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REVISTA

PAN CON MANTEQUILLA

Reseña de una costumbre
La sencillez se personifica en nuestros recuerdos de hoy: un pan con mantequilla, que no se mide por sofisticaciones ni aderezos, sino por las manos de quienes lo prepararon y lo invitaron como ofrenda de amor, de cuidado, de dulzura...
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PAN CON MANTEQUILLA

La reacción de quienes supieron el título del tema que este día ocuparía nuestra atención fue unánime y alentadora. Es difícil pensar cómo tanta sencillez puede despertar la algarabía de tantos recuerdos escondidos en un baúl que a veces nos resistimos abrir. La infancia de más de uno vendrá al presente y se apoderará de esa ternura tan escasamente practicada en nuestros días; simplemente porque ya no hay tiempo, ya no nos la permitimos...

Horas determinadas de un día que transcurrían entre desayunos, juegos, loncheras, tareas y televisión, eran siempre eran el escenario natural. Y su aparición en las manos de mamá, de la abuelita o de alguna tía, saciaba más que el hambre, la necesidad natural de sentirse atendidos y protegidos. 

Pese a su sencillez y cotidianeidad, no había bocado más gratificante y delicioso que un pan con mantequilla. Con leche, café, tecito o agua, era lo de menos; el pan siempre llegaba oportuno a saciar nuestras necesidades.

No sé si a ustedes les pasa, pero al abrir la caja de Pandora solo hay buenos recuerdos alrededor de esta costumbre, que espero siga vigente en todos los hogares, mas allá de los bolsillos y las ostentaciones, pues siempre hay un espacio para disfrutar de lo natural y espontáneo como puede serlo un pan con mantequilla.

Si la humildad es una muestra de que este bocado habite loncheras y permita ocasiones de gozo natural en los recreos de nuestros niños, entonces estaremos garantizando un buen recuerdo para el adulto, que como yo, varias décadas después añora la suavidad y calidez de este bocado. A lo largo de los años, el pan francés fue el elegido para este destino.

RECUERDOS DE UNA TARDE CUALQUIERA

No recuerdo con mucha frecuencia el clásico pan con mantequilla en mi lonchera escolar.  Pero a las cuatro de la tarde, casi cinco, luego de haber hecho las tareas, frente al televisor, viendo la serie mexicana que acompañó mi infancia y la de muchos de ustedes, un pan francés caliente, recién comprado del panadero de carretilla blanca que solía pasar por la puerta de la casa de Maranga, con mantequilla derritiéndose y tiñendo de amarillo las suaves migas del pan y una taza de leche caliente era la muestra más amorosa de mi madre hacia mí y mis hermanas.

Nada a esa hora sabía mejor. En época de verano prefería acompañarlo con un plátano de seda y la repetición podía sucederse mientras durara el Chavo del 8. El desayuno, el lonche, la cena o la lonchera, tenían como protagonista al infaltable pan con mantequilla; a veces caliente, a veces algo más frío, dependiendo de las realidades que a lo largo de nuestras vidas nos tocaran vivir. 

Para mí, la nostalgia de un pan con mantequilla, va en relación directa con mis años de niña, cuando las responsabilidades de la vida, no iban mas allá de cumplir con las tareas encomendadas en el colegio o de ayudar a mamá a poner la mesa, para el resto de la familia.

Y CON MERMELADA...

No hay orígenes ni bibliografía para consultar que defina o sirva de sustento a lo que escribimos. Solo es la reseña de una historia cualquiera, como la mía o la vuestra; es una invitación para recordar al niño que, sentado alrededor de la mesa, en el mueble de la sala, en una banquita en el recreo, o quizás en el muro de alguna calle testigo de nuestros juegos, disfrutaba del pan con mantequilla como si fuera este, un manjar inigualable.

Que bien venía uno, luego de regresar a casa, en el que las escondidas, los siete pecados o mundo, antecedían el momento del lonche familiar. Hay tanto que contar al respecto…  La costumbre, sin embargo, tuvo también su dulce variación y pronto una cucharadita de mermelada de fresa, se esparciría sobre el pan untado con mantequilla: un nuevo sabor le daba otro color a nuestra vida de niños.

Precisamente, el mercado de mantequillas y margarinas han copado de marcas nuestras preferencias, algunas más elaboradas y más costosas que otras. Más saladas, algunas ligeras y otras con aditivos especiales, que hoy han sofisticado nuestras exigencias, y nos han hecho renunciar, de algún modo, a la sencillez que esbozaba nuestro pan de toda la vida. 

Con las mermeladas pasa lo mismo: marcas nacionales y extranjeras han invadido tiendas y autoservicios. La misión: endulzar panes o combinar con algún pastel el dulce sabor de las frutas procesadas. Sin embargo, debo hacer un alto y tomarme la licencia de mencionar a Dulce Cosecha, una mermelada que ha hecho de las mañanas un festival de frutas de sabores diversos y frescos imprimiendo con su particular gusto, el dulce necesario para energizar nuestro día.

Con mermelada o sin ella, el pan con mantequilla me recuerda a mi infancia. No sé si los niños de hoy lo disfrutan tanto como lo hacíamos los niños que fuimos hace 30 años atrás.

Un pan francés recién salido del horno, mantequilla derretida y una buena taza de café y a ver quién se resiste a probarlo en este momento. Mi infancia fue feliz y el pan con mantequilla siempre tuvo que ver con esa grata etapa de mi vida, y supongo que con la suya también...

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