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Miércoles 24 de abril 2024   |   Contáctenos
REVISTA

FACTORÍA GAMARRA

Y su "Cholo automático"
A fuerza de empeño y decisión, Luis Gamarra Casas y familia demostraron que la mecánica es un negocio redondo cuando se aprende a observar y escuchar a los grandes maestros, pero sobre todo, a obedecer lo que dicta el corazón en el momento oportuno.
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FACTORÍA GAMARRA

Don Juan Gamarra Durand trabajaba en un grifo y todos los días veía como los autos entraban a una mecánica del centro de Lima en la avenida Guzmán Blanco. Convencido, apostó por invertir en su propia factoría y los carros automáticos con timones hidráulicos empezaron a desfilar puntuales allá en los finales de los años setenta.

Entonces el taller empezó a quedar chico y una mañana la familia Gamarra decidió mudarse a Miraflores e instalar la conocida Factoría Gamarra que  este año cumplió 51 años de trayectoria empresarial.

Allá por los años ochenta, Luis Alberto, el tercero de la familia Gamarra Casas, terminaba la secundaria en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe. Miraba dudoso cómo los mecánicos disfrutaban su trabajo. Los veía llenos de grasa y líquidos negros, bromeándose y siempre dispuestos a celebrar los fines de semana.

“Papá siempre me inculcó ser mecánico pero a mí se me había metido la idea de ser un policía de investigaciones”, dice Lucho Gamarra, un tanto apenado cuando recuerda que su padre le decía que con esa carrera probablemente terminaría muerto y mal pagado.

Cuando salió del colegio con el único diploma que tuvo en su vida – el de la promoción del quinto año de secundaria- decidió seguir el oficio de papá e inmediatamente se matriculó en un instituto técnico. Estudió solo dos meses y su angustia le decía que era mejor meter la mano de frente a los motores. Ya era suficiente con la teoría.

A los 19 años llegó su primer paciente: un Toyota automático blanco. Recordó sus clases de mecánica y los ajustes de los maestros del taller. Todo estaba bien, sonreía el “Cholo” Gamarra como le dicen sus amigos. “Arreglaba una bomba hidráulica. Empecé a acelerar rápido y de pronto algo sonó en el interior. Me asusté. Esa tarde salí del taller muy preocupado. No quería llegar a mi casa”.

“Al día siguiente mi papá me dijo que había fundido el motor”. Esa noche quiso llorar pero inmediatamente escuchó que le decían: “Anda sigue trabajando, son gajes del oficio. Echando a perder se aprende”. Era la voz sabia de don Juan que no tenía otra que pagar la reparación total por el error de su impetuoso hijo.

Así entre fierros, herramientas y grasa se hizo mecánico y recién a los 22 años sintió que los autos salían renovados por su talento. Llaves en mano, corría de un lado para otro. Seguro, como doctor de vehículos, hacía los diagnósticos precisos, y además, los billetes empezaron a llenar de alegría su futuro. Entonces nació Luchito, su primogénito y esta vez ya estaba convencido de que había nacido para reparar cajas automáticas y timones hidráulicos para toda su vida. “Mi hijo fue mi primer aliciente”, rememora.

Maestros de taller

“He aprendido mucho y si no fuera por los maestros del taller no sabría nada. Yo aprendí con la práctica diaria”, narra Lucho señalando a George Macapa, Elías Marcas, Timoteo Jurado y Elías Nicolás, “los cuatro reyes de la caja automática y los timones hidráulicos”.

Y piensa en su padre y maestro, y los primeros días cuando vivían en la populosa Caudevilla del Cono Norte, cuando la casa empezaba a oler a gasolina; piensa en Emilia Casas, su mamá, que lo alentó desde siempre porque estaba segura que su niño no había nacido para ser ingeniero ni abogado.

Antes, como todo joven vanidoso, le fastidiaba andar sucio y engrasado porque ya las chicas lo miraban; ahora, siente que escogió el camino correcto porque una vez le dieron la confianza para dirigir la gerencia general del taller.

