Leo esta mañana en la portada del decano de la prensa peruana, que el Museo Nacional de Irak - seis años después de haber sido saqueado durante el caos originado por el inicio de la ocupación norteamericana- ha reabierto sus puertas. Me entero además, aunque no con poca tristeza, que de las 15 mil piezas que se perdieron, 9 mil no han sido recuperadas y que quizás nunca lo sean. Y de esa manera, parte del patrimonio, no solo de los descendientes de Nabucodonosor, sino también de la humanidad se habrá perdido para siempre.
Como sucede en el caso de muchos sueños, cuando desde las profundidades de nuestro subconsciente las imágenes se precipitan, de pronto me asaltan algunas relacionadas con nuestro país. Y no cualesquiera. Pues, quién sabe por qué tipo de analogía nítida percibo a la de los valores; es decir a la de las cualidades que, permitiéndonos dar valor ético o estético a las cosas, nos permiten evaluarlas como buenas o malas. Y créanme, al igual que en el anterior caso, en este también, por todo lo que se ha perdido, siento mucha pena.
Claro que pena y mucha. Ya que lo que ha perdido nuestra sociedad en términos éticos, potenciando negativamente el dominio de la inmoralidad y la corrupción, la ha convertido en la tierra de la amoralidad. Es decir, una en la que el espacio para los valores en el espíritu de nuestra gente se ha reducido al mínimo socialmente soportable. Pues, tal como podemos ver en la sociedad de nuestros días, solo basta que cierto tiempo transcurra para que unos y otros justifiquen o relativicen el mal que otros terriblemente han infligido a la sociedad.
Otro no puede ser el sentimiento que suscita la crítica situación a nivel ético y moral que golpea malamente la conciencia de nuestra sociedad y amenaza con debilitar irreparablemente los eslabones cohesionadores de nuestro proyecto de vida en comunidad. Ya que en el escenario de relajo ético y moral en el que todos nos encontramos, vemos como desde algunos sectores en nuestro país se intenta presionar a la justicia a fin de que los excesos cometidos desde el poder en la década de los noventa queden impunes.