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REVISTA

EL DRAMA DE LOS REFUGIADOS

Colombianos a la deriva (Parte 1)
Salieron de su tierra expulsados por la violencia política y sin querer firmaron una carta sin retorno; ahora extrañan su comida y sus costumbres. Estos colombianos fueron forzados a vivir un drama y en su calidad de refugiados solo han recibido la indiferencia de las instituciones designadas para protegerlos.
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EL DRAMA DE LOS REFUGIADOS

Hace cinco años que la colombiana Eleonora Ramos extraña su país. Primero fugó a Ecuador amenazada, huyendo de la violencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Y ahora se encuentra en Brasil, tierra que la cobijó sin que ella la escogiera.

En un inicio todo estaba bien cuando vivía en Tulcán (Ecuador) junto a su familia. Llegó allí huyendo de la guerrilla para vivir mejor. Se dedicaba a la comercialización de productos de belleza y de paso se daba tiempo para realizar labores de pastora evangélica junto a su esposo, Uriel Nariño.

Sus dos hijos estudiaban en un colegio privado y tenía suficientes comodidades para ser feliz. “Yo ayudaba a mis compatriotas que huían de la guerrilla y de los paramilitares y les daba protección por el tiempo que era necesario hasta que encontraban refugio en otros países”, cuenta Eleonora.

HUÍDA

En Ecuador, se llegó a enterar que las FARC tenían contacto con gente de Tulcán (cerca de la frontera). Fue en ese entonces que una desesperada mujer de nombre Verónica llegó en busca de su ayuda aduciendo que su esposo había sido amenazado de muerte por los paramilitares.

Esta mujer le contó que su pareja tenía un taller de mecánica donde guardaba armas y a cambio recibía 100 dólares como pago. Decía que unos hombres buscaban el paradero de su esposo para matarlo.

Eleonora hizo lo posible por ayudarla. Conversaba a menudo con Verónica para darle tranquilidad y protección. Iba a su casa sin saber que también estaba envolviéndose en las sospechas de los paramilitares, quienes empezaron a tener indicios de que en Tulcán existía una organización de apoyo a la guerrilla colombiana. Mucho más cuando hacía poco un cargamento de armas con rumbo a Popayán (Colombia) había sido capturado en la frontera luego de salir de un taller de mecánica de Ecuador.

“Yo estaba en la casa de mi suegro en una fiesta en Ipiales cuando un hombre me susurró al oído que yo era una activista de la guerrilla. Me asusté pero como no tenía culpa, no sentí miedo”, relata. Pero el temor se hizo serio cuando empezaron a llamarla para citarla y decirle que querían su colaboración para intervenir esa facción de la guerrilla que, según ellos, estaba al mando de un tal “Osvaldo”.

PELIGRO

Eleonora Ramos se vio envuelta en un peligro constante y la conminaron a conversar con paramilitares para que diera el paradero de esta mujer a quien ella protegía debido a su labor en la iglesia evangélica de Tulcán.

Lo peor pasó cuando fue secuestrada cerca de una hora. La metieron en un auto azul donde estaban tres hombres y una mujer. Uno de ellos era primo de su esposo, el cual le enseñó un carné donde se identificaba como miembro de la Autodefensa Unidas de Colombia, facción que -según ella- trabaja en estrecha vinculación con la Policía y el Ejército de Colombia.

“Lo único que querían era que entregue a esta mujer y para esto me pedían que vaya a Ipiales con ella para entrevistarme con los paramilitares: solo para conversar un rato”, rememora.

EL ADIÓS

Era tanto el acoso y las amenazas que no le quedó otra cosa que poner en resguardo a su familia y pedir refugio. Huyó a Cuellaje, Ibarra y Quito, donde comenzó a tramitar la seguridad de su familia. Todo era miedo, oración a Dios y desvelo. Fue así que, de tanto insistir y valiéndose de su sapiencia en la política por su trayectoria de izquierda, logró salir de Ecuador, aun cuando su esposo y sus dos niños estaban en contra pues truncaban una vida cómoda por un lugar desconocido.

“Tuve una cita final con Walter Sánchez, un alto funcionario ecuatoriano del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados de Ecuador, quien en vez de darme las facilidades, prácticamente me conminó a irme a Brasil porque después de una serie de citas me dijo: O te vas a Brasil o regresas a tu país”, recuerda.

Presos del miedo a morir en su propia patria, la desesperación se hizo más punzante pues en cada pueblo ecuatoriano que habían visitado huyendo de los paramilitares, llegaban llamadas buscando el paradero de los Ramos Nariño. “A nosotros nos iban a matar porque los ‘paras’ son sanguinarios; solo bastan indicios o sospechas de apoyo a la guerrilla y te matan. Hasta niños han matado”, concluye Eleonora con su acento colombiano.

Al final no les quedó otra. Salieron tristes rumbo a Brasil. Allí conocieron otros compatriotas que también habían dejado su país por la violencia política y empezaron a conocer cómo se vive en calidad de refugiado en una nación donde se habla un idioma diferente.

Felizmente estarían protegidos por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados de Ecuador y por la ONG Antonio Vieira de Río Grande del Sur que depende de la primera. Quizás el único consuelo era que no estaban solos entre tantos brasileños, pues poco a poco, empezaron a conocer a Alejandra Guerrero, “Javier Carrillo” (quien prefieren mantener su verdadera identidad en reserva) y a los esposos José Francisco y Gladis Deyanira, la familia Rodríguez.

Ahora empezarían a instalarse y aprender el idioma, con la esperanza de la protección de instituciones con financiamiento internacional para este tipo de personas. Pero también la incertidumbre se posó en ellos pues no sabían nada sobre la vida cotidiana que les deparaba el futuro. (Continuará en la siguiente edición)

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