La inseguridad campea por doquier en nuestras calles. De haber constituido problemas puntuales hace un par de décadas, el robo de celulares y automóviles, los atracos de diverso tipo, el desvalijamiento de domicilios, los secuestros a la carta, el “marcaje” sistemático al ciudadano de a pie, la irrupción violenta en los ómnibus interprovinciales, los abusos sexuales, ganando un sitial en los titulares de los medias, en conjunto se han convertido en una de las principales preocupaciones en nuestra sociedad.
No es para menos. Para el ciudadano de cualquiera de las urbes en nuestra patria le resulta difícil, por no decir en muchas circunstancias imposible, sentirse seguro no solo cuando incursiona en lugares públicos, sino también cuando de sentirse a buen recaudo en el último de los bastiones de seguridad con que cuenta se trata: Nadie puede decir que se siente seguro en nuestras calles, como tampoco, desgraciadamente, entre las paredes de sus hogares. La inseguridad acecha, agobia y estresa hoy al ciudadano.
Una pregunta se impone en estas circunstancias: ¿Cómo la sociedad peruana ha podido llegar a esta triste y dramática situación? Quizá el peor escenario. Uno, en el que los altísimos niveles de inseguridad alcanzados socavan malamente la ya rala confianza que existe entre los peruanos. Erosionando de esa manera el nivel de nuestro capital social y poniendo así en cuestión la existencia de este factor de desarrollo con fundamento humano que se desea para el futuro de nuestra patria.
Pregunta pertinente, pues, más allá de lo que sostengan aquellos que consideran que sin excepción los grandes problemas de la sociedad peruana están sobrediagnosticados, una nueva reflexión en lo que respecta a la inseguridad se requiere. Ya que los niveles que hoy sistemáticamente esta ha alcanzado para desgracia nuestra, hacen que la inseguridad se convierta en un problema cualitativamente diferente al que otrora era, confrontándonos en esta forma a un desafío de naturaleza diferente.
Así, convocar a sectores dinámicos de la sociedad civil, municipios y juntas vecinales, empresariado, medios de comunicación, universidades, fuerza pública, gremios, colegios profesionales, iglesias, entre otros vectores dinámicos de nuestra sociedad, constituye una etapa insoslayable en este proceso. Ya que nada resultaría más pernicioso hoy para nuestro país que privilegiar solo el uso de la fuerza en la solución de este acuciante problema: Cuando este es de naturaleza eminentemente social.
