"No hay otra vía, o asumen en tu país
el enorme reto que implica educar al pueblo o cualquier cosa que hoy intenten
caerá como solo caen las cosas en un saco roto", me dijo hace,
ya casi veinte años, uno de mis condiscípulos cuando era estudiante de economía
en París. Eso, años antes de que la teoría del Capital Humano, que se
desarrolló con renovado ímpetu desde inicios de la década de los noventa,
ganase los claustros universitarios y de ahí muchas conciencias por doquier.
No le faltaban razones, la experiencia de
los países del sud este asiático apoyaban su aserto. De mostrar, a finales de
los cincuenta, muy bajos niveles de ingreso per cápita, pasaron, casi tan solo
treinta años después, a finales de la década de los ochenta, la denominada
Década Perdida para las economías latinoamericanas, a formar parte de la
privilegiada clase media internacional. No eran pues cada vez menos pobres
sino, más bien, cada vez más ricos.
¿Qué era lo que había propulsado a estos
países por la vía del desarrollo económico? , fue la legítima pregunta que
entonces se planteó. ¿Qué? Las respuestas fueron disimiles, unas creíbles,
otras no. A medida que avanzaba el tiempo, la lista con unas y otras de las
respuestas crecía. Para cuando, a mediados de los noventa, recordé
aquella conversación, cierto consenso giraba en torno al hecho de que estos
países habían apostado por una medida de largo plazo: educar masivamente y
mejor a los miembros de sus sociedades.
Descartadas quedaban las pesimistas
proyecciones de quienes un día auguraron la profundización de las
diferencias entre países. Cierto, muchos de los países ricos se enriquecieron
aun más, pero no todas las sociedades pobres por ello se empobrecieron. Se
había producido, durante este intervalo de tiempo, una "movilidad
societal" a nivel del orbe. Y en forma sostenida. Ya que, pese a las
crisis financiera, económica, social e, incluso, política que las golpearían
años después, estas sociedades conservaron su buen ganado sitial en la escala
del desarrollo económico.
"Educación masiva y de calidad",
casi 20 años después de esa conversación, ya peinando algunas canas, me ha
vuelto a repetir mi amigo. "Eso le garantizará a tu país optimizar, más allá
de los problemas que nunca faltarán, económica y socialmente en el
tiempo". Y a manera de despedida añadió, "apuesten por ello, una
educación masiva y de vanguardia en nuestros días, no solo garantiza mejoras en
los niveles de ingreso per cápita, sino también una mejor distribución del
ingreso en el seno de la sociedad… eso derriba las barreras sociales…
apuesten por ello Francisco", me dijo con la convicción propia de los
visionarios…
Masiva y de calidad, de vanguardia, digo
hoy a los que detentan el poder económico y político en el país, debe ser la
educación que se debe impartir en nuestro país. Señores, que se entienda,
ningún otro objetivo nacional es más importante que este, condición necesaria
para proyectarnos positivamente hacia el futuro. Si lo que queremos hoy es
crecer, estableciendo al mismo tiempo los sólidos cimientos que nos
garantizarán acceder a mayores niveles de bienestar material y, por qué no,
espiritual en el porvenir: apostemos entonces por educar más y mucho mejor a
nuestro pueblo. He ahí el desafío de todo buen estadista.