades no han querido escuchar y ahí están los resultados. Si entre los propios congresistas y ministros se pelean, ¿qué puedes esperar de personas que no tienen formación ni educación porque el Estado no se ha preocupado por ellos? Nosotros hemos ido a las autoridades para que nos escuchen. Hemos ido a la Fiscalía de la Nación, al Ministerio del Interior, a la Presidencia de la República, del Congreso; no de ahora sino desde la época de Fujimori. Aquí te puedo presentar documentos para que veas que lo que digo es cierto”, continúa, y me entrega una serie de papeles.

“Si las autoridades no escuchan, esto va a crecer todavía más”, prosigue. “No todos somos delincuentes ni violentos. Muchos nos gritan eso, pero no se preguntan primero por qué algunos son así. Las autoridades también tienen la culpa de lo que sucede porque no hacen nada por dar oportunidades a esos muchachos. Esas autoridades que nos critican son las mismas que no nos hicieron caso cuando presentamos nuestros proyectos”.

“Yo siempre me he dedicado a la niñez y a la juventud”, asegura, mostrándome una serie de fotos de hace 20 ó 30 años, cuando tenía menos arrugas y canas, y en las que aparece rodeado de niños y madres de familia. “Yo quiero que la juventud crezca con oportunidades, con alternativas de vida. Esa es mi preocupación. Aunque suene a floro, no es floro”.

Le pregunto entonces si es gratuito el temor de la gente cuando las barras suben a los buses. Le pregunto si no es cierto que algunos de los integrantes de las barras (quizás la mayoría) roban e insultan a los transeúntes y a toda persona que se cruce por su camino rumbo al estadio.

“No todos somos así”, dice Vidalón. “Además eso no sucede solo con barristas. Cuando sube un niño a un micro a vender caramelos, ¿cómo se pone la gente? Se siente fastidiada. Cuando sube un ex presidiario, la gente siente temor. Imagínate cómo será cuando suben barristas y hablan como estamos acostumbrados a hablar porque así nos enseñaron a hablar desde niños, con jergas y lisuras. La gente se asusta”.

Le pregunto entonces qué medidas se deben tomar para detener la violencia entre las barras. “La única manera es que las autoridades escuchen”, afirma Vidalón. “Basta de esa sordera y esa ceguera por parte del Estado. Queremos que lean nuestros proyectos, que sepan que somos pensantes. Y que si hay oportunidades y alternativas, todo esto llegará a calmarse”.

“Debe haber una mejor formación para nuestros niños desde el colegio”, dice. “Educarlos con valores, con principios. Después, cuando sean más grandes, darles oportunidades de trabajo para que se ganen la vida honradamente. Eso va a contribuir a que el propio ego del joven mejore y su autoestima se incremente. Su personalidad va a mejorar. Ese es el problema, no se desarrolla su personalidad ni su ego. Se mantiene dormido”.

PALABRAS FINALES

Raúl dice que la misma Policía escuda a sus propios efectivos que cometen delitos en los estadios, y menciona el caso de cuando un grupo de efectivos robó su banderola y la vendió a la barra de Alianza Lima.

Dice que, a pesar de ello, no se puede meter a todos los policías en el mismo saco. Menciona al coronel Santiago Vizcarra Valencia, quien era uno de los policías que más sabía de pandillaje y barras bravas y a quien, sin embargo, su institución invitó al retiro.

Dice que es cierto que puede haber drogas y alcohol en las barras, pero que en todo caso lo mismo sucede en todo el país. Asegura que a sus 38 años nunca se ha drogado y que solo toma unas cervezas de vez en cuando.

Vidalón también sostiene que no bebe ni se droga. Y que, aunque la gente piensa que en las barras siempre hay drogas y alcohol, no siempre es así. Dice que si hay drogas, es en todas partes.

Recuerda, sin querer recordar realmente, que hace muchos años tuvo un problema que lo llevó tres años al penal de Lurigancho, donde fue delegado general. Asegura que era inocente, pero no quiere decir de qué cargo.

Raúl dice que todo el mundo habla, desde congresistas hasta ministros y periodistas, pero que nadie los escucha a ellos, los actores principales del problema. Envía un saludo a Mercedes Cabanillas, la única política que los ha tomado en serio.

Vidalón finaliza diciendo que él conoce la vida. Que a él nadie le va a contar mentiras ni sueños. Que espera que haya oportunidades y alternativas para los más jóvenes. Dice que él ya está viejo pero que tiene hijos y no quiere que la historia se repita.

COLOFÓN

Ante hechos repudiables y absurdos como la muerte de la joven contadora Paola Vargas, la ciudadanía responde pidiendo cárcel e incluso la pena de muerte para los culpables. Indudablemente, hay que castigar a los responsables. Sin embargo, al mismo tiempo debemos hacernos una pregunta como sociedad.

¿Qué alternativas se ofrece a los jóvenes de entre 16 y 20 años que no tienen oportunidad de ingresar a una universidad y graduarse como profesionales para que en un futuro cercano consigan un trabajo honrado pero también digno que les procure el sustento diario y posibilidades de desarrollo personal?

Es claro que los jóvenes que conforman las llamadas barras bravas no se sienten bien consigo mismos. Es claro que algo no funciona bien en sus cabezas. Se ha hablado bastante de la frustración y de la falta de perspectivas que los conducen a las drogas, el alcohol y la violencia sin sentido como una manera de escapar de una realidad que no les golpea en cada esquina.

Quizás haya en Lima demasiados jóvenes sin futuro, sin intereses particulares, sin planes, sin nada más que la patota. Quizás algunos de ellos aguardan los domingos por la tarde con una emoción y una ilusión que jamás sintieron. Quizás los domingos por la tarde encuentran las fuerzas y las ganas que no tienen los demás días para dar un impulso a sus vidas monótonas y sin sentido.

¿Qué futuro a corto plazo les espera a estos muchachos? La droga, el alcohol, la esquina. Arrebatar carteras a ancianas. Arrojar piedras a edificios y casas de personas con las que no sienten ninguna cercanía y que los ven con desprecio y temor. La cárcel.

¿Después? ¿Cuando la juventud se haya ido y arrojar piedras y arrebatar carteras ya no proporcione esa emoción que alguna vez sintieron? ¿Cuando la barriga abultada les impida correr de la policía y tengan que dejar la posta a sus hijos?

¿Qué les espera? Contar sus aventuras de juventud con una sonrisa. Y quizás, frente al espejo, en algunos años, observar sus arrugas, sus ojos cansados, y experimentar la triste certeza de que pudieron hacer algo mejor con sus vidas. Pero no. No habrá otra oportunidad. La calle nunca te da otra oportunidad.

Hagamos un minuto de silencio por Paola Vargas. Lamentémonos de que una vida joven y promisoria se haya visto truncada de esa manera. Ofrezcamos nuestras condolencias a los padres. Recordémosla con cariño. Castiguemos a quienes resulten culpables. Indignémonos.

Pero, una vez pasada la indignación, preguntémonos qué será de esas otras vidas jóvenes que no tienen nada y que mueren todos los días ante nuestros ojos, sin que nos volvamos siquiera a mirar. Preguntémonos hasta qué punto somos culpables de aquello que tanto nos enfurece.

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