Si a la reelección indefinida le sumamos la concentración del poder y la cooptación de las instituciones, entonces la democracia deja de ser tal para convertirse en una pantomima. Sus elecciones son una simulación y sus plebiscitos solo sirven para "legitimar" la permanencia y márgenes de maniobra del caudillo.
El abuso de los mecanismos de la democracia para favorecer regímenes no necesariamente democráticos da pie a farsas. En estas, el pueblo se manifiesta, pero no decide con plena conciencia. Vale un ejemplo. El referéndum en Venezuela, una consulta con nombre propio; tuvo como objetivo validar la propuesta del presidente Hugo Chávez respecto a la reelección presidencial indefinida.
Sustancialmente vulneraba los principios básicos de un régimen republicano (contrario a la monarquía). Formalmente engañaba, pues pregunta a los votantes si van a votar en contra o a favor de la ampliación de los derechos del pueblo, esto es, preguntar al pueblo si está en contra o a favor de sí mismo. La reelección indefinida es, de por sí, un abuso de la posición dominante del presidente Chávez y de la fragilidad de las instituciones, más cuando la oposición venezolana carece de garantías y de peso político.
Quizás el problema nace de la confusión de la comunidad internacional para concebir la democracia. Esta no es soberanía de la masa, es esencialmente soberanía del individuo, vigencia de sus derechos civiles y políticos, independencia de poderes y respeto a la minoría política. Solo esa concepción de democracia puede llevarnos a asumir que no es suficiente con que un gobierno tenga alta aprobación o gane todas las consultas populares para calificarlo como democrático.
Así como Venezuela, Bolivia se enfrenta a sus propios fantasmas autoritarios. Aún sin los alcances del bolivarianismo chavista, el presidente Evo Morales avanza hacia un proceso de demolición de las instituciones. Bajo la misma base del gobernante venezolano, su fundamentación política radica falsamente en la aprobación y consulta popular. Si la mayoría aprueba "está bien". Bajo esa lógica, el nazismo y el fascismo impusieron en Europa el imperio de la barbarie y no de la razón. Un lector avisado de Historia, sabe que muchos de los regímenes de terror ganaron espacios con el aplauso y la boleta electoral multitudinaria.
El poder desmesurado, en un marco de aparente "legitimación" popular conduce a que los gobernantes amenacen a las instituciones democráticas y, cada vez, de una manera más abierta. Tal es el caso de las declaraciones públicas de la Ministra de Justicia, Celima Torrico, conminando a tres de los Ministros del Supremo Tribunal a cesar en sus cargos, en supuesto cumplimiento a las disposiciones de la nueva Constitución.
El panorama es claro, un gobernante se apoya en la multitud para demoler instituciones y, en la línea de darle un toque de legalidad, elabora una Constitución a su medida, una que lo reelige una o varias veces, que le da patente de corso para hacer y deshacer y, finalmente, para derivar en el absolutismo. Se pueden desarrollar procesos sociales de cambio a favor de los más vulnerables, sin transitar por estas vías.
Insisto...Que la comunidad internacional contribuya desde la razón y el espíritu liberal democrático a que tales despropósitos no se consoliden.
Por Eddie Cóndor Chuquiruna
Coordinador del Área de Participación Ciudadana y Buenas Prácticas de la Comisión Andina de Juristas
(*) Las opiniones contenidas en este artículo son de responsabilidad exclusiva del autor y no representan posición institucional de la Comisión Andina de Juristas.