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REVISTA

MESÍAS DEL ARTE PERUANO

Jesús Urbano
Presentamos a uno de los más grandes artistas maestros que ostenta el Perú, quien interpreta la realidad con una lucidez que jamás dejará de sorprendernos, de florido lenguaje estético, de gran sapiencia en el manejo de las formas y colores...
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MESÍAS DEL ARTE PERUANO

¿Quien se cree lo suficientemente valiente y decidido como para abandonar el hogar paterno a la edad de 12 años? Jesús Urbano, nacido en Ayacucho en 1925, no dudó en dejar a su padre quien mucho lo golpeaba, y a su madre que nada podía hacer contra su exacerbado esposo. No huyó por cobarde, escapó por valiente, porque el instinto de supervivencia nos advierte que de continuar en situaciones riesgosas nos extinguimos.

 

Trabajó como arriero muchos años de su vida. "Siempre trabajaba como peón", rememora. Lo que para muchos significaría una degradación, Jesús lo tomaba, como etapas momentáneas, situaciones que se volatizarían. Y lo principal, experiencias que enseñan y que deben fijarse en la memoria. "Yo grababa todas las cosas en mi cabeza", dice sonriente.

 

¿Qué hace ese señor, para salir en todos los periódicos, para que todos los visiten?, se preguntaba un joven Jesús, al conocer al renombrado artista Joaquín López Antay, uno de los más grandes artistas tradicionales del Perú, personaje al que todos visitaban para contemplar, entre otras obras, sus famosos retablos ayacuchanos.

 

Desde ese instante, Jesús tuvo como única meta en la vida, ser el más grande retablista de Ayacucho. No tuvo mejor idea que aprender del mejor, Joaquín López Antay. Se ofreció a trabajar para él, con la única condición que le enseñara el arte de hacer retablos, que lo convirtiera en su discípulo, que compartiera con él sus más íntimos secretos.

 

Sin embargo, a quien Urbano consideraba un maestro, un guía, un ejemplo a seguir, se mostraba celoso de sus conocimientos e inventaba mil y un artilugios para prolongar el día en que lo adiestraría en los secretos de su arte. Todo un desafío para quien emulaba silenciosamente a su maestro. Pues… Cuando Jesús, le decía que le enseñara a hacer retablos, Joaquín respondía, "enderézame esos clavos, y me indicaba un montón de clavos doblados". Un día le dijo a Jesús: "¿quieres aprender?". Ni corto ni perezoso asintió con la cabeza, sin poder evitar una enorme alegría. El retablista le dijo: "está bien, lava la mesa de trabajo y junta todo el agua, pero no botes nada".

 

Una vez concluida la tarea encomendada, Joaquín le dijo, "o te tomas toda esa agua o te vas para siempre". Jesús a pesar de pronunciar mentalmente "ahora sí me voy a morir", complació a su maestro. Este, al ver la constancia y docilidad de su alumno, solo atinó a sonreír y le dijo, "te has tomado el arte de mis antepasados, ahora ese arte está en tu sangre". Sin embargo, los secretos seguían ocultos en la mente  y manos del maestro.

 

Una y otra vez, Jesús hubo de soportar el fuerte carácter de Joaquín, quien lo trataba severamente cuando creía que la situación lo ameritaba. El maestro, por imperativos de la vida, había encontrado en el alcohol un estimulante a su creatividad y siempre enviaba a su discípulo a comprar la bebida de su inspiración. Jesús asentía.

 

Un día, interrumpiendo su trabajo, decidió ir a conseguir él mismo su licor, salió de su secreto taller, donde Jesús a pesar de tener años laborando jamás había ingresado, y se enrumbó camino a la licorería más cercana. El joven Urbano, se precipitó con valentía y decisión hacia el misterioso recinto. Ahí descubrió el material con el que se hacían los retablos: papas sancochadas, trituradas y mezcladas con yeso, pomos de pinturas y pedazos de madera. El secreto había sido develado, ya nada le impediría a Jesús convertirse en el Mesías del arte peruano. 

Ocho años habían transcurrido desde que Jesús empezó a trabajar junto a Joaquín López Antay. El maestro poco había enseñado al alumno. Jesús, decidió que ya era tiempo suficiente para abandonar el nido y dedicarse a elaborar el retablo de sus sueños. El camino que debía emprender estaba frente a él.

 

Aunque parezca anecdótico, en los andes se repetiría el incidente que siglos atrás sufriera el gran artista italiano Sandro Boticelli, quien al ver que su discípulo Leonardo Da Vinci, pintaba mejor que él, decidió tirar el pincel y no pintar nunca más. Lo mismo sucedió con Joaquín López Antay, con la cabeza agachada se retiró de la Exposición Ferial de Artes Populares de Ayacucho y decidió nunca más presentarse. El primer puesto se lo había ganado un joven artista desconocido, Jesús Urbano.

 

Jesús, no solo había derrotado al dios de los retablos, había  vencido a toda una tradición, creando una nueva corriente artística. Fue el primero en realizar retablos costumbristas de enorme contenido social, plasmando en sus obras su visión personal de las costumbres y creencias de su natal Ayacucho y de la serranía peruana.

 

Sus retablos ricos en contenidos simbólicos,  transportan a hechos, lugares y situaciones a quien los contemple. "Mis trabajos son creaciones inspiradas en mi vida. En mi juventud fui arriero, andaba detrás de las mulas, con poncho, huaraca y ojotas; sentía el golpe del viento y la escarcha. Así aprendí a hacer los retablos costumbristas, que son y han sido muy cotizados en el Perú y el mundo. Yo no trabajo para galerías, sino para personas entendidas que vienen hasta mi taller, porque valoran mucho mi artesanía", refiere.

 

Actualmente, sus retablos son codiciadas obras de arte en todo el mundo, son vendidos en Europa, Estados Unidos y cuanta patria aprecie las grandes obras. Recibe constantemente visita de extranjeros que desean conocer al Da Vinci de los andes. La prensa nacional como internacional realiza reportajes  sobre su arte y es amigo de prestigiosos historiadores y antropólogos. Sin lugar a dudas, decir que Jesús Urbano es el mejor retablista del Perú, es minimizar su grandeza. Gracias maestro por regalarnos tan bello arte.

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