DESAMPARADOS
Cuando la familia Ramos Acosta llegó a Passo Fundo estuvo bajo los cuidados de la asociación Antonio Vieira, una ONG amparada por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) cuya sede central está en Sao Paulo.
La asociación, que dirige la señora Karin Wapechowski, inmediatamente comenzó a velar por el bienestar de los refugiados colombianos. “Nos instalaron en una casa vieja, abandonada. Nos dieron una cama usada y muebles en muy mal estado”, recuerda Uriel Acosta.
Desolados en un país extraño, los niños empezaron a llorar. Ansiaban volver a sus colegios y jugar con sus amiguitos, pero la suerte estaba echada: no podían regresar.
Para gozar de una pensión mensual, fueron obligados a firmar unos documentos que -según Eleonora- contenían sumas que no correspondían a la realidad. Así, muebles viejos y vetustos figuraban con montos facturados como si fueran nuevos. “No nos quedaba otra, teníamos que firmar porque nos llegaron a decir que si no firmábamos nos quedábamos sin nada”, expresa Eleonora.
Corría el año 2005 y los refugiados colombianos se vieron forzados a cambiar de hogar. Y pese a que tenían derecho a estudios superiores para buscarse un trabajo, la ONG empezó a mostrar poca disponibilidad a costear estos rubros. Por eso, ante tantos reclamos y quejas de parte de Eleonora, la presidenta de la Asociación Antonio Vieira, Karin Wapechowski, la catalogó de enferma psiquiátrica. Quería restarle credibilidad.
DESTINO FATAL
Aprendieron portugués y se capacitaron para trabajar: Eleonora estudió cosmetología y Uriel se vinculó con la misión evangélica y hacía trabajos paralelos, para mantener a sus dos hijos quienes quedaban solos, sin protección, en una casa muy pobre.
Cierta vez llegaron tarde por la noche y el menor de sus hijos estaba triste. Escondía algo que no quería contar. Sus padres hicieron el mayor esfuerzo para hacerlo hablar y se enteraron que un adolescente brasileño lo había violado. Tenía solo cinco años. Su madre lloró mucho y recordó que cuando niña ella también había sido víctima de abuso sexual. Denunció el hecho pero hasta ahora no hay sanción para el culpable.
Y el destino seguía fatal. Hartos de los maltratos de la Asociación Antonio Vieira, decidieron demandarla legalmente. Eleonora consiguió una abogada, pero unos brasileños llegaron a la oficina de su abogada, Lisiani Sibeli de Andrade, y la amenazaron de muerte conminándola a abandonar el proceso.
“La señora Karin Wapechowski es una mujer que tiene mucho poder con su ONG, por eso ningún medio periodístico ha abordado el tema”, se queja Eleonora.
Su todavía esposo, también tiene la misma opinión y muestra su total discrepancia por la forma en que tratan a los refugiados en este lugar. “Nos dan pequeños montos y ellos envían informes con sumas irreales. Yo tengo entendido que en Caxias do Sul, unos compatriotas la están pasando peor que nosotros”, comenta Uriel.
MÁS REFUGIADOS
Mientras ellos pasaban esto, otros colombianos empezaron a llegar; cada uno con una historia diferente. Es el caso de Alejandra Guerrero. Cuando Eleonora la vio por primera vez, estaba acompañada de su menor hija de cuatro años. Lloraba todos los días y decía que quería regresar a Colombia. Parecía ser una guerrillera que había desertado y es sabido que las FARC matan a los que huyen de sus filas.
“Alejandra nunca me quiso decir la verdad, pero por la forma en que lucían sus pies, daba la sensación de que había recorrido muchos montes como lo suele hacer la guerrilla”, recuerda Eleonora, quien desde un principio la apoyó y la alentó para defender sus derechos.
Posteriormente, Alejandra superó su problema. Decidió especializarse en cosmetología y abandonó la defensa de sus derechos como refugiada. Ahora labora en una estética y aparentemente no recibe ningún apoyo económico.
El caso de “Javier Carrillo” (quien pidió mantener su verdadera identidad en reserva) es todo un misterio. Conversé muchas veces con él y su versión solo tenía un denominador común: detestaba a la guerrilla colombiana. Decía que había sido militar y recibía apoyo económico junto a su familia como refugiado.
Cierta vez examinábamos un informe de Acnur en relación a los refugiados en Brasil y los fondos que esta institución había gastado. No dudó un instante y soltó: “Esto es pura mentira. Nada de lo que está escrito allí es real”, afirmó indignado. Llegó a decir que el apoyo que le daba la Asociación Antonio Vieira estaba por suspenderse.
De los esposos José Francisco Rodríguez y Gladys Deyanira solo pude saber que uno de sus hijos murió por falta de atención. Dedicados al trabajo y a largas jornadas laborales, no pudieron evitar que su hijo se ahogara en una piscina.
DESUNIDOS
Hay mucho temor en decir la verdad, la única resuelta a decir las cosas tal y como las piensa es Eleonora Ramos; por eso, la relación de los otros refugiados colombianos con ella es distante. Pareciera que estar de acuerdo con sus aseveraciones significaría perder soga y cabra.
“La Asociación me tiene señalada y creo que todos aquellos que se relacionan conmigo están amenazados con perder el poco apoyo que le otorga la Asociación”, declara Eleonora.
Incluso Uriel, su esposo, quien evitó pronunciarse sobre los pormenores para obtener su condición de refugiado, parece que ha decidido olvidar todo su pasado. Mucho más cuando su relación conyugal está en crisis y actualmente la madre de sus hijos tiene una nueva pareja. Se dedica íntegramente a su labor pastoral y renta una casa que le permite vivir con las mínimas comodidades.
Hace mucho que estos hermanos del norte andan pensando que jamás volverán a sus tierras. Han sido empujados a salir por la violencia política de su país; sin embargo, a pesar de la precaria situación en la que viven, todavía tienen una mínima esperanza de volver a comer un sancocho o de bailar un vallenato junto a sus seres queridos allá en su linda Colombia.