Nadie puede poner en duda el hecho de que algunos acontecimientos que se producen a cortos intervalos en nuestra patria pueden inducir a más de uno a catalogar a la sociedad peruana como una de corte surrealista. Es decir, aquella en la que la sucesión de eventos que ahí se producen no encuentra un hilo de Ariadna lógico que permita entenderlos. Y que por lo tanto, solo pueden ser procesados sicológicamente echando mano de argumentos propios al ámbito de lo onírico, pronunciando presa del desconcierto un “no puede ser cierto” o un “quién entiende esto”.
Pues cuesta comprender cómo a tan pocos días, por no decir horas, desde el momento en el que nuestro excelso escribidor Mario Vargas Llosa fue reconocido con el máximo galardón en el mundo de las letras, el Premio Nobel de Literatura, los peruanos nos encontremos inmersos en medio de un pandemónium mediático. Uno, producto de una noticia que, dando la vuelta al mundo, tiene como trama la disputa, los dimes y diretes, entre el presidente de la República Alan García Pérez y un joven voluntario, Richard Gálvez León, que lo acusa ahora de haber sido víctima de una agresión de su parte.
Cuesta entender cómo, cuando hace tan solo alrededor de 10 días los peruanos votamos a fin de elegir a nuestras autoridades municipales y regionales, un hecho de la mayor seriedad, hoy por razones que resultan difíciles de explicitar nos encontremos, a pesar de que algunos se empecinen en negarlo, en medio de un escándalo que podría traer consigo consecuencias insospechadas para quienes han sido parte, qué duda cabe sin deseo alguno, de ellos. Pues siendo develado por un periódico local, Diario 16, los grandes vectores de la comunicación a nivel mundial ya lo han hecho suyo.
Resulta difícil aceptar que mientras a unos cientos de kilómetros al sur del teatro en el que se ha convertido nuestra ciudad capital, todo un pueblo luchaba por salvar a 33 de sus hermanos, en el nuestro, frente a este éxito sin parangón de la sapiencia y de la solidaridad nacional, nosotros esgrimimos, más allá de la veracidad o no de la información que se vierte sobre este penoso incidente, un escándalo sin nivel alguno. Cuando deberíamos, por el contrario, haber estado juntos desde la más alta jerarquía con este pueblo hermano en estos momentos de trance de humanidad.
Así las cosas, sin pretender para nada sostener que la verdad en detalle no se conozca en torno a lo acontecido el sábado 9 de octubre en el limeñísimo Hospital Rebagliati, queremos sin embargo decir que no hay que restar importancia al seguimiento de otros hechos cuyo desarrollo van a contar en nuestra vida tanto a nivel individual como colectivo. Cada cosa debe ocupar la dimensión que le corresponde. Quizás pues lo que falte, para arrebatarnos del mundo de lo ilógico en que se ha convertido hasta cierto punto nuestra sociedad, solo baste un gesto magnánimo. Para ustedes las conclusiones.