“Hoy estoy abajo, mañana quizás siga en el mismo lugar, pero, si las cosas cambian, puede que no me encuentre aquí mismo mañana más tarde en la sociedad”, me dijo un conductor de taxi hace algunas semanas, antes de preguntarme “¿qué hay que hacer para que cambien las cosas y los peruanos podamos ascender y realizarnos socialmente en nuestra patria?”. “¿Educar mejor a nuestras gentes señor?”, insistió. “Claro que sí, claro”, le respondí, justo cuando dimos con nuestro destino final. Lástima. Me hubiera gustado exponerle mis razones.
Que en realidad no son muchas, quizás se reduzcan a una que, por lo demás, creo que son las mismas que las de mi ocasional y lúcido interlocutor, o las de cualquier ciudadano de a pie en el Perú de nuestros días que desee una sociedad vital y dinámica que consolide la posición de nuestro país en la senda del desarrollo. “Solo educando a nuestro pueblo podremos movilizar sana y genuinamente a nuestra sociedad”, hubiese empezado por decirle.
“No hay otro camino, le hubiese dicho enseguida, que el de reparar y echar a andar el ascensor social por antonomasia que es el sistema educativo”. “No estoy descubriendo nada nuevo bajo el Sol, todas las sociedades que se precian hoy de formar parte del mundo desarrollado apostaron un día por movilizar masivamente a sus gentes a través del acceso a una educación de calidad proveída con criterios de universalidad”, hubiera también añadido. Esto más allá de la oferta educativa proveniente del sector privado.
¡Sí señor!, movilización social es lo que necesitamos para insertarnos en el juego que nos plantea el mundo globalizado, el que, exigiendo eficiencia si lo que se quiere es no perder en la aldea global que es nuestro planeta, pide también implícitamente de sociedades como la nuestra, una nueva dinámica social, que no es otra cosa que el lograr que el hijo de un obrero, campesino o informal, bien educado y capacitado, pueda competir en igualdad de condiciones con sus pares de otros estratos socioeconómicos.
Porque de lo contrario señor, de no suceder esto, creo yo, lenta pero sostenidamente, iremos, en el mejor escenario, hacia el impase social, o en el peor hacia lo que significaría la muerte cívica, partera de la disgregación social y económica, con las consecuencias nefastas no propias de una nación como la nuestra que ha demostrado en el curso milenario de su historia capacidad para confrontarse y superar todos los retos que le ha planteado su destino.
¡Dinamicemos pues a nuestra patria! Que el Estado esté a la altura de las apremiantes necesidades que la educación actual demanda para los hijos de nuestro pueblo. Que los maestros entiendan que lograr la excelencia en la educación es un deber y una responsabilidad ineludible, aportando su cuota de sacrificio y mística magisterial, esencia misma de su vocación. Que el estudiante, al sentir que el Estado y sus maestros, en sinergia velan por el interés general, encuentre la confianza necesaria para construir su futuro.