Tan ético es luchar contra los corruptos que se llevan gran parte de los recursos que pertenecen a todos los peruanos como lograr que los marginados del sistema accedan, poco a poco, al progreso y se inserten en la sociedad con las mismas oportunidades.
Estas banderas no son ideológicas, no representan ni al capitalismo ni al socialismo, son compartidas por ese vasto sector que desea el progreso igualitario, que espera un tiempo nuevo con justicia social y sin corrupción, que guarda las mayores expectativas que colocan a Ollanta Humala en el partidor, listo a recibir el apoyo de los peruanos capaces, honestos y de buena voluntad.
Y es su imagen de peruano de buena voluntad, sencillo y sin soberbias, la que Ollanta Humala ha paseado por Brasil y el cono sur, logrando que se disipen los irracionales temores creados a mansalva por los grandes medios escritos y por la televisión, con saludables excepciones. Un mea culpa fuerte y extendido debería escucharse. Fueron ellos los que perdieron la batalla en la que se empeñaron sin tregua ni merced buscando demoler a Ollanta Humala y Gana Perú en el proceso electoral.
Y ahora deberían asumir que, reconviniendo su campaña, un 70% de encuestados aprueba la actuación del presidente electo y que solo 6% opina que hará un mal gobierno contra un 78% que piensa en un buen o regular gobierno. ¿Dónde quedaron su influencia y sus malas artes de manipulación que con tanto impacto y oportunidad denunció Mario Vargas Llosa? La opinión pública les dio la espalda.
Una encuesta de la PUCP les concede solo el 48% de credibilidad lo que es un exceso para una caída tan estrepitosa. Deberían recordar que medios sin confianza son empresas descapitalizadas. Trabajan con la confianza al igual que los bancos pero no parecen querer asumir su derrota.
Ollanta Humala no podría ni arriar ni declinar sus banderas éticas pues son las que hicieron la diferencia. Bien lo ha dicho Vargas Llosa en reciente columna. El triunfo de Ollanta Humala ha mostrado que todavía queda una mayoría “no maleada por tantos años de iniquidad y perversión de los valores cívicos”. Y la diferencia es de apenas tres puntos lo que apuntala la necesidad de que la gente honesta y capaz deba poner el hombro a la manera de una cruzada ética.
Y debemos comenzar por mostrar claramente cómo y por qué las bases de sustentación de la democracia son actualmente tan débiles. Cuán responsables somos de no haber sabido o querido informar y esclarecer respecto del inmenso daño que el fujimorismo propinó a la moral colectiva, infectando a más de la mitad de la población de cinismo activo y permisivo con la corrupción.
Dejamos crecer el monstruo. Con mucha razón Vargas Llosa nos habla de la “regeneración moral y política de una nación a la que el terrorismo de un lado, y del otro una dictadura integral, han conducido a tal extravío ideológico”. Entenderlo implica una tarea larga, extensa y amplia, que no solo compete a Gana Perú y sus aliados.
La opinión pública acoge con serenidad y aceptación la propuesta de un gobierno de concertación nacional que conduzca Gana Perú y vaya más allá de quienes lo apoyaron en segunda vuelta, cerrando el paso al retorno del fujimorismo. Este precoz 70% así lo indica. Al igual que el deseo de un Gabinete que reúna a diferentes partidos de centro y centro izquierda, a independientes junto a dirigentes nacionalistas.
Todo ello sin olvidar que quienes ganaron las elecciones son nítidamente los convocantes. Que nadie pretenda imponerles o sustraerles banderas. Son los titulares del gran cambio y deberán buscar aliados sin perder sus signos de identidad. Lo más importante: la atención a los marginados y pobres y el combate a la corrupción. Unir fuerzas sin arriar ni modificar banderas éticas que inspiran una verdadera larga lucha para que siga ganando el Perú.