Para cuando me presto a iniciar la redacción de estas líneas editoriales, las tropas del ejército israelí ya han iniciado hace muy pocos días, dos o tres a lo más, su retirada de la denominada Franja de Gaza. Por su parte, me entero, el grupo fundamentalista islámico Hamas, que goza de numerosas ramificaciones en los países del Medio Oriente, ha declarado tregua. La lógica de la paz pues parece imponerse una vez más en esta región álgida de nuestro planeta, que durante décadas, por no decir siglos, ha sido el escenario de sangrientos conflictos.
“Sí la paz” pensé, aunque precaria, dado el cese de fuego temporal que ha declarado el grupo Hamas y la movilización permanente de las fuerzas armadas del Estado de Israel. “¡Que importa el tiempo que esta dure”, pensé para mis adentros, “si al menos niños, viejos, mujeres, seres indefensos no seguirán muriendo por ahora”… Me resultaba insoportable saber -más allá de los obuses que injustificadamente enviaba Hamas hacia Israel- que inocentes, por centenas, pagasen el precio de la seguridad del estado judío.
Lo que ha sucedido esta vez no tiene nombre. Lo digo ahora y en voz alta, una vez que este intervalo sangriento ha terminado: Lo sucedido en los territorios donde viven hacinados cientos de miles de palestinos no dice nada bueno de aquellos que han ejecutado esta triste tarea. Lo digo con el cariño que siempre me ha inspirado el pueblo de Israel, por cuyo Estado siempre he exigido, cuando la situación se ha presentado, el reconocimiento irrestricto de su existencia, negando pertinencia a aquellos que sueñan con su desaparición.
¡Nunca acepte eso! Como tampoco nunca he aceptado ni aceptaré que alguien trate siquiera en lo mínimo de negar el precio que con sus vidas pagaron más de 6 millones de judíos durante la segunda conflagración mundial, a mediados del siglo pasado, por el simple hecho de serlo… Por eso, hoy aun menos aceptaré, actos de desmesura que deshonran la majestad de un pueblo milenario como el judío, que un día, dejando atrás su penoso y largo éxodo, declaró en 1948 su independencia, afirmando heroicamente su identidad.
Que en febrero próximo, cuando se lleven a cabo las elecciones legislativas a fin de renovar la representación política en la Asamblea del Pueblo hebreo, la Knéset, se imponga la mesura y este soberbio pueblo elija a los adalides de la ponderación a la hora de consolidar la presencia del pueblo israelí en la región. Una opción que catalice la emergencia de opciones moderadas, que seguro no falta en los territorios palestinos. La paz de esta golpeada región se lo merece: La paz del mundo también.
