Hace muchos años que hablar de la capital del Perú no se circunscribe a la belleza arquitectónica de las antiguas edificaciones del Centro de Lima ni al tradicional paseo por el Jirón de
Pero al ahondar más en los atractivos que esta ciudad encierra, su pasado se convierte en el principal punto de partida. Y es que, tras el descubrimiento de
Aunque a estas alturas, de las más de 300 huacas que existieron en Lima, menos de dos decenas permanecen en pie, o por lo menos gran parte de ellas, nadie dudará en afirmar que se trata de verdaderos complejos arqueológicos que se construyeron sobre la base de barro –y piedra, en contadas ocasiones –, convirtiéndose en la principal prueba de que nuestra capital va camino a consolidarse como la capital más antigua de América Latina.
No en vano, Caral fue la capital del estado político más antiguo que se formó en América, edificada por el primer Estado que se formó en el Perú, una de las más importantes civilizaciones del planeta, alrededor de 4,400 años antes que gobernaran los Incas, desarrollada casi en simultáneo con las de Mesopotamia, Egipto, India y China; muchísimo antes que el mundo imaginara rendirse ante la incontrastable belleza de Machu Picchu. A lo que se suma, según la historiadora Beatriz Suárez, el complejo arqueológico conocido como Huaca Rosada, que construido de piedra y barro, sería el monumento arqueológico más antiguo hallado en los valles de Chillón, Rímac y Lurín, debido a que tendría una antigüedad aproximada de 4,500 años y pertenece a una época denominada pre-cerámica, la misma que acoge a edificaciones como Caral.
DE HUACAS Y ‘APUS’
Pero, lejos de comprobar que Lima es la ciudad más antigua de América, ¿por qué se construyeron en el Nuevo Mundo?, ¿qué significado tuvieron estas edificaciones?, ¿cómo fueron construidas?, ¿a quiénes rendían culto con estas edificaciones?, y, sobre todo, ¿son las huacas los verdaderos hitos fundacionales de la sociedad y de la identidad limeña y peruana?
Con el descubrimiento de Caral quedó confirmado que los habitantes del Perú se adelantaron 1,500 años a los de Mesoamérica, el otro foco civilizatorio de los seis reconocidos mundialmente, y en más de 3,000 años a la sociedad que edificó las reconocidas ciudades mayas, pero a diferencia de Mesopotamia, Egipto e India, que intercambiaron conocimientos y experiencias, la sociedad Caral–Supe, al igual que otras poblaciones peruanas, lograron un avance sin precedentes en completo aislamiento de sus coetáneas de América y del Viejo Mundo. Una clara muestra de lo que los habitantes de ese entonces lograron con sus edificaciones: las huacas.
Construidas pensando en mantenerse vivas en el tiempo, las huacas –que en quechua se escribe wak’a– son lugares sagrados, desde su edificación, donde se erigían plataformas para realizar rituales y ofrendas a los Dioses, a quienes les ofrendaban los productos que se cosechaban en determinadas épocas del año. Y es que en el periodo arcaico, el humo era el hilo conductor hacia los dioses.
Pero como dentro del concepto andino de reciprocidad, las huacas deben ser alimentadas, éstas debían recibir dones por parte de los hombres para –precisamente– otorgar dones a los hombres. Por ello, las huacas requerían de una clase de atenciones rituales que determinaban el cumplimiento de tabúes, ofrendas, sacrificios y ritos.
Al servir como el lugar idóneo para depositar las ofrendas, éstas se convirtieron en la principal manifestación del carácter religioso de las huacas, motivo por que el –tiempo después, incluso en la actualidad – fueron víctimas de saqueo durante los primeros años de la invasión española al Perú (siglo XVI), tanto por su fama de contener tesoros, como por ser el centro de la religiosidad local, como en el caso de Lima.
Las huacas poseían personalidad propia y formaban parte de los monumentos locales de las culturas pre–inca e incaica peruanas junto con las demás divinidades ‘andinas mayores’, tales como Viracocha, Pacha Kamaq o Pariacaca.
