La historia del encuentro de Jennifer y Elisabeth con el Perú empezó cuando ambas se acercan, a través de la ONG EcoSelva, a la propuesta de Econtinuidad. Se ofrecieron como voluntarias en Alemania para trabajar durante un tiempo en alguna iniciativa interesante y así enriquecer sus vidas con experiencias nuevas y únicas.
Su destino era desconocido, ellas dispusieron las manos y el corazón a trabajar y lo que hallaron fue, a decir de ellas, más que reconfortante. Posiblemente una de las barreras más complejas de superar fue la que impone el idioma, ninguna lo dominaba a la perfección y sin importar eso se lanzaron a la aventura de descubrir el Perú y descubrirlo con el espíritu de Econtinuidad.
Esta institución que tiene ya 10 años de presencia, enrumba la educación de niños de 17 colegios estatales de Cusco, ubicados en zonas rurales, a través de los Biohuertos Educativos, así como en muchas otras ciudades, incluida Lima. Idea que surge de su fundadora Sophie Dmitrieff, que siendo geógrafa y administradora de empresas de profesión, encontró en su camino personal una herramienta colectiva e individual para equilibrar, reconectar y embellecer el camino de muchos niños del Perú.
Con el amor profundo que la tierra les inspira y sobre todo el respeto por las costumbres de cada localidad, Econtinuidad va sembrando y enseñando cómo a partir de un pequeño biohuerto se puede sacar lecciones de vida impresionantes. Fue en este marco de trabajo que Jennifer y Elisabeth se unen al equipo -dirigido en Perú por Héctor Yarasca y Rosaura Huanacune- y comienzan a trabajar.
Jennifer de 25 años terminó su carrera técnica antes de venir, pero no tenía nada que ver con ecología. Quería conocer algo diferente, otra cultura, otro idioma. Durante los tres primeros meses se adaptó al español y poco a poco fue asumiendo más funciones en la organización: “No hemos conocido solo las ciudades, sino la realidad como es. La experiencia me ha influido mucho, voy a empezar estudios en educación, yo sabía que este proyecto me iba a ayudar mucho porque trabaja con colegios, profesores, los niños y directores. Estar acá ha valido tanto la pena que no he extrañado mucho, en poco tiempo encontré todo lo que necesitaba, amigos, una familia en Rosaura y Héctor. Cusco me impactó mucho porque está muy comprometido con el proyecto, está muy desarrollado; en cambio Comas, en Lima, que me gusta mucho, está empezando, aunque ya se ve el avance”.
Descubrir el mundo siendo un voluntario implica una determinación diferente, particular, asumir el compromiso de trabajo motivado por el entusiasmo y las puras ganas de servir, pero sobre todo, ganas de aprender. Dejando de lado la posibilidad de ser un turista que solo observa de lejos, sino integrarse con una mirada más real, más auténtica. Ellas no fueron turistas en esta ocasión, ya que conocieron un Perú que tal vez muchos de nosotros como peruanos aún no hemos descubierto, han podido ver ese rostro que no solo brilla en las ciudades capitales, sino más bien que es la esencia de un país que tiene mucho para dar.
Elisabeth tiene 21 años, hace unos años terminó la escuela, estuvo trabajando y decidió emprender este viaje sin hablar una sola palabra de español: “Un año antes de terminar la escuela sabía que quería ir a algún lugar del mundo como voluntaria. Estuve en África cuando estaba en secundaria, pero solo un mes. A Perú llegué sin pensarlo porque no conocía el idioma, pero como nadie hablaba inglés tuve que aprender, todavía no hablo perfecto pero se entiende (risas). Las experiencias que he vivido me han influido mucho, sobre todo las cosas que he visto en la sierra; para mí es increíble que en esa zona todavía haya vida. Mis abuelos eran campesinos y crecí en su granja, tengo una idea de la agricultura, por eso me parece increíble que siendo la vida tan dura, que el suelo no les de tanto, que ellos tienen que trabajar mucho, porque todavía su trabajo es físico, igual sean felices, tienen lo suficiente para vivir. Cada mañana se levantan a las 4 de la mañana y están alegres, no tienen mucho y te dan todo lo que tienen, eso me encantó. Ahora quiero conocer más pueblos, más lugares del mundo, más formas de vivir”.
Jennifer y Elisabeth hicieron todas las actividades que Econtinuidad plantea, organizaron talleres, trabajaron la tierra en la instalación de los biohuertos, instalaron las parcelas, motivaron a los maestros en grupos que podían sumar más de 40, hablaron con los directores y autoridades de las escuelas, es decir, les permitieron involucrarse en cada parte del proceso de los Biohuertos Educativos, experiencia que marcará sin duda su vida para siempre.
Era la primera vez que Econtinuidad tenía voluntarias por tanto tiempo, lo que les ha permitido como institución fortalecer sus parámetros y descubrir que el tiempo no ha pasado en vano, que las lecciones aprendidas han valido la pena, que como propuesta educativa y ecológica tienen mucho para dar y enseñar.
Haber visto cómo estas jóvenes desarrollaron su capacidad de generar soluciones en situaciones adversas, haber logrado motivarlas 365 días y haber recibido la mejor actitud de parte de ellas, ha significado un gran avance para Econtinuidad. Rosaura nos comentó que en menos de dos semanas llega otro joven voluntario, lo que evidencia que el trabajo e inspiración seguirá dando sus frutos.
Jennifer y Elisabeth regresan a Alemania agradecidas, repletas de buenas experiencias y satisfechas por el contacto directo que tuvieron con el Perú, con su tierra y con su emprendimiento, digno siempre de aplaudir.