LA POLITICA COMO EMPRESA EN EL PERÚ

Si algo de cambio a la política peruana ha traído consigo la renovada incursión del llamado partido Cambio Radical, cuyo líder es nada más y nada menos que el archiconocido José Barba Caballero, hasta hace no mucho embajador del Perú en la centroamericana Panamá, este tiene que ver con el hecho de que Barba ha mostrado hasta dónde se puede llegar en el Perú de nuestros días si de lo que se trata es de entender simple y llanamente la política como una actividad orientada a la captura por cualquier medio del poder.

Atrás queda el tránsfuga solitario que buscaba mejorar su posición y los réditos de todo tipo que venían de la mano con ella, cuando el conveniente traidor, zigzagueando en la laberíntica política criolla, cambiaba de ideología y camiseta con una rapidez digna de la vertiginosa virtualidad de nuestros días. Barba les ha mostrado que su método ya es añejo porque la institucionalidad, abriéndose paso, intenta cerrar el camino a estas  golondrinas de la política que representan solo a ellos mismos: nada mejor para esto que contar con una estructura partidaria.

Es decir, una fachada partidaria. Una seudo organización con escasa ideología y con muy poca militancia tras de sí, que respondería solo a quien la concibió con insospechados propósitos a fin de evolucionar a su manera y conveniencia en el campo del interés general que es el de la política. Nada más y nada menos que una neo versión de hacer política y empresa al mismo tiempo, convirtiendo a la política, para tristeza de muchos que esperamos algo diferente de ella, en un terreno fangoso y desestabilizador en el que se busca solo rentabilizar los intereses propios.

Razón ha tenido Jaime Bayly, aunque para muchos en forma tardía, en señalar en su dominical programa que se bajaba de la “combi” de Cambio Radical, pues la polémica hermandad establecida entre él y Alex Kouri lo dejaba mal o peor parado. Barba Caballero pues con su actuar, poniéndose en evidencia y recordándonos su muchas veces cuestionado pasado político, nos ha confrontado, quizás a tiempo, con algo que sí podría dañar medularmente a la institucionalidad de nuestro régimen democrático, el que encuentra en los partidos políticos su fundamento.

Es el momento deslindar con este tipo de devaneos en nuestro quehacer político. Más allá de las susodichas envidias o cortinas de humo electoreras, hay una realidad de fondo: la política en el Perú no puede, ni debe, estar expuesta al mercadeo con el mejor postor. La política no es una empresa. Es más bien, entendida y practicada en su sentido más genuino, la más noble tarea que un ser humano en comunidad, un ciudadano, puede llevar a cabo trascendiéndose a sí mismo. La vocación en la política ha sido, es y siempre será la de servir a la sociedad a la que uno pertenece. Es algo que nunca, aunque lo contrario podría convenirnos, debemos olvidar.