Marco Rivarola, peruanista de nota, nos dice que en el cerro habían enormes cañones, instalados para defender a Lima de la invasión chilena; que sus balas, tan grandes como la imaginación, llegaban hasta el puerto del Callao. Que incluso, alguna de ellas por poco alcanza a los barcos enemigos, anclados en el Mar de Grau. Del cerro me da detalles que solo un investigador apasionado conoce. A modo de ejemplo, que Pedro Pablo Cruz, jefe militar que enfrentó a nuestros atacantes venidos del sur, abrió a punta de dinamita un camino para llevar a la cumbre alta de 410 metros aquellas piezas de artillería que hoy ya no existen.