Carlos Slim es de las personas que nunca deja un sueño sin realizar. Cuando algo se le mete a la cabeza, lo procesa y busca las mil y una formas de volverlo realidad. Esa es, con seguridad, la principal explicación a la fórmula de su éxito profesional.
Hoy no solo es el hombre más rico del mundo, con doble mérito al tratarse de un latino -que ha hecho su fortuna a través de la compra de empresas a precios bajos y convirtiéndolas después en monopolios rentables-, sino también un filántropo a su estilo que busca devolverle a su país lo poco o mucho que le debe en este mundo.
Fue así que años atrás Slim tuvo la idea de darle a México un motivo por el que sentirse orgulloso y que acerque a su gente a lo más selecto del mundo de la cultura.
Como dirían algunos, quería que su país se conociera no solo por sus tacos, su tequila y sus bellas playas, sino también como un destino obligatorio para admirar las obras maestras del arte internacional.
Y Slim, que todo lo puede a sus 71 años y sus más de US$ 74,000 millones, empezó por idear un lugar que sea completamente diferente a lo visto por cualquier mexicano acostumbrado al Bellas Artes o la casa-museo de Frida Khalo.
Quería algo de acuerdo a su prestigio… y su fortuna. Fue así que contactó con su yerno, el arquitecto Fernando Romero, y solo le dio una orden: “Hazlo mágico”.
Romero, de 39 años, famoso por sus ideas extravagantes, orgánicas y surrealistas, demoró varios meses hasta que por fin dio a luz un proyecto que es único en la región.
Se trata del Museo Soumaya, una especie de hongo gigante revestido en aluminio brillante que se alza a 45 metros de atura y que es el aposento para la colección de arte que el magnate ha logrado reunir en más de cuatro décadas y que es una de las más importantes del mundo.
Con más de 17,000 metros cuadrados y divididos en seis pisos el museo, inaugurado el pasado 29 de marzo en la capital mexicana, muestra al público las 16 colecciones de Slim, que suman unas 66,000 piezas.
Allí puede encontrarse obras desde Da Vinci, Toulouse-Lautrec, Picasso y Dalí, hasta Ribera, Renoir, Matisse, Brueghel y Miró. Incluso hay reliquias religiosas y hasta un tesoro de monedas de la época virreinal.
Quienes ya lo han visitado no tienen más que palabras de elogio para la monumental obra que alberga nada menos que la segunda colección de Rodin más grande del mundo en manos privadas.
“Es el sueño de cualquier museo”, declaró el director Alfonso Miranda, indicando el inmenso espacio de 1,600 metros que forman la gran sala principal, que es iluminada con luz natural, y que tiene como principal característica no contar con ninguna columna de soporte. Todo un reto para una ciudad asentada en una zona altamente sísmica.
“Nuestro objetivo es formar capital humano a través del arte, la cultura y la educación”, declaró Slim el día de su inauguración.
Cabe destacar también que la entrada al Soumaya será gratis y que será la Fundación Slim la que asumirá los costos del mantenimiento que bordearía el millón de dólares al año.
El nombre de Soumaya es en honor a la esposa de Slim, quien falleció en 1999 y que era una gran amante de las artes. El museo de encuentra dentro de un complejo comercial de US$ 800 millones, también de propiedad del magnate mexicano. Debido a su extraña forma, la población mexicana ya le ha puesto un sobrenombre al Museo Soumaya: “La licuadora”.
Hasta ahora se calcula que más de 30,00 personas ya han visitado el Soumaya y que en un año podría llegar a un millón. Una cifra impresionante que demostraría que la gente no solo quiere diversión superficial y sin sentido en este mundo globalizado, sino también arte, cultura viva de los maestros.