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REVISTA

Lurigancho: el cambio sí es posible

Primera Feria Artesanal de los Internos Pequeño y Micro Empresarios
El martes 16 de noviembre se llevó a cabo en la explanada del penal de Lurigancho la Primera Feria Artesanal de los Internos Pequeño y Micro Empresarios, una demostración de que, cuando se quiere, sí es posible cambiar.
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Lurigancho: el cambio sí es posible

La feria se inició a las diez de la mañana y contó con la participación de Luis Marill del Águila, viceministro de justicia, en representación de la ministra Rosario Fernández; el coronel PNP Fernando Delboy, director de la prisión; el doctor César Vega Vega, presidente de la Corte de Lima; de Carlos Álvarez Osorio, director de la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad; de Aurelio Carlos Uribe, director de la Asociación de Pequeñas y Micro Empresas en Prisión “Padre Hubert Lanssiers”; y de una buena cantidad de jueces.

Hubo un número importante de internos exponiendo sus trabajos en arcilla y otros materiales. El penal de Lurigancho suele ser sinónimo de hacinamiento, enfermedades, broncas y motines. Pero esa mañana pudimos escuchar, además, historias de esperanza y superación.

Fue lamentable constatar, sin embargo, la nula presencia de periodistas. Es la principal queja que escuchamos de policías, jueces y de los mismos internos. “Los periodistas solo vienen cuando hay un motín, cuando decomisan armas o drogas. Pero ahora que estamos queriendo recuperarnos, ni uno solo viene”, se quejaron.

Las personas (y buena parte del periodismo) tienen la idea de que una prisión es un lugar parecido al infierno donde un montón de demonios conviven en una promiscuidad salvaje que incluye sexo, drogas, alcohol, enfermedades contagiosas y una violencia sin límites, con salsa dura como música de fondo.

Una prisión puede ser todo eso y otras cosas peores. Pero en la actualidad hay un grupo de internos dispuestos a demostrar que, cuando se quiere, el cambio sí es posible. Están cansados de vivir entre rejas. Se arrepienten de los delitos cometidos. Derraman lágrimas de desesperación por no poder ver a sus hijos.  

Una prisión debe de ser uno de los lugares donde se puede escuchar la mayor cantidad de historias de todo tipo. Y todos tienen ganas de contarlas. Las palabras que escuchamos con mayor insistencia durante el recorrido de más de cinco horas por todo el penal fueron estas:

“Lo único que quiero es salir de acá. Si hubiera sabido que iba a hacer sufrir a mi familia no hubiera hecho nada. Acá hasta el más hombre llora. Miente el que diga que no ha llorado. Yo acá he visto llorar hasta al más bravo. Acá estoy aprendiendo un oficio, a trabajar por la legal para mantener a mi familia. Eso es lo único que quiero. Ver a mi familia, a mis hijos, darle un beso a mi madre y pedirle perdón por todo el sufrimiento que le he hecho pasar. Y empezar una nueva vida. Olvidarme para siempre de todo esto”.

Viéndolos a los ojos, es difícil no creerles. Las personas tienen todo el derecho de cambiar. Ya han tenido que soportar el estrés que significa vivir por largas temporadas en una de las prisiones más peligrosas de Latinoamérica. Ahora quieren algo mejor para sus vidas y para las vidas de sus familias. Y están dispuestos a esforzarse para conseguirlo.

Felizmente, cuentan con la ayuda de personas como Carlos Álvarez Osorio, director de la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad, quien trabajó durante más de 30 años con el padre belga Hubert Lanssiers, cuyo trabajo en las prisiones peruanas es reconocido por todos. Cuando el sacerdote falleció, en el 2006, Álvarez decidió que continuaría su obra. Y así lo hace hasta la fecha.

“Acá hay que resaltar el excelente trabajo de la ministra de Justicia, Rosario Fernández, y del coronel Fernando Delboy (director del penal)”, dice de entrada. “La ministra está verdaderamente comprometida con el trabajo de los internos. Lo que ella quiere es resocializar a los internos. Algunos políticos piden más cárceles para llenarlas de internos. La ministra quiere ayudarlos a que cambien. Ellos quieren cambiar, pero necesitan que las autoridades los tomen en cuenta. Eso está haciendo la ministra”.

