Toda sociedad, desde las de los albores de la civilización hasta las de nuestro tiempo de globalización omnisciente y rampante, se ha organizado en función de la prosecución de objetivos que obedecen a diversos valores sociales. Es decir, a lo que, en un momento determinado de la historia, pues esto puede cambiar con el paso del tiempo, sus miembros consideran como virtud señera, que debe orientar sus impulsos y, por ende, su marcha hacia un destino común que a nivel macrosocial intuye y desea concretar.
Unas podrían escoger, durante algunos periodos, sacrificar, poco o mucho, de
Para ser sinceros, ninguna sociedad se imbuye, menos se ve impelida, por solo uno de estos valores societales. Más bien, avanzan hacia sus objetivos tomando en cuenta a uno más que a otros, pero nunca soslayando la importancia de los demás. Puede pues escoger así
Fue este el caso de Chile. Entre 1973 y 1990, cuando durante más de tres lustros, en nombre de la preeminencia del mercado, la dictadura inclinó la balanza a favor de la libertad económica ligándola consustancialmente a
Hoy, 20 años después del final de
Nuestro país no se encuentra al margen de este proceso de dimensión planetaria. Casi ocho años después de haber dejado atrás la dictadura y padeciendo aun el efecto de sus secuelas, el Perú en su conjunto -sociedad civil, clase política, grupos empresariales de diversa talla, medios de comunicación, gremios y múltiples actores sociales, sin olvidar a nuestra gran diáspora de emigrantes- actúa social y políticamente con el fin de evitar tendencias autocráticas o totalitarias que se antepongan al necesario equilibrio.
Un deseable equilibrio que le permita a la sociedad peruana concordar con las tendencias que se ponen en vigencia en otras sociedades. Y canalizar así expectativas que emergen desde nuestra base social con el fin de ser, en el mejor sentido del término, contemporáneos de realidades que han logrado resultados óptimos en la solución de problemas económicos y sociales. Sin sacrificar para esto