CERCANÍAS SOCIALES
Hasta existen problemas que así nomás no tendrían espacio para repetirse en un país como el Perú. La economía más grande se ve opacada por una sociedad que todavía dista mucho del progreso y desarrollo nacional.
“Aquí deberían haber llegado los españoles para que reclamemos como ustedes porque aquí son indiferentes a los problemas sociales” me dice Gabriel, un brasilero de Río Grande Sur.
Se incomoda por las anomalías de la ciudad, lamenta la desidia de sus compatriotas y cree que nosotros al igual que los bolivianos, venezolanos o chilenos somos así por la herencia española.
Brevemente le aclaro la historia. Conversamos en su pequeño local delivery de comida japonesa en pleno centro de la ciudad. Después me pide que le enseñe a preparar Cebiche y yo acepto con la condición de que jamás me vuelva a confundir con un chileno o argentino.
Sucede que la gente está más interesada en ver novelas o en los resultados del Inter o Gremio antes que en las prostitutas embarazadas con cinco meses que se trabajan frente al Terminal de Buses de Passo Fundo que es la puerta de bienvenida de todos los turistas del sur que pasan por aquí.
No solo eso, fui testigo de una pequeña protesta que le pedía a los policías sanciones drásticas a los conductores ebrios: vi tres accidentes en cerca de 20 días y uno con consecuencias graves. Algo más, es curioso certificar que a pesar de lo costoso de las pruebas para sacar licencia de conducir el gaúcho passofundense no sabe manejar. Ni hombres ni mujeres demuestran destreza en las pistas, más bien provocan irritación. Aún así jamás tocan la bocina y siempre están dispuestos a otorgarles el paso a los peatones.
Desde cualquier país en vías de desarrollo uno se puede quedar con la idea de que Brasil es un país que está más cerca del progreso social. A pesar del enorme desarrollo económico en base a sus industrias hay brechas sociales que marcan claramente el límite de la pobreza con las clases medias y ricas de este país tropical.
SUDOR COTIDIANO
A nivel laboral, se respira un ambiente propicio para el trabajo en fábricas y oficinas a pesar de los 38 ó 40 grados de temperatura. La gente siempre toma café, sea en la mañana o a pleno sol quemador. Hay obreros que llegan hasta en bicicletas.
Es cierto que no hay una mendicidad descontrolada y voraz pero la vida en una provincia dista mucho de lo que me cuentan pasa en Río de Janeiro o en la propia capital, Brasilia. Allí las favelas sí espantan con su presencia.
Fruto de la próspera industria en todo nivel es normal que un ciudadano tenga auto propio. Hasta los vendedores de aretes y brazaletes y las cuarteleras de hotel, se desplazan en Fiat, Citroen o Volswagen.
Y es que existe un sistema de crédito que parece funciona muy bien y el auto propio es asequible hasta para los bolsillo de sueldo mínimo. Si bien es cierto que los sindicatos no tienen la dimensión del siglo pasado, el trabajador brasilero está protegido y la gran mayoría cuenta con beneficios sociales.
Se cobran muchos impuestos en Brasil. Hasta para cambiar dólares tienes que mostrar identidad y te estampan un porcentaje mínimo. La moneda norteamericana aquí no tiene sentido. Nadie la acepta. Si se atreven a hacerlo te dan muchísimo menos pero es rarísimo. El dólar cuesta 1 real con 78 centavos. Popularmente se les dice “pilas” a la moneda brasilera.
Es un tanto extraño pero al brasilero no le gusta el sencillo. Si no tienes sencillo y algo vale 15.40 y le pagas 20 o 50 es capaz de obviar los centavos y te cobra 15 a tu favor. “No tengo “troco”, te dicen en portugués.
PASOS DIARIOS
Las mujeres gaúchas sonríen con nuestro acento. Les causa gracia escucharnos. “Castellanos”, nos dicen y entienden más español que nosotros el portugués siempre y cuando hablemos pausado. Son amables y te brindan su casa, te abren las puertas sin desconfianza. Saludan con una pregunta “¿Tudo bem?”, repiten “belleza” (que es un equivalente a bacán o chévere) Y te dicen “tranquilo”, como si se dieran cuenta de que te puedes sentir mal al invadir sus espacios.
Pasar caminando en charla con colombianos o uruguayos les llama la atención por nuestro canto en el lenguaje. Observan y sonríen.
El brasilero, en cambio, es machista. Orgulloso de ser gaúcho antes que brasilero. Se les ve prendidos con las telenovelas de la noche y nunca se pierden un partido del Gremio o del Inter. “Colorados” les dicen a estos últimos. Casi nadie recuerda al peruano Martín Hidalgo, y yo me canso de decirles que jugó en los dos equipos. Comprenden mi orgullo pero me miran tristes como si comprendieran mi angustia.
Los brasileros toman cachaza (caña) y marcan sus distancias con los cariocas de Río de Janeiro. Aquí hay escuelas de samba de blancos o mestizos y aunque el carnaval gaúcho tiene algunas negras que brillan con su presencia, una cosa es ver bailar a una blanca hermosa de ojos azules y otra a una negra o zamba moviendo las caderas al ritmo de la percusión y los sonidos del calor.
Hay un ambiente agradable en las rúas de la ciudad. Me dicen que es una zona peligrosa pero no vi robos, ni asaltos. Tampoco mendigos o alcohólicos. Mucho menos vendedores informales o policías de tránsito. Los únicos que me advirtieron con susto de la presencia de asaltantes con revólver en mano fueron los africanos de Senegal.
Pasivos, los morenos se esforzaron por convencerme que les habían robado en varias oportunidades. Muchos llegaron de Argentina porque no tenían papeles de legalidad y les cuesta mucho entender el portugués pues te hablan de “vos” y “mirá” en sus dos meses por estas calles. Algunos llegan hasta los dos metros y suelen vestir atuendos musulmanes.
Así más o menos es la sociedad del sur de Brasil vista por un peruano que a su vez consultó a brasileros y otros latinos que llegaron a esta zona. Los colombianos, argentinos o uruguayos que se quedaron por aquí tienen una idea más clara de lo que piensa el brasilero común y corriente. Incluso los pocos peruanos de Río Grande saben que no todo es color de rosa en el país de Ronaldinho Gaúcho, Felipao y Dunga.