¿Cuántos, en el Perú de nuestros días, el país de la bonanza macroeconómica, se plantean preguntas sobre la presión que podrían ejercer, aunque en forma silenciosa, fuerzas centrifugas sobre la cohesión de nuestro territorio, amenazando así con segmentar la unidad nacional y desgarrar en forma artera a nuestra patria? ¿Cuántos? Sin exagerar, no creemos sean muchos. “¡Que levante la mano quien así piensa o que calle para siempre!, luego no habrá lugar para lamentos y reclamos”, ya más de uno dice.
¡Qué va!, retrucará alguno, aduciendo, si se insiste, que cuando la acumulación de riqueza se consolide, todo ese cuento neo-nacionalista de la división territorial se desplomará como un castillo de naipes ante la sinergia cohesionadora de la prosperidad hecha suya por el país en su conjunto. ¿Por qué cuesta admitir esto?, podrían decir e incluso añadir: “¿acaso, en los últimos días, el reconocimiento a los méritos macroeconómicos del país otorgado por una de las más prestigiosas evaluadoras de riesgo financiero a nivel mundial no constituye una prueba fehaciente de que avanzamos en esa dirección?”. Claro…
Sin embargo, sin fungir de agoreros, podemos señalar que hay razones que podrían constituir una señal de alerta. Pues, más allá de relativizar los gritos autonómicos del presidente regional de Puno, ¿acaso en la dermis societal del altiplano peruano no subyacen fuerzas centrifugas que podrían catalizar ese protervo designio mutilador del sagrado territorio patrio? Desafiando así el argumento de aquellos que sostienen que la gran y dinámica presencia de la población altiplánica en el territorio nacional constituye una prueba de su vocación integradora y unificadora de la peruanidad.
Acaso, la fuerza aglutinadora que es el empuje del oriente peruano hacia su vertiente occidental, en pleno proceso de construcción de grandes troncales transoceánicas del Atlántico hacia el Pacifico, ¿debería permitirnos descartar de plano que hay en territorio oriental algunos grupos que estarían mirando, aunque de reojo, más al oriente que a su occidente, para de esa forma hacerle juego a oscuros y mezquinos intereses económicos que no sabemos a quiénes obedecen? Mucho cuidado con la desidia, en estos casos equivaldría a lo irreparable: el desmembramiento nacional.
Y en el caso del Perú nor-costeño y costeño central, el de mayor vocación y posibilidad de integrarse hoy al mundo globalizado, aquel que ve a
Ante esto, cabe, sin el propósito de generar ninguna alarma en el país, pedir que se ponga sobre el tapete de la discusión nacional y que se evalúen los hechos producidos últimamente en el Perú altiplánico, poniendo así coto a cualquier intento que pretenda mellar la majestad e integridad del sagrado territorio nacional. A tomar las necesarias medidas y que se dicten las leyes. A corregir los errores y que no se repitan las omisiones al impulso descentralizador. ¡Es ahora y no para luego!
La fiera dormida del separatismo y la desunión nacional acecha con su zarpa, esperando así su oportunidad.