Lo dice claramente Ángel Cabrera Izquierdo, Rector de Thunderbird en Arizona y encargado por Naciones Unidas de la redacción de los Principios de Educación Empresarial Responsable (1). Reconoce que los directivos empresariales han contribuido al desastre perpetuando una visión equivocada y dañina de la empresa. Recuerda las palabras de Obama durante su toma de posesión al señalar "la irresponsabilidad y la avaricia de algunos" como una de las causas de la crisis.
Y también las que pronunció sobre la "arrogancia en Wall Street", calificando de "vergonzoso" que instituciones financieras, que se mantienen a flote gracias a las ayudas del contribuyente, sigan repartiendo miles de millones de dólares entre sus directivos.
No todos los directivos empresariales son perversos, avaros o incompetentes, seguramente la mayoría son responsables, dedicados al servicio a sus clientes, la protección de los intereses de sus accionistas, el pago de sus impuestos y el trato digno de sus empleados. Pero los pocos irresponsables han sido suficientes para tumbar el sistema financiero global y generar un daño económico muy difícil de reparar.
¿ENSEÑAR VALORES O HERRAMIENTAS DE GESTIÓN?
Las escuelas de negocios de Estados Unidos y Europa forman esa altísima clase empresarial globalizada a la que Cabrera plantea el falso dilema entre la responsabilidad de enseñar valores o enseñar herramientas de gestión. "Los valores se adquieren en la infancia a través de la familia, los amigos o la iglesia, y la universidad no es ni el sitio ni el momento para tratar de alterarlos.
Sin embargo el paso por una escuela de negocios tiene un impacto profundo en los valores y las actitudes de los graduados hacia la empresa. Lo que no está claro es si los valores que estamos transmitiendo son los correctos".
La teoría, dice Cabrera, describe a la empresa como un artilugio financiero cuyo fin último es la generación de beneficio económico, y la estrategia empresarial como un juego de mesa donde uno se enfrenta no solo a la competencia, sino también a clientes y proveedores.
El directivo es un agente económico oportunista y egoísta que debe ser controlado mediante incentivos ingeniosos (la zanahoria atada a un palo) que alineen sus intereses personales con los del accionista que han de primar por encima de todo, ya que, se supone, es quien asume la mayor parte del riesgo.
No extraña que algunos consejos de administración establecieran incentivos desproporcionados a sus directivos, ni que estos hicieran lo posible por ganar el premio, incluso tomar decisiones que sabían dañinas para sus clientes y creaban un riesgo público de consecuencias incalculables.
Los accionistas se beneficiaron hasta que se terminó la fiesta. Ahora millones de trabajadores han perdido sus empleos y los contribuyentes se han quedado a barrer los platos rotos soportando una deuda pública de miles de millones de dólares o euros que tardarán décadas en pagar. ¿Alguien aún cree que el accionista asume la mayor parte del riesgo?
La crisis ofrece lecciones para todos. Una nueva generación de académicos desarrolla nuevas teorías y modelos que incorporan visiones más precisas del comportamiento humano, la organización de empresas y el papel de la empresa en la sociedad. Teorías acerca del compromiso o la justicia organizacional, basadas en la confianza, el conocimiento o el capital social.
Al igual que en otras disciplinas profesionales, como la medicina o el derecho, la formación empresarial debe incluir conocimientos y habilidades técnicas específicas y también valores y patrones de conducta que subrayen el beneficio a la sociedad y limiten los daños potenciales.
"JURAMENTO HIPOCRÁTICO EMPRESARIAL"
Cabrera propone que la dirección de empresas adopte su propio código deontológico, un "juramento hipocrático empresarial", que defina derechos y responsabilidades del directivo de cara a la sociedad. Que articule las múltiples formas en las que la empresa crea riqueza para la sociedad (no solo retorno financiero para los inversores, sino también empleo, valor a clientes y proveedores, nuevas tecnologías, etcétera).
Que refleje como responsabilidad central del directivo el equilibrio de los intereses de los diferentes grupos y la aplicación de fórmulas que creen valor de manera simultánea y no exclusiva. El compromiso de no anteponer el interés personal al de la empresa y mucho menos al de la sociedad. Esto implica conocer y respetar las leyes pero también las normas y valores universales en derechos humanos, derechos laborales y el respeto al medioambiente.
De manera específica ese código de conducta deberá establecer la obligación de crear un clima de integridad, transparencia y ética en su organización y de actuar como ejemplo de esos valores. Esto debe incluir la generación de informes contables y de resultados que reflejen fielmente la capacidad de la empresa de crear valor así como los riesgos asumidos por sus inversores, empleados, proveedores y clientes.
Finalmente, el código deberá establecer un compromiso con el aprendizaje continuo y una obligación de buscar opiniones de terceros en áreas en las que no se cuente con los conocimientos necesarios.
Estos esenciales elementos propuestos por Cabrera deberían reflejarse en un juramento de conducta profesional que forme parte de nuestros programas y ceremonias académicas de graduación. No dudamos que un cambio en la mente de nuestros estudiantes sentará las bases de un sistema de mercado más eficaz, más eficiente y más justo.