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REVISTA

Su educación: ¿En la calle?

Etiqueta social
Cada vez es más frecuente percibir cómo nos hemos "acostumbrado" a convivir con formas de conducta que confirman la ausencia del buen comportamiento en los espacios públicos. Lo observo cada fin de semana al salir con mi madre a pasear, hacer compras, acudir a un establecimiento comercial o simplemente cruzar una céntrica avenida.
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Su educación: ¿En la calle?

En este aspecto deseo reiterar, con especial énfasis, que la educación debe asumirse como una cultura de vida que se ejerza de manera sostenida, continua y sin distinción de circunstancias o acontecimientos como habitualmente sucede. Incluso existen personas –de variadas edades y procedencias- que creen válido aplicar las pautas de cortesía en función del estatus, jerarquía o alguna otra “característica” social o subjetiva. Nada más equivocado.

Quiero compartir con usted una anécdota que no puedo olvidar. Recuerdo, hace unos meses, haber sido tratado con meritoria amabilidad por el funcionario del área de Imagen Institucional de una entidad. Un par de horas después de la afable atención ofrecida en su oficina, lo encontré saliendo de almorzar de un restaurante y grande fue mi sorpresa al observarlo escupir en la calle, no ceder el paso a personas mayores y limpiarse la boca con un mondadientes.

A continuación deseo describir elementales patrones que deben aplicarse en la calzada. Evidencia nuestra cortesía cuando al caminar brindamos el lado de la pared a señoras, señoritas, ancianos y caballeros acompañados por niños. También a individuos que por su estado físico lo requieran. Veo, casi a diario, hombres que se “atrincheras” en el sitio que no les corresponde para cubrirse del sol.

Cuando viaja en transporte masivo ceda el asiento a los mayores, embarazadas y discapacitados. No debiera haber una norma legal que establece “lugares reservados” para ejercer la más elemental deferencia en estas ocasiones. Esta disposición muestra nuestro deterioro educativo. De no existir la obligatoriedad de la ley, probablemente las visibles expresiones de desconsideración se incrementarían.

En la calle ayude a pasar la pista a ancianos y ciegos; respete las señales de tránsito y atraviese solo por el crucero peatonal; no estacione su auto en el lugar reservado para personas con discapacidad; se recomienda saludar con deferencia a cualquier semejante; no llame gritando de una vereda a otra, es una falta de delicadeza; si se encuentra con una dama que no autoriza el saludo con su mirada, usted no la incomode saludándola. Recuerde que la mujer determina cómo desea ser saludada; ella deberá facultar (reitero) el saludo del caballero.

Un detalle que podría considerarse innecesario. Antes de dar la mano, percátese de su limpieza y si será bien recibida. Cuando nos encontramos con personas de mayor rango, espere que nos la ofrezcan antes de tenderla nosotros. Tampoco tienda la mano a quienes se encuentren transportando paquetes o no estén en condiciones de recibirla. Sea pertinente en esta situación. Es incorrecto ver habitantes que la extienden sin tener en cuenta la incomodidad generada por su actitud.

La actuación de la ciudadanía facilita conocer el escaso sentido de pertenencia e identidad que tenemos en estos lugares que no los consideramos como nuestros. Sino fuese así, no habría sujetos que arrojan basura, escupen, maltratan instalaciones públicas e incluso orinan o defecan. Sin contar a quienes se echan en las bancas de los parques y hacen inscripciones. Todo ello exhibe una escasa identificación con el entorno.

En el ámbito educativo (escuela, familia, etc.) se tiene que trabajar para formar una colectividad comprometida con su contexto social y cultural y, consecuentemente, preocupada por respetar a sus semejantes.

Nos corresponde afianzar una comunidad en donde cada integrante sienta suyo el ambiente del que es parte y, de esta manera, aprendamos a vivir en condiciones armoniosas, pacíficas y tolerantes. Tarea nada fácil si analizamos las enormes apatías e indiferencias que constituyen el “pan nuestro de cada día”.

El Perú, amigo lector, es un país de permanentes, nuevos y grandes retos. Desde mi punto de vista, este es uno de ellos: dedicarnos a educar y sensibilizar -con el ejemplo de vida- a hijos, alumnos y al prójimo.

Este proceso de formación demanda una secuencia de acciones en la que todos debemos asumir roles y responsabilidades y, además, es una noble labor de largo aliento que requerimos empezar ahora. Recapacite estas sabias palabras del escritor y jesuita español Baltasar Gracián: “Ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo”.

Por Wilfredo Pérez Ruiz

Expositor de etiqueta social en el Instituto de Secretariado ELA y la Corporación Educativa Columbia. Docente y consultor en protocolo, imagen personal e institucional y etiqueta.

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