Tal como señaláramos líneas arriba, la estrecha relación entre el antiguo hombre peruano y las huacas puede atestiguarse por la gran cantidad de éstas dispersas a lo largo del territorio peruano, como sucede en Lima, las mismas que, en algunos casos, son objeto de veneración.
¿SAGRADO O EMBLEMA?
Aunque por definición una huaca servía para determinar un lugar sagrado, en tiempos precolombinos no existían diferencias entre las autoridades administrativas y religiosas, por lo que el término hacía alusión a todo el patrimonio monumental y arquitectónico de esas épocas, tales como templos, centros administrativos, fortalezas, cementerios, entre otros.
Por otro lado, según el fraile mercedario Martín de Murúa (siglo XVI) el término ‘guaca’ es multivalente, puesto que así como puede significar ‘lugar sagrado’, también puede ser un ‘emblema’ o ‘ídolo’ de una comunidad o dinastía.
Una huaca era una fuerza sobrenatural; estaban ordenadas en el espacio y jerarquizadas, de acuerdo con sus funciones y con el prestigio de aquellos a quienes representaban y de quienes recibían el culto. Además, desde la parte más alta de una huaca se divisaba la marcha de los cuerpos celestes y se anunciaban las estaciones.
LAS HUACAS DE LIMA
Si bien los primeros centros ceremoniales de Lima eran plazas hundidas y no pirámides, posteriormente se empiezan a hacer construcciones adosadas a estas plazas (de dos o tres metros, con escalones concéntricos para que la gente se sentara, como una especie de anfiteatro), lo que posteriormente dio origen a las mismas huacas, que también cumplían funciones médicas, a través del intercambio de hierbas medicinales, experiencias terapéuticas y prácticas chamánicas.
La historia confirma que las huacas más antiguas del país se ubicaron en lo que hoy es la capital del Perú, en lo que antes fueron los Valles Chillón, Rímac y Lurín, donde antiguamente las construcciones civiles no eran tan importantes y prevalecían las edificaciones religiosas, como las huacas, que tuvieron características monumentales.
Y es que en Lima, donde todo parece indicar que hubo asentamientos humanos de 7,000 años de antigüedad, se encuentran conservados los mejores templos del arcaico del Perú. Así tenemos, aparte de Caral y Huaca Rosada, increíbles edificaciones como Garagay y El Paraíso, ambas en el valle Chillón, las que pudieron tener entre 1,000 ó 1,200 años de continuo servicio, en tanto otras fueron abandonadas o desacralizadas.
Mientras que en el valle del Rímac, que abarca casi toda la superficie de la ciudad, hubo más de 260 huacas, de las cuales quedan menos de 20, entre ellas: Maranga, Mateo Salado, Pucllana o Huantille, en Magdalena, donde al parecer estaría ubicado el Oráculo del Rímac, importante deidad del Arcaico, época anterior al formativo que empieza probablemente con unos
Con ello se confirma que los templos más antiguos de América en la costa central del Perú se encuentran en Lima, en los Valles Chillón, Rímac y Lurín, que en la última etapa de la historia precolombina (siglo XII – XIII) tenían pequeños gobernantes que obedecían al Santuario de Pachacamac, sede de los gobiernos de esos tres valles. Además, al ser Lima paso obligado de las peregrinaciones que venían del norte (Ecuador o Colombia por ejemplo) se convirtió en ‘terra franca’, puesto que no había guerras, sino más bien se ejercía una tregua sagrada para que pasaran los peregrinos.
Además de peticiones, presidiendo los rituales, la acción de gracias y el centro de los cultos agrícolas tan ligados a la producción y distribución de alimentos, desde siempre en el Perú las huacas mantendrán casi intacta la creencia de que en las sequías –exclusivamente del norte– estas edificaciones ayudarán en la sobrevivencia. “La huaca siempre da”, reza el dicho norteño. Trabajar para que permanezcan intactas en el tiempo es el reto…