Y Piñera lo hizo. El magnate dueño de la aerolínea LAN y el canal privado Chilevisión ganó el pasado 17 de enero la segunda vuelta electoral al oficialista Eduardo Frei y se convertirá en el nuevo presidente de Chile a partir del próximo 11 de marzo.
Su victoria –que ya la habíamos predicho- tiene connotaciones históricas. No solo porque pone fin a 20 años de gobierno de la centro-izquierdista Concertación de Partidos, sino porque devuelve La Moneda a la derecha, que no había ganado una elección democráticamente desde 1958.
En esa ocasión el voto popular eligió a Jorge Alesandri, un demócrata cabal pero de triste recuerdo entre las masas y la dirigencia política. Fue en 1973 que la derecha recuperó, a punta de rifles y descargas de misiles, el control del poder con Augusto Pinochet a la cabeza. El régimen militar conservador habría de durar 17 años.
Fuera del contexto interno, que ya de por sí está remecido ante el cambio, el triunfo de Piñera y su futura política exterior traerá consecuencias interesantes dentro de la realidad latinoamericana y sacudirá los equilibrios ideológicos en la región. Veamos por qué.
¿UNA NUEVA OLA?
Durante la última década (2000-2010) se habló mucho de un viraje de América Latina, y en especial, de Sudamérica, hacia la izquierda. Ahí teníamos los triunfos de Chávez, en Venezuela; Lula, en Brasil; Correa, en Ecuador; Morales, en Bolivia; los Kirchner, en Argentina; Vázquez, en Uruguay; Lugo, en Paraguay; Ortega, en Nicaragua; y Mauricio Funes, en El Salvador.
Las políticas neoliberales de la década de los noventa –privatización y políticas fiscales responsables– no habían logrado frenar el aumento de la pobreza, el hambre y la desigualdad, por lo que las masas eligieron a políticos progresistas y populistas con discursos reivindicativos.
Sin embargo, una década después la región no ha despegado del todo y los niveles de subdesarrollo siguen dando lástima por lo que la población ha vuelto a depositar su confianza en políticos conservadores.
Hasta hace unos meses, los analistas no se atrevían a hablar de un regreso de la derecha en Latinoamérica, pese a las victorias de Martinelli en Panamá, y Lobo en Honduras.
Sin embargo, el triunfo de Piñera ha confirmado una tendencia en la región, que se acentuaría si, como dicen las encuestas, gana en octubre las elecciones presidenciales de Brasil el conservador José Serra, o se reelige por segunda vez o manda a un delfín en mayo, el presidente colombiano Álvaro Uribe.
Es más, en Perú y Argentina, los candidatos opositores de tendencia conservadora se perfilan como favoritos para ganar las presidenciales del 2011 en una ola gigante imposible de vencer.
TAREA APRENDIDA O MÁS DE LO MISMO
Ahora, si hablamos de un renacer conservador en la región, ¿de qué clase de derecha estamos hablando?, ¿sería más de lo mismo, solo privatización y liberalización económica?
La respuesta ideal sería que la derecha aprendió de los errores del pasado y de la actual crisis económica mundial que enseñó que el mercado no lo resuelve todo y el Estado debe regular en determinadas situaciones.
Pero, como dice Álvaro Vargas Llosa, todavía es muy pronto para ver resultados finales y “no hay ninguna garantía de que el cambio de tendencia de pie a unas reformas de fuste”, pues los socialdemócratas, como los centroderechistas de América Latina “tienden a perderse en la placidez aparente de la situación actual”.
Piñera ha dicho que tomó nota de la crisis mundial y que espera poner en práctica un capitalismo “más humano”, pero que no deje de ser abierto y competitivo.
Si tiene éxito, se perfeccionaría el tan famoso “modelo chileno” que causa halagos a nivel internacional, pero que provoca el desdén de la izquierda progresista.
GOLPE AL CHAVISMO
Fuera del tema económico, la llegada de Piñera a La Moneda representa un duro golpe a la extensa influencia de Hugo Chávez en la región.
El nuevo mandatario es conocido por su rechazo a la revolución bolivariana y en reiteradas ocasiones ha señalado que el régimen chavista “no es una democracia”.
“Yo tengo muchas diferencias con la forma en que se están manejando los temas públicos en Venezuela y quiero decirlo con mucha claridad. Las diferencias son profundas y tienen que ver con la forma en que se concibe y se practica la democracia y el modelo de desarrollo económico”, dijo Piñera a los corresponsales extranjeros.
Fuentes cercanas al mandatario electo han dicho que, a diferencia de Michelle Bachelet, a Piñera no le interesa quedar bien o ser querido por Chávez y sus amigos. “Llevará la fiesta en paz, siempre y cuando no se metan con Chile. No vamos a permitir infiltraciones ni influencias”, declaró el diputado derechista Iván Moreira.
