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REVISTA

MANZANA ACARAMELADA

Crujiente fantasía
Estamparle una mordida a nuestra manzana acaramelada podría significar la gloria si no pasábamos la década de edad. Una forma en que la mamá nos hacía comer fruta y un pretexto nuestro, para sacarle la vuelta a la pequeña dosis de dulce que nos permitían comer, para evitar problemas con el dentista. A esa edad, nos permitimos licencias que rompen dietas y dientes...
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MANZANA ACARAMELADA

Ir de la mano de papá o mamá, en algunos de esos paseos domingueros, significaba ocupar la otra mano con algún dulce o juguete al paso, que ocupara toda nuestra atención para hacer menos tedioso el camino. Entre esas tantas compañías, que hacían de nuestra niñez una fantasía, estaba la infaltable manzana acaramelada, redonda, roja, apetitosa, y que al morderla podía hacer rechinar nuestros dientes o sumergirnos en un ansiado éxtasis infantil lleno de color.

Quizás aún se vean a los conocidos golosineros, en las entradas de los circos, de algún parque de diversiones o paseando por algunos mercados, portando como estandarte, en un lado las manzanas acarameladas y en la otra, una torre de algodón de azúcar. Entre el rojo y el rosado, nos ensuciábamos, manos y bocas y hasta en algunos casos, media cara sucumbía al color y a la dulce presencia de estos compañeros de la infancia.

Todo aquello que implique buenos recuerdos, tiene los elementos necesarios para recrear en la imaginación más de alguna historia; por ello es que recurrimos a nuestro amigo Rodolfo “Locrito” Tafur, quien probablemente en sus líneas nos trasladará a más de un recuerdo de nuestra inolvidable infancia.

PALABRAS DEL EXPERTO

La primera vez que la conocí, tenia aproximadamente cinco años de edad. Uff, ¡cuántos años han pasado de ello! El que la vendía tenía más años que el puente de Calicanto, puente de piedra en Huánuco. Flaco, desgarbado, el gorro viejo que traía en la cabeza seguro era un kipá que perteneció a Baal Shem Tob -primer sacerdote judío que lo utilizó ya hace más de 400 años- pantalón negro, camisa blanca con tirantes raidos, ¿su color?, indescifrable. Y solo recuerdo que respondía al mote de “tallarín”.

Su grito casi chillón: “Manzanas acarameladas a 10 centavos cada una”.  Ese es mi primer recuerdo de una de las delicias de los niños de mi pueblo.  La receta: agua, azúcar, jarabe y colorante rojo eran sus componentes. Y no olvidar el celofán, la envoltura básica, un buen complemento. ¿Cuál es la historia de este dulce mezclado con la acidez de las manzanas? He aquí algo sobre su nacimiento...

El origen de caramelizar las manzanas no está claro del todo, lo que sí se sabe es que fue a comienzos del siglo XIX cuando pasaron a denominarse "manzanas caramelizadas" y a ponerse de moda, hasta el punto de ser habitual ver por las calles -al menos una vez por semana- al vendedor de manzanas.

Parece que el primero en producirlas fue William W. Kolb en 1908, en su tienda de caramelos en Newark (New Jersey), concretamente para la decoración navideña de su escaparate. No se le ocurrió otra que sumergir las manzanas en una mezcla de azúcar caramelizado y canela y una vez solidificadas exponerlas en la cristalera.

Vendió la primera partida, por completo, a 5 centavos cada una. Pronto, las manzanas de caramelo fueron habituales a lo largo de la costa de Jersey y de ahí dieron su salto a ferias y circos; fue gracias a ellos que empezaran a recorrer todo el país. Pero en su viaje por el tiempo y el espacio, las manzanas acarameladas sufrieron algunas modificaciones.

Fue en la década del 50 y a manos de Dan Walker, un representante comercial de Kraft Foods, que la manzana caramelizada cambiaría de color. Se añadirían en su fórmula, además del agua, azúcar y colorante rojo, el jarabe de maíz y la canela. Y la envoltura, cristalizada y bastante más dura y mas costosa -casi 1 hora hasta cristalizar por completo la fruta- sin embargo, su llamativo color rojo mucho más atractivo era siempre el justo reclamo de los niños, sus más fieles seguidores.

Se volvieron habituales en las festividades de Halloween como símbolo de la cosecha, podemos decir que es uno de los pocos aciertos gastronómicos de los norteamericanos.  

No sé cómo llegaron al Perú, menos quiénes las trajeron y mucho menos sé cómo aparecieron en Huánuco. Solo recuerdo que ahorraba la propina de dos o tres días para comer una y al ver tan esperada manzana me decía para mí mismo: “Se ve demasiado exquisita, mi boca se hace agua y me desespero al no poder tenerla ya”.

Su color es fresco y me evoca serenidad y recuerdo. Su aroma pueblerino me concentra en limpios parajes, cálidas lluvias y enternecedores ritmos. Mi estómago tiene otra frecuencia, otras dimensiones; es más ovalado y ruge al compás de mi respiración.

Prometo no atragantarme, solo sentir sus fibras crujientes debajo de mis colmillos y pasar mi ansiosa lengua por su caramelo. Solo será un trozo, lo juro, me la voy a comer con desespero y sin pausas. No me importa, esa manzanita, desde aquí, se ve demasiado buena, como para evitar el pecado.

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COMENTARIOS
1 comentarios      
yo soy fanatica alos dulces postre y a toda comida bien preparada y esta manzana se ve deliciosa unmmmm cuando pueda lo voy a preparar bayyyyyyyyyyyy
19 de julio 2010
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