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PLANTA DE LOS DIOSES

El Ayahuasca
Planta Alucinógena que acompaña desde siempre al peruano, al Ayahuasca, hace algunos años, la ciencia médica le ha descubierto propiedades químicas asombrosas, de gran valor para su aplicación terapéutica en la sociedad de nuestros días. De misteriosas propiedades, la "Banisteriopsis Caapi" pertenece a la familia malpighiáceas, en la que se han identificado 23 especies aún poco estudiadas.
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PLANTA DE LOS DIOSES
El Ayahuasca, leñosa liana trepadora de ramas grises o parduzco brillante, de hojas simples, que posee tan solo cuatro flores color amarillo o rosa pálido de cinco centímetros de largo, ha cobrado de un tiempo a esta parte tanta importancia que incluso, su bien ganado prestigio alcanza el campo científico. Su utilización, consolidada por la práctica en el campo de la medicina popular, y ahora en el de la psiquiatría, constituye la prueba palpable.
Planta silvestre, que crece por toda la amazonia baja, es utilizada desde tiempos inmemoriales por los nativos provenientes de diferentes familias étnicas.
Naciones que en sus lenguas bautizaron a esta planta con multiplicidad de nombres, que compiten ahora entre si por resaltar el potencial que yace en ella. Poder curativo usado por todos los chamanes amazónicos para sanar a los miembros de su comunidad.
Es el caso, por todos hoy conocido, de una de las 32 especies de la familia del Ayahuasca, la denominada Banisteriopsis SSP, usada solo por los chamanes de las tribus, que se ha constituido para ellos el instrumento principal en el difícil arte de diagnosticar enfermedades o, en la aún más complicada tarea, la de librar a su pueblo de desastres y profetizar escrutando el futuro.
“La maestra de la medicina es el Ayahuasca” nos dicen los viejos maestros chamanes”, duchos en el uso vernacular de la Banisteriopsis SSP, y que encontramos en la preparación de este artículo. Y quienes con sencillez nos dicen que también hay otras especies de la numerosa familia del Ayahuasca que realizan la función terapéutica de esta especie que ellos llaman “la planta de los Dioses”, que “no ha develado aun todos sus secretos”.
Ya que como el chamán Campa nos dice, corroborando lo que dice su colega Conibo-Shipibo, “bajo los efectos del Ayahuasca, cuando los buenos espíritus cantan y danzan frente a él, adquiere una voz misteriosa y distante, convirtiéndose así el canto del chamán en el eco de una voz emitida por los oráculos”. Una voz curativa, que sana actuando en el inconsciente humano, al desencadenar una catarsis liberadora.
No exageran, pues solo hace muy pocos años han sido puestos en evidencia científicamente más principios químicos de esta planta. Ya que uno de los alcaloides, al que le debe algunas de sus sorprendentes cualidades, fue aislado. Y, sin mediar eufemismo alguno, le llamaron Telepatina debido a sus propiedades telepáticas, que bien podrían revolucionar la neuropsiquiatría y su ejercicio.
Y de ser así, atrás quedarían los tiempos cuando solo los nativos enseñaban los secretos depositados en esta planta a los colonos que indistintamente y durante siglos han llegado a la amazonía, quienes, tras años de preparación ayunando en comunión con este arbusto, se convertirían en maestros ayahuasqueros, prestos a curar a través de la psiquis humana.
Pues, el Ayahuasca, especie que algunos categorizan como un estupefaciente cualquiera, ignorando que su consumo es completamente lícito en países como Ecuador, Colombia y Brasil, además del nuestro, tiene todas las cualidades para convertirse con el tiempo en uno de los productos con el que el Perú una vez más podría contribuir al avance de la medicina en la humanidad.
Sus alcaloides, entre los que destacan, además de la Telepatina, la Metoxiptrittamina, de eficacia en el tratamiento del Parkinson y de algunas psicosomatías raras en el ser humano, junto con la Harmina, Harmol, Vaticina, Ácido Metil-ester, así como el Harminico, la Banisterina, las Betacarbolinas y el Marmot, entre otros, constituyen la prueba de su potencial benéfico en la medicina.
