Este sentimiento anticorrupción deberá canalizarse positivamente con suficiente responsabilidad por la ciudadanía y por los medios de comunicación para que la actual etapa sea vista en el futuro como una lección que pudimos asimilar como nación para que no vuelva a suceder. Para quienes apuestan a beneficiarse con la confianza que les dio el Estado con fines de tráfico de influencias se vean ante la barrera ética que la sociedad y los medios están construyendo.
La democracia como paradigma universal viene dejando atrás la aceptación de gobiernos autoritarios e ilegítimos. La democracia trae por si misma un discurso de respeto por las instituciones, por las personas y por la ley. Sin embargo, aún dentro del marco democrático las instituciones pueden aparecer desprestigiadas y debilitadas.
La democracia tiene que ver con los ciudadanos que la sostienen, le dan contenido y vigencia moral, pero se ve afectada por el desencanto que surge del hambre, la falta de trabajo o de justicia, o de la impunidad que indigna. El Estado de Derecho que es el complemento de la democracia, a partir de constituciones modernas que consagran libertades y derechos humanos básicos y un Poder Judicial independiente para hacerlos respetar, es esencial para impulsar los ideales colectivos.
Pero todo ello queda banalizado cuando la corrupción, contraria a la idea de patria y de valores cívicos, muestra su garra malsana y lesiona la conciencia colectiva para amenazar el paradigma, para instalar la desconfianza y desmoralizar a la sociedad. La corrupción atenta contra el orgullo de pertenecer a un lugar que se ama, de compartir un proyecto común de grandeza y de bienestar para todos.
LA FUNCIÓN PÚBLICA ES SERVICIO
Peor aún es el daño que perpetra la corrupción cuando está vinculada a funcionarios públicos que se benefician de sus puestos y ponen precio a sus influencias. En nada se diferencian dichos malos funcionarios de los mercenarios que delinquen por dinero. Su acción distorsiona la conciencia colectiva al punto de confundir valores y deslegitimar instituciones o peor aún desestabilizar sistemas democráticos que pierden progresivamente la confianza ciudadana.
De ahí a mover el péndulo desde la democracia hacia la dictadura hay un paso que lamentablemente muchos países han dado sin tomar mucha conciencia de la amenaza. Y ella comienza con la irresponsable prédica de la mano dura y de la necesidad de gobiernos fuertes y represivos para amedrentar y castigar mejor la corrupción.
LA REVOLUCIÓN ÉTICA
Las universidades y el sistema educativo son elementos cruciales en la formación de una barrera ética contra la corrupción. Para consolidar aspectos éticos en la formación profesional y en la administración de los recursos. El poder corrupto llega a los claustros y hay mucho por hacer para combatirlo. A comenzar por el respeto a la ley y el no permitir prácticas vedadas en las universidades públicas donde el Estado es el primer obligado a la ética institucionalizada.
La corrupción es letal para el desarrollo. La única posibilidad de lucha efectiva es motivar la unidad ética y activa en torno a valores. La revolución de la ética y de la inteligencia, la guerra a muerte a la corrupción. Un corrupto es un traidor a la patria y como tal debe ser juzgado. Un asesino que por paga y ambición de poder compromete los destinos de millones de personas, condena a la miseria a miles de compatriotas y hace peligrar la existencia misma de la nación.