Su gran poder, acrecentado por la revolución tecnológica sostenida, debería tener como correlato lógico la mayor importancia de la autorregulación que les permita separar la paja del trigo, en esa precaria línea entre la información responsable y el amarillismo morboso.
Cada vez más esta línea es cruzada por intereses crematísticos o políticos sin preocuparse si con ello interfieren con la justicia, con el derecho a la información o con el ejercicio responsable de la libertad de prensa.
Tomás Eloy Martínez, el gran periodista argentino que falleció, entrevistado por Juan Cruz para el diario español El País, expresó su preocupación por la ligereza que deriva en acusación. “El anonimato encubre una cierta infamia, encubre a veces sentimientos deleznables. Esto no es el periodismo, es una perversión del periodismo, pero es algo para lo cual el periodismo es un vehículo en este momento”. (El País 08/02/2009)
El periodismo amarillo aliado a los recursos técnicos que multiplican su fuerza puede causar mucho daño moral. “Todos los días vemos este tipo de periodismo que se manifiesta en forma de acusación. Escribí una columna sobre la carnicería que se hizo con Ingrid Betancourt y con Clara Rojas cuando fueron liberadas por las FARC. Periodistas muy serios, con una larga trayectoria, añadieron leña al fuego de los chismes sobre la intimidad de las ex rehenes”.
Y en el Perú tenemos cotidianamente casos muy graves de injusticia y ensañamiento mediático. Uno de los más clamorosos afectó el 2008 a la fiscal de la Nación, Adelaida Bolívar, en los últimos meses de su gestión y de su vida.
La acusaron en primeras páginas hasta su fallecimiento, sin pruebas ni fallo del Poder Judicial, el que finalmente la exculpó de una supuesta relación con el narcotráfico, sin que esa sentencia que la resarcía fuera expuesta en la misma proporción que los agravios difamatorios.
¿PUEDEN ESTABLECERSE LÍMITES?
Eloy Martínez creía en la responsabilidad básica de los editores con un cuidado ético muy severo. “El lector no se debe sentir confundido: la ficción es ficción y el periodismo es periodismo, porque corres el riesgo de pervertir ambos géneros”.
El periodismo es un servicio al lector que comienza por presentar la realidad con la mayor honestidad posible. Ello no sucede cuando la calidad se subordina a factores políticos, intereses de grupo o venganzas personales. Recordaba Eloy Martínez la dictadura en Brasil cuya censura oficial prohibía ciertas noticias y los periódicos salían con espacios en blanco. En Argentina la complicidad fue una exigencia para el periodismo.
“Los periodistas chilenos han pedido disculpas por su obediencia a la dictadura de Pinochet. Los periodistas de mi país no han pedido disculpas. Muchos de ellos se enorgullecen de lo que hicieron: creen que hicieron lo correcto y estaban de acuerdo con lo que se hacía”.
Y en el Perú no solo no ha habido disculpas por la complicidad con el fujimontesinismo sino que hay impostura. Los que se vendieron o hipotecaron hoy fungen de impecables demócratas o aprovechan de sus puestos en los medios para organizar liquidaciones personales a quienes defendieron la democracia y nunca negociaron con la corrupción.
¿Hay abuso de poder en algunos medios? Muchos responderían positivamente a la interrogante. Y es que los juicios mediáticos son casi siempre injustos, sin presunción de inocencia ni compromiso por el contraste de la información ni por la correcta investigación.
Es más, el medio siempre tiene la sartén por el mango, la última palabra, la posibilidad de distorsión o el ataque unilateral. ¿Así se construye democracia? ¿Quienes abusan de este poder-servicio tienen autoridad para moralizar?
La opción aceptable es la autorregulación con instituciones como el Defensor del Lector y el Código de Ética en cada medio de comunicación, prensa, radio, televisión o Internet. Y con pleno respeto a la libertad de prensa y al derecho a la información.