De aprobarse el texto del Código de Consumo que el Poder Ejecutivo ha preparado y remitido al Congreso de la República, cualquiera de nosotros en un futuro que esperamos no lejano sabrá, gracias a un etiquetado obligatorio y potenciado, si lo que está ingiriendo es un producto cuyo único o algunos de sus ingredientes provienen de semillas que fueron modificadas en su momento a nivel genético. Un gran paso entonces se habrá dado, pues el consumidor sabrá al menos lo que se está llevando a la boca.
Un paso que solo podrá ser comparado con el que nuestra sociedad ha dado al convertirse desde hace algunas semanas en un ágora de intercambio de ideas y, en algunos momentos, de debate por qué no admitir apasionado, en torno a una problemática que constituye hoy parte gravitante de la agenda de todo país que se desea civilizado. ¿Quién hubiese podido imaginar hace tan solo pocos años que tirios y troyanos debatirían hoy sobre un tema que constituía una suerte de objeto tabú a nivel social: los transgénicos?
La caja de sorpresas de lo que son los productos transgénicos se ha abierto. Nadie podrá impedir que el consumidor diligente, al hacer suyo algún producto comestible, en uso de todo su derecho que le otorga la defensa de su salud, se interrogue sobre la verdadera naturaleza de los llamados transgénicos. Nada valdrán las palabras de quienes ahora, no oponiéndose a este nuevo tipo de etiquetado, sostienen que el consumo de los productos transgénicos sin embargo no perjudica nuestra salud. La pregunta se planteará.
El consumidor que somos cada uno de nosotros querrá entonces saber por qué razón o razones si estos productos son tan inocuos, tal como sostienen los que se oponen al nuevo etiquetado o los que muestran una actitud condescendiente frente a este tema, se obliga a esto no solo en nuestro país sino en otros lugares. Entonces, como sucede en este tipo de procesos, el consumidor mirará hacia atrás y se interrogará sobre el tipo de agricultura que permite la utilización masiva de estos organismos genéticamente modificados.
Descubriría que en muchos casos a raíz de ellos se recurre también a otros productos, como son los fungicidas, herbicidas e insecticidas, que se encargan de allanar el terreno para que las correspondientes semillas, preparadas genéticamente para resistir el terrible embate ahí donde estos productos se han vertido, puedan producir las tan esperadas y buenas cosechas... Tal como se puede ver, nadie podría garantizar que estos productos no vehiculen consigo partes de algunas letales sustancias que afectarían al ser humano. La vía de la discusión se ha abierto ante nosotros...