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REVISTA

EL ÚLTIMO ENSAYO

Yuyachkani:
Un grupo de actores de teatro venido a menos se apresta a rendirle un homenaje a La Diva, una artista centenaria que refleja a través de su voz los momentos más celebrados y los más álgidos de nuestro país. Esta diva no sería otra que la mundialmente famosa cantante Yma Súmac, la cajamarquina universal de 86 años, Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo.
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EL ÚLTIMO ENSAYO

Pero Yuyachkani ha querido expresar algo más complejo que la biografía personal de una leyenda del canto. Lo que ha intentado articular es, nada más y nada menos, un bosquejo de la historia reciente del Perú y de América Latina, sin descuidar la historia personal de La Diva y la historia individual y colectiva del grupo.

 

De esta forma, aparecen proyectadas imágenes de personajes peruanos y extranjeros de diferente origen, tales como José Carlos Mariátegui, Augusto Pinochet, Raúl Reyes, Ingrid Betancourt, George Bush, Hugo Chávez, Rafael Correa, César Vallejo, hasta llegar a Abimael Guzmán. Sobre las tablas, los actores cantan, bailan, declaman, se contorsionan, ríen, lloran, se embriagan y se increpan unos a otros sobre sus respectivos desempeños profesionales y, por qué no, su devenir en la vida.

 

Sin embargo, por más esfuerzos que hacen, no parecen ponerse de acuerdo sobre un punto crucial en la obra para la que realizan el último ensayo que da título al montaje: quién representará a La Diva. Las cuatro mujeres y los tres varones sobre el escenario la caracterizan en algún momento, logrando hacerlo todos de manera convincente. No obstante, una cuestión sin respuesta queda en el aire: ¿por qué La Diva jamás llega?

 

Esta interrogante conlleva a otras. ¿El homenaje es un mero pretexto de los actores para reunirse a pesar de su evidente decadencia? ¿La Diva es un personaje inventado que sólo sucede en la mente de los actores? ¿La Diva es en realidad La Historia siempre por venir, siempre por inventarse? Porque, como se dice en algún momento entre las decenas de párrafos que aparecen bajo las imágenes que nunca dejan de proyectarse, “la historia es una pesadilla de la que no se puede despertar”.

 

Si respondemos de manera afirmativa a la última de las preguntas, caben otras más. ¿La Diva en realidad está muerta? ¿Esperan los actores a un personaje muerto? ¿Esperan los actores a la muerte? Por último, ¿están los actores en realidad todos muertos?

 

Porque todo se sucede bajo una presencia tan constante y perturbadora como La Diva: La Muerte. En determinado momento, los siete actores se calzan unas máscaras cadavéricas que los igualan entre sí y que los  asemejan peligrosamente a aquella que viene armada de guadaña y esqueleto. Esto respondería de manera afirmativa a la última interrogante formulada.

 

La puesta en escena no responde a ninguna de las preguntas. Se limita a sugerirlas. Porque, como reza un viejo axioma del teatro y del arte en general: una vez que la obra sale de las manos del artista y es espectada, vista o leída por el público, a éste le corresponde la misión de terminarla y hallarle su personal significado, con los datos que le proporciona su propia experiencia y sensibilidad.

En esta obra de Yuyachkani, esa premisa se cumple cabalmente. Ellos han querido que seamos nosotros, los espectadores, quienes finalicemos la obra, a nuestro gusto y placer. Es ahí donde residen la maestría y el encanto de El Último Ensayo. No nos han defraudado. Nosotros no podemos hacer menos.

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