Ya no falta nada para el 2009. Días, quizás tan solo horas -dependiendo, claro está, de cuando usted lea estas líneas- para que los últimos momentos de este octavo año del aún nuevo milenio pasen a formar parte de la historia. Para cuando llegue ese instante, habrán pasado 365 días que, como siempre sucede en este caso, nos pondrán frente a otros tantos que serán recibidos con gran algarabía y la esperanza de ser cualitativamente mejores a los que se dejan por detrás.
Así, esta vez, en muchos lugares de nuestro planeta, hombres y mujeres de todas las edades estrecharán las distancias que los separan y darán un recibimiento auspicioso al año que se inicia. Durante instantes, como suspendidos en un intervalo iniciático, olvidarán los sinsabores del pasado no lejano y sentirán, con razón o no, que la vida responde a un por qué que permite proyectarse positivamente al futuro. Esa es la regla. Así ha sido y así, parece ser, que continuará siendo.
Nuestra patria no constituye una excepción a la misma. Aquí, nuestros compatriotas querrán olvidar los problemas que los agobian, al igual que los acontecimientos e imágenes cuyos sombríos reflejos podrían proyectar nubarrones grises en el futuro que avizoran. Así, desearán enviar al pasado la triste estela que tras su paso deja la crisis financiera que golpea malamente al mundo desde hace meses, anunciando así una recesión planetaria para el año que recién inicia.
Tratarán de olvidar aquello, así como la continuidad de los conflictos antaño desencadenados allende nuestras fronteras y los remanentes de violencia que perviven en nuestra sociedad, al igual que los niveles de inmoralidad e inseguridad que a pesar de los esfuerzos se resisten en disminuir. En fin… desplegarán esfuerzos por liberarse, aunque sea por breves instantes, de lo todo lo malo que hizo de este 2008 un año que pudo, justificadamente, haber sido mejor.
Al hacer esto, de seguro, no nos equivocamos. Pues, al igual que muchos, estaremos actuando en nombre del derecho a vivir en una sociedad de una calidad humanamente superior. Que estén seguros quienes lleven a cabo este ejercicio de prospectiva humana la noche del 31 de diciembre: Cada uno de nosotros, sin excepción alguna, se ha encarnado para ser feliz y, siéndolo, hacer felices a nuestros semejantes en un mundo más justo, fraterno y por siempre libre.
