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REVISTA

LURIGANCHO

Desde adentro
¿Hasta qué punto los peruanos conocemos la realidad de la prisión más hacinada y peligrosa del Perú? El autor de la nota conversó con Ricardo, un joven que pasó casi cuatro años recluido entre sus muros.
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LURIGANCHO

Ricardo tiene 29 años y pasó cerca de cuatro años recluido en el penal de Lurigancho porque tuvo la mala idea de escuchar a unos “amigos” que le contaron que habían ganado unos dólares llevando cocaína a Madrid. Todo parecía bien planeado.

Su contacto le dijo que caminara tranquilo hacia la sala de embarque, que no llamara la atención. Pero los nervios lo traicionaron. Apuró el paso más de la cuenta. Miró atrás cuando no debía hacerlo. Llamó la atención.

Era la primera vez que cometía un delito. Lo más grave que había hecho hasta entonces era robar unas Playboy de su primo y copiar en los exámenes de matemáticas en Los Reyes Rojos. Nada más.

Lo conocí cuando ambos éramos cachimbos de la facultad de comunicaciones en la universidad. Ricardo tenía 18 años y la mirada inquieta. Pero en sus ojos no había maldad, ni siquiera malicia. Nada que hiciera presagiar que unos años después terminaría en prisión.

Ricardo acababa de finalizar el quinto ciclo. Vivía con sus padres y sus hermanos en Barranco. Era fanático de las películas de Tarantino y de los libros de Cortázar. Tenía una enamorada que lo quería y muchos planes en la cabeza. Convertirse en periodista. Escribir crónicas de sangre y muerte. Viajar. Esas vacaciones pensaba irse con ella a Máncora y cruzar la frontera con Ecuador hasta Montañitas. Le encantaba el mar.

En lugar de eso, luego de la última vez que volvió la cabeza para ver si alguien lo seguía en el aeropuerto, fue esposado y conducido a un cuartito minúsculo donde lo revisaron de pies a cabeza. Encontraron la droga en una maleta de doble fondo que lo depositó directamente en Lurigancho.

“Las primeras noches son las más difíciles...”, rememora en una mesa del bar Superba. “... cuando estás solo en medio de toda esa gente y te preguntas ¿cómo voy a sobrevivir? Mientras tanto, las cosas siguen pasando afuera. Solo que sin ti”. Sus ojos se tornan fríos, como su voz. “Es como estar muerto sin haberte muerto. Es como estar metido en un ataúd, pero vivo”.

A lo largo de sus casi 50 años, el penal de Lurigancho ha resistido matanzas, motines y otros estragos. Fue construido durante el primer gobierno de Fernando Belaunde con una capacidad para 2,500 internos, aunque entre sus barrotes en la actualidad conviven casi 10,000.

Sin embargo, el hacinamiento es solo uno de sus problemas. Se podría mencionar una docena. Ingreso de drogas, alcohol y armas. Propagación de enfermedades contagiosas (VIH, venéreas, tuberculosis). Insuficiencia de médicos, medicinas y equipos básicos. Bajísimas condiciones de higiene y salubridad. Carencia de agua y desagüe. Pésima alimentación. Ausencia de una adecuada atención psicológica y de verdaderos talleres laborales y educativos. Corrupción de policías y de funcionarios del Instituto Nacional Penitenciario (INPE). Sentencias que nunca llegan por falta de abogados de oficio.

La cárcel es un infierno con decenas de círculos: en todos te quemas. Un infierno, esa fue la impresión que tuve las veces que fui a visitar a Ricardo. Un infierno con salsa como música de fondo. Una multitud de demonios atontados por las drogas y el alcohol. Los cerros asfixiando cualquier atisbo de libertad. La certeza de que has entrado en un lugar que nunca olvidarás, como jamás olvidas la primera vez que te dejaron solo de niño.

CIFRAS

Según cifras de la Dirección Antidrogas (Dirandro), entre julio y diciembre del 2009 se capturó a cerca de 300 “burriers” nacionales y extranjeros, a los que se les incautó un total de 2,000 kilos de cocaína. La mayoría provenía de México, España, Argentina, Brasil e Italia. Los principales destinos eran Estados Unidos, España, Holanda y Sudáfrica.

Sin embargo, la cantidad de cocaína que sale por el aeropuerto Jorge Chávez es mínima respecto de la droga producida en el país (en el VRAE, el Huallaga y demás valles cocaleros), que se eleva a más de 300 toneladas por año y representa el 36% de la producción mundial.

La Policía consigue decomisar apenas unas 16 toneladas, es decir un 5%. El resto prosigue su viaje vía marítima a Europa y Estados Unidos y vía fluvial o terrestre a Colombia, Brasil y Bolivia. Una cantidad cada vez mayor se queda para consumo de los adictos de Lima y del interior del país. Y de los propios internos de Lurigancho.

TEMOR

Le pregunto si sintió miedo. Ricardo contesta que sí. “Miedo de morir. Miedo de tener que matar. Miedo de salir y no ser el mismo”. Llama al mozo y pide una ronda más. “Mi enamorada me fue a visitar los primeros cinco meses. Un día dejó de venir. Cuando salí hablé con ella. Me dijo que había aguantado todo lo que pudo. Lloró. Me contó que ahora estaba casada y que tenía dos hijos”. 

Para cambiar de tema, le digo que me cuente qué hace ahora. Me dice que trabaja en una empresa de seguridad, en conciertos. Todavía conserva los libros de Cortázar y las películas de Tarantino en el minúsculo departamento de Lince al que se mudó luego de recuperar su libertad.

Me cuenta que estuvo saliendo con una chica, pero que terminaron. Le pregunto si ha pensado en retomar la universidad. Me responde secamente que no. Lo animo a que escriba algo, le recuerdo que se sacaba las mejores notas en redacción. Intenta una sonrisa, pero le sale una mueca.

Cuando nos despedimos, quiero decirle algo. Tiene la mirada inquieta de cuando lo conocí, hace 10 años. Pero algo ha muerto en sus ojos. No sé qué decir. Nos damos la mano. Lo veo alejarse. Solamente espero que esta vez no se quede encerrado en su propio laberinto.

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