Luego agrega: “Con el coronel Delboy se acabaron las coimas. Ahora ningún policía recibe un sol de coima. La arcilla para el trabajo de los internos entra en el penal sin que se le tenga que pagar un sol al coronel ni a ningún policía. Eso antes no pasaba. Se tenía que pagar aquí y allá y entonces el material salía más caro. Nadie podía trabajar. Eso ha cambiado con el coronel Delboy”.

Después Álvarez añade con una sonrisa, mientras recorremos las instalaciones de la prisión: “Esa era la gran preocupación del padre Lanssiers. Que hubiera autoridades que no fueran corruptas. ¿Cómo les pedimos a los internos que cambien si las mismas autoridades no cambian? Antes había demasiada corrupción. Ahora no. Eso es un gran cambio. El padre Lanssiers debe estar feliz al ver cómo han cambiado las cosas”.

Es cierto que una parte de internos continúa en la misma espiral de drogas, alcohol y desidia que nubla su visión de la vida y no les permite ver que el cambio sí es posible. Esto es una prisión. Y uno puede cruzarse detrás de cada barrote con miradas carcomidas por la pasta. 

Pero también, caminando por sus pabellones, uno puede darse cuenta del cambio de actitud de buena parte de internos. “Nosotros ya no queremos vivir como animales”, dicen. “Nosotros somos personas, nos hemos equivocado, hemos cometido un error, pero seguimos siendo personas. Eso se olvida la gente de afuera. Nosotros mismos vamos a demostrarles que somos personas. Lo único que queremos es que nos ayuden un poquito a difundir las cosas buenas que están pasando acá”.

Si los internos han cambiado, las instalaciones también. Donde años atrás había pisos de tierra, paredes sin pulir y techos repletos de basura y animales muertos, ahora puede verse pisos y paredes de mayólica, techos limpios. En varios pabellones, también, se viene levantando instalaciones que servirán como iglesias para aquellos internos que quieran encontrar el camino de la libertad a través de Dios.

¿Con qué plata se están llevando a cabo estas mejoras? ¿Con dinero del Instituto Nacional Penitenciario (Inpe)? No. Los mismos internos juntan su dinero con la vente de la artesanía que confeccionan en los talleres y trabajan ellos mismos en la construcción de paredes, pisos y techos.  

Quizás uno de los casos emblemáticos sea el de David Oshita, ex interno que permaneció en prisión varios años y que recuperó su libertad hace dos meses. Un buen día se dio cuenta de que el cambio sí era posible. Y cambió. Ahora ya en libertad continúa trabajando con la asociación que dirige Carlos Álvarez, de la mano de su compañero Celso Quispe, quien espera salir libre en unos meses.

“Nosotros empezamos con un horno para quemar la cerámica, pero ahora tenemos nueve”, dice David. “Empezamos con una tonelada de arcilla, y ahora trabajamos cinco toneladas. Con la ayuda de la Asociación, nosotros mismos administramos el proyecto. Nosotros somos responsables de su desarrollo”.

El taller de cerámica empezó en el pabellón 19C en un espacio de dos por dos. Ahora funciona en el pabellón 19A con un área de 1,000 metros cuadrados. El taller cuenta con anexos en los pabellones 3, 5, 7, 9, 10, 11A y B, 12A y B, 16 y 19B y C. Empezó con 10 personas, pero ahora diariamente asisten más de 120 pertenecientes al 19A y unos 200 de otros pabellones.

A la salida, Carlos Álvarez me cuenta una anécdota: “Una vez un interno vino a llorar porque se le había muerto la mamá y no le habían dado permiso para ir al entierro. Yo le dije que en lugar de estar llorando y fumando como una rata se pusiera a trabajar y así su madre iba a estar feliz en el cielo. Desde ese día empezó a venir al taller. Ya no fumaba. Se puso a trabajar. Cambió. Como ese caso, hay cientos. Y pronto habrá miles. Esto va a cambiar”.

Fotos: César Revilla

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COMENTARIOS
1 comentarios      
Buena nota. Noton!
23 de noviembre 2010
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