Ah, pero no solo en ella a decir de los estudiosos, ya que en la antropología se demuestra que casi todos los elementos decorativos en el arte nativo de la amazonía provienen de visiones alucinógenas y sicodélicas. Efectos ópticos en los que no sería ajeno el Ayahuasca. Ejemplos abundan en los diseños textiles, en su cerámica, en los frontispicios de las malocas. No debería sorprender escuchar entonces de boca de los nativos que estos diseños “es lo que vemos cuando bebemos Ayahuasca”.
Será, por todo lo dicho, acaso esta planta un instrumento natural para llegar al conocimiento del verdadero rol del pensamiento y a la mejora de su relación entre el ser humano con el medio ambiente y la naturaleza. Algo ya se dice sobre esto, aunque no lo suficiente, dado el potencial curativo de esta planta con la que el Hacedor premió a nuestra naturaleza y al hombre que habita en ella: el peruano.
UNA EXPERIENCIA CON EL MAESTRO ANTONIO
Habiendo surcado un brazo del Amazonas, atravesamos la tierra de los Huitotos y los Yaguas. Caminamos más allá de lo esperado, hasta la malokita, suerte de cabaña selvática hecha de bambú y ramada. Con machete en mano el Maestro Antonio inicia su marcha hacia el bosque encantado para ir al encuentro del Ayahuasca.
«Cada parte de la liana llama a un viaje distinto, distinto si está brotada, si es seca… si escoges el nudo de la planta», me dice el Maestro Antonio mientras la cortaba, y dialogando con ella a solas le decía: «a ti te voy a llevar ayahuasquita para que me des visión, me hagas ver la luz, me hagas ver todas las estrellas, ayahuasquita, me hagas ver el universo».
Al final de la tarde y tras largas horas de haber hervido mezclada con hojas de la hierba Chacruna en una gran marmita, la esperada ceremonia se inicia, la pócima esta lista. Listos para, en medio de los sonidos que surgían de la espesura de la selva, tras un trago, dos tragos, tres tragos, el líquido se desliza amargo y espeso por mi garganta.
La noche es densa, tan densa que hasta la luna y las estrellas habían huido. Una catarata de ruidos corta la húmeda oscuridad de la selva. Las tinieblas me juegan una mala pasada. El Ayahuasca destila en mi conciencia. La fantasía ocupa el lugar de lo invisible. La boca, pastosa, sabe a tierra. Mi lengua y las paredes de mi garganta parecen estar cubiertas por una película de plástico.
A mi costado está el Maestro. Siento el olor de su ropa. Casi puedo ver, sin mirar, la piel resbaladiza de su rostro. Sus poros están abiertos, muy abiertos y yo me deslizo dentro de ellos, delgado como una aguja. Y me pregunto ¿Será mi único guía en este crucero sin timón ni brújula. El qué me tirará de un brazo si me sumerjo en una pesadilla de sapos y culebras? Aquí está felizmente Antonio.
Deben ser las diez de la noche. Me levanto y arrojo. “Te estás limpiando por dentro”, me dice el Maestro. Me recuesto de nuevo. Sé que estoy ahí, estático y con los ojos cerrados. Lo sé porque estoy viéndome desde arriba. Se ha producido mi desdoblamiento. Veo mis secretos. Reflexiono. Veo amarillo a mi costado y todo negro otra vez. Felizmente Antonio está ahí, a mi lado, sabedor que su guía es imprescindible.
Pues el negro se convierte en un túnel, el túnel de la selva oscura por la que corro recibiendo el latiguear de las ramas de los árboles. Al fondo está la luz. “Ayahuasquita, a ti te voy cantando, ayahuasquita, a ti te voy dejando” son las palabras del Maestro. Amanece. Veo los árboles horizontales. Claro, mi cabeza aún yace sobre el suelo. “Yo no soy el que cura, el que cura es la medicina, el doctorcito Ayahuasca, ya verá”, me dice Antonio, el Maestro.
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