“Hace tres años asumí este compromiso y tengo el orgullo de no haber defraudado a la familia, a mis padres, a mis hermanos. Sin duda, Factoría Gamarra sigue siendo líder en este sector”, expresa un tanto emocionado mirando a Juan, su hermano querido que también pone el “punche” en el trabajo. Es que las manos faltan pues por semana llegan desde 15 a 30 autos y los maestros no se dan abasto, por eso siempre hay jóvenes mecánicos listos para la acción supervisados por los “cuatro reyes”.

“La chamba aquí es chévere y no veo un día donde falte el humor del tío Macapa o el “hígado terrible” del maestro Timoteo Jurado”, dice mientras un Nissan azul entra con evidencias de que algo falla en la dirección.

Suena el teléfono y arriba en la pared de la oficina una foto se impone en las pupilas con la familia de Lucho “Cholo” Gamarra, con Gisela, la esposa, Luchito -universitario, y futuro ingeniero automotriz- el pequeño Adrián y la hermosa Briana de dos añitos.

La mejor llave

“Ser mecánico es muy rentable pero hay que capacitarse. Ahora los carros modernos son más complejos y vienen con nueva tecnología”, recomienda y de paso concluye que las cajas más complicadas son las del Citroen y el Peugeot.

Su vasta experiencia le dice que hay ciertos mitos que funcionan en relación a los clientes. No se explica cómo pero siempre sucede que los más comprensivos y buena onda vienen, se detecta el problema y al toque sale la solución. No pasa lo mismo cuando siempre están reclamando y buscando la mínima falla de operación en el mecánico pues el trabajo se complica y demora un poco, pero al final el dueño sale feliz. Cosas de la chamba.

“Agradezco a mi viejo que me incentivó esta profesión. Él siempre puso como lema la honestidad y el buen trato al cliente. Eso siempre lo tengo presente y es la regla del taller”, afirma justo cuando Jorge, su otro hermano, quien tiene su propio taller lo invita gentilmente para conversar sobre la familia.

Son las cinco de la tarde. Algunos mecánicos se duchan, otros siguen bajo los carros. Al fondo se escucha una salsa de la Sonora Ponceña. Factoría Gamarra cierra sus puertas de fierro. Los perros vigilantes se desperezan y Luis Gamarra Casas se dirige a su hogar, pensando que nunca hubiera sido feliz con el uniforme verde de rigor y una pistola en la cintura.

El dedo gordo y la zanja

Fue hace unos nueve años. Darío era un mecánico disciplinado. Había arreglado una caja y se perfilaba a colocarla cuando se le escabulló de las manos y cayó directo a su pie izquierdo. Sintió un enorme dolor pero alejó a todos.

Quería seguir cumpliendo su labor. En eso lo alertaron pues de su zapato brotaba sangre con descontrol. Apurados los otros mecánicos lo echaron y le quitaron raudamente el calzado. Cuando Darío miró su pie el dedo gordo a las justas se sostenía de un hilo de carne blanca. Se desmayó y por más que los doctores se esforzaron nunca pudo volver a tener los cinco dedos como los demás. Ahora tiene su propio taller.

En otra ocasión, Lucho Gamarra ordenó a un joven a que llevara a la zanja a un auto del año para chequear la caja. El muchacho obedeció tan fielmente que metió al carrito verde hasta el fondo y tuvieron que traer una  grúa muy tarde por la noche porque la mañana siguiente el cliente recogería su auto muy temprano. Fiel a las enseñanzas, el Cholo Gamarra calmó a su nervioso trabajador: “Tranquilo, son gajes del oficio”.

OTRO DATO

Factoria Gamarra S.R.L

ESPECIALISTAS EN CAJAS AUTOMATICAS Y DIRECCION HIDRAULICA
Hipólito Unanue 234 Miraflores
Teléfono 4413731 - 4413549

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1 comentarios      
Aqui Dani85 tu peor pesadilla! Muere terrorista disfrazado de escritor
09 de febrero 2011
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