Uno de los dramas culturales de nuestro país, que se refleja en la improvisación que acompaña muchas de nuestras decisiones, es la ausencia de un pensamiento de largo plazo. Postergar la satisfacción de una necesidad hoy, para acumular y luego disfrutar de un beneficio mayor, es una actitud que está muy lejos de nuestra forma usual de pensar. Y esta es tal vez una de las razones por la cual en nuestro país no sólo el ahorro interno es muy bajo sino que las exigencias de la ciudadanía son muy grandes, exigencias que se manifiestan en que todo se tiene que solucionar en el día a día, para hoy.
La pobreza o la escasez tienen que ver con nuestra actitud respecto al ahorro. Y también a nuestra manera de pensar. Se vive de manera inmediata. No hay sostenibilidad y mucho menos un afán, una preocupación por las futuras generaciones. Si algo de dinero se tiene, se trata de gastar de inmediato. Un sueldo mensual se dilapida, en muchas ocasiones, en un restaurante hoy, en el cine mañana y un poco de ropa el fin de semana. El consumismo es hijo preferido de la falta de planificación. Es necesario en ese sentido hacer todo un esfuerzo de desarrollo cultural.
Un primer intento debería partir del propio Estado. No digo gobierno, menciono expresamente Estado. Cambiar nuestra forma de pensar es un reto generacional. Estoy seguro que con un pensamiento de largo plazo hasta los gobiernos gozarían de mayor gobernabilidad pues las exigencias de la ciudadanía serían más comprensivas al saber que muchas de las decisiones de un gobierno tardan, por lo general, en madurar.
Pero qué pasa cuando desde el mismo Estado se promueve el consumismo, la inmediatez, lo coyuntural. Pues se pierde la oportunidad de hacer docencia, de cambiar la forma de pensar. Entramos en un círculo vicioso de exigencias y urgencias y perdemos el sentido de sostenibilidad.
Durante el último mensaje a la Nación, por ejemplo, se ha dejado pasar la oportunidad de brindar al país una visión de país, alrededor de la cual nos podríamos alinear, construyendo juntos un futuro mejor con una adecuada planificación. Cuando todo es prioritario nada es prioridad. El mensaje presidencial ha sido pródigo en cifras y escaso en ideas. No se ha diseñado un escenario, un horizonte de mediano y largo plazo, que nos obligue a establecer metas y objetivos que focalicen al país en a donde queremos llegar.
Lamento escribir que no he notado un hilo conductor en el último mensaje de Fiestas Patrias. Nuestra economía es muy vulnerable pues depende de los precios de los minerales, de productos de agroexportación. Como sabemos, estos, en cualquier momento pueden colapsar. Un planeamiento adecuado nos llevaría a establecer cuáles son nuestras prioridades estratégicas. Nos llevaría a entender que sin educación de calidad va a ser imposible que seamos un país desarrollado. Que la innovación, la investigación son elementos que no pueden estar ausentes de una política seria de desarrollo sostenible. Que es imperioso cambiar nuestra producción a una que tenga una mayor composición de conocimiento. Y que para llegar a ello primero debemos tener un cuerpo de profesionales de calidad.
Nos hubiera gustado escuchar hablar al Presidente del CEPLAN. Qué importante es hoy tener un centro de planeamiento en el Estado. Es necesario ordenarnos para poder pasar del crecimiento al desarrollo. El tema estratégico ha sido el gran ausente en el último mensaje. Si no nos damos cuenta de su importancia, la posibilidad de ser desarrollados algún día será lejana.