Cuando este 8 de marzo se celebre por doquier el Día Internacional de la Mujer, tal como sucede desde hace varias décadas, espero que muchos, en nuestra patria y allende nuestras fronteras, aprovechando esta vez la coincidencia con el séptimo día de la semana, hagan un alto en el camino y consagren siquiera unos instantes para pensar y rendir -aunque sea en forma silenciosa- un justo homenaje al mal llamado aún por algunos "sexo débil".
Yo, que no quepa duda, me encontraré entre los homenajeantes. Y pensando, tal como vengo haciendo desde hace varios días a medida que la fecha aproxima, seguro rememoraré experiencias e imágenes relacionadas con las mujeres que han dado y dan sentido a mi existencia. Las de mi esposa y madre de mi hijo, las de la mía, mis hermanas, amigas, en fin… las de todas aquellas mujeres que por diversos motivos en momentos he coincidido, de seguro, aparecerán.
¡Y nítidas! Tal como surgen y surgirán, en los momentos de obligada recordación que se avecinan, las imágenes cotidianas de sacrificio y abnegación de millones de mujeres en nuestra patria que portaron en sus espaldas no solo a su progenitura, sino también al conjunto de nuestro país. Contribuyendo así heroicamente, durante el largo periodo de descalabro que experimentamos, en la tarea de la necesaria recuperación nacional.
Vendrán también a mi memoria las míticas imágenes de aquellas heroínas a quienes el mundo, homenajeándolas con justicia, les debe un presente más justo en lo que concierne a la igualdad de oportunidades entre los sexos. Un mundo en el que el derecho al voto, el acceso libre a la contracepción, su ingreso masivo al mercado de trabajo, hacen de las mujeres los pares de los hombres. Pero uno, sin embargo, en el que queda mucho aún por hacer...