Bajo el gobierno de Bachelet –una socialista moderna, pero socialista al fin y al cabo–, Santiago mantuvo una política discreta y de nula confrontación con el régimen bolivariano, lo que le dio confianza a Chávez de decir o hacer lo que le da la gana en el sur del continente.
Piñera no quiere de cerca a Chávez y ello le obligará a un reacomodo de las alianzas de Chile, desde una base ideológica primero y luego desde una perspectiva comercial. El país más importante sería Colombia por el que siente una “especial cercanía”. Ya en el 2008, Piñera visitó al presidente Álvaro Uribe y le pidió consejos para gobernar.
Esta alianza daría un respiro a Uribe, quien contaría con un nuevo amigo y apoyo –por lo menos moral– en los organismos internacionales como la ONU, la OEA o la Unasur para defender proyectos controversiales como el acuerdo de Colombia y Estados Unidos para el uso de bases militares.
Otros aliados potenciales de Chile son México y Panamá con los que se reforzará la cooperación e integración política y económica.
El panorama se presenta alentador también para Estados Unidos que bajo el gobierno de Bachelet mantuvo estrechas relaciones comerciales pero una marcada autonomía política.
Piñera y los sectores conservadores alrededor de él tienen buenos amigos en Washington que estarán gustosos de ver a un Chile más cercano a los intereses de la Casa Blanca –como en la época de Pinochet– y al que se le pueden vender grandes cantidades de armamento y con la mejor tecnología (una noticia preocupante para el Perú).
ADIÓS AL MAR
El ascenso de Piñera también implicará un bloqueo al deseo de Bolivia de obtener una salida soberana al océano Pacífico por territorio chileno.
“No cederemos parte de nuestro territorio, ni mar”, prometió el empresario en muchas ocasiones durante la campaña electoral. “Vamos a facilitar el acceso de Bolivia a nuestros puertos, pero no vamos a ceder soberanía”, agregó Piñera, quien dejaría atrás el acercamiento que había logrado La Paz y Santiago en los últimos años.
Durante el gobierno de Bachelet, las autoridades chilenas habían aceptado por primera vez tratar el tema marítimo boliviano y ponerlo en una agenda bilateral de 13 puntos.
Aunque nunca se dijo oficialmente, hubo informes de que esa salida pudo haber sido por Arica, antiguo territorio peruano, y que ocasionó roces entre Lima y La Paz.
Paradójicamente, aunque Chile y Bolivia no tienen relaciones diplomáticas desde 1978, los proyectos de integración política, energética y hasta militar, avanzaron en los últimos cuatro años a niveles nunca antes visto, en desmedro de las históricas relaciones entre bolivianos y peruanos.
Hay quienes dicen que la política exterior de Chile no es ideológica y que el país se preocupa más por desarrollar una “diplomacia comercial”, lo que lo ha llevado a firmar más de 50 acuerdos comerciales en el mundo.
Puede que sea cierto, pero en el caso boliviano es distinto. Lo ideológico era lo único que unía a Santiago y a La Paz, en mayor o menor medida. Con ese factor fuera de juego hoy, las relaciones solo comerciales se hacen casi imposibles.
El único interés de Chile en Bolivia es contar con su gas para abastecer a su industria en el norte del país, pero el gobierno de Evo Morales no dará su brazo a torcer sin ver cristalizado el sueño de una salida al mar.
Sin ceder Bolivia y sin ceder Chile, las relaciones bilaterales volverán a la frialdad de antaño, en donde los gestos presidenciales fueron la excepción y no la regla general.
LA DIFÍCIL VECINDAD CON PERÚ
En materia de política exterior, quizá el más grande reto que tenga que afrontar el nuevo gobierno de Piñera sea la complicada relación con el Perú, que se caracteriza por una marcada desconfianza mutua y recelos.
Al nuevo gobernante le toca enfrentar el proceso del diferendo marítimo con Perú que se ve en la Corte Internacional de Justicia de La Haya y la posible ejecución del fallo final.
Sea que Chile gane o pierda en la Corte, Piñera tendrá que hilar fino para evitar un conflicto con el Perú, en donde hay miles de millones de dólares de inversión chilena. Él mismo es el principal accionista de la aerolínea LAN, que controla el tráfico aerocomercial del país andino.
Piñera ha dicho que venderá su participación antes de tomar posesión del cargo, y se espera que lo haga en los próximos días si no quiere enfrentar su primera gran crisis geopolítica regional.
El electo presidente resalta que Perú y Chile comparten una “fecunda y ambiciosa agenda común”, pero es consciente que la relación bilateral no avanzará hasta no poner fin a las deudas históricas del pasado.
La Corte ayudaría en ese aspecto, pero mientras tanto hay que avanzar en lo que se pueda. Piñera sabe que una buena forma es hacer negocios, un campo en el que él es un experto.
Después de todo, ¿para qué perder energías peleando cuando los beneficios de una cooperación política y económica hacen felices a tantos?
Claro, menos a uno. Allá en la lejana Caracas, donde se escuchan los gritos de frustración de un aprendiz de dictador.