El legado cultural que recibimos de nuestros ancestros está por doquier. Se halla en nuestra visión andina del mundo, en el conjunto de ideas, creencias y valores que orientan nuestros actos; y lo vemos materializado, al mismo tiempo, en la magistral obra vial, hidráulica, arquitectónica, de creación tecnológica y artística alcanzada.
"El ayer habla al ahora" y nos trasmite las formas eficaces y eficientes de hacer las cosas. En muchos sentidos, es bueno volver a recorrer lo que se ha trajinado, ya que así es cómo se recoge el cúmulo de la experiencia.
El mandato ancestral está en la Ley de la Hermandad, que establece la ayuda mutua como estrategia de sobrevivencia y realización. Es a través de esta ley que los antiguos peruanos consiguieron superar los obstáculos de la agreste geografía andina. El esfuerzo colectivo y la reciprocidad permitieron desarrollar obras que hoy mismo asombran al mundo por su magnitud y excelencia.
A la luz de estos antecedentes, es contradictorio que el Perú contemporáneo no haya encontrado aún el rumbo para salir del subdesarrollo en que se encuentra, simplemente porque actuamos disociados y porque no guardamos el mínimo respeto por los derechos y deberes ciudadanos. Esto es lo que sucede cuando se anteponen los intereses personales por sobre el noble interés de hacer patria.
El mandato ancestral está también en la observancia de la tradición planificadora, conforme a la cual no deberíamos actuar de manera improvisada, sino poniendo mente y corazón en la previsión de las condiciones necesarias para que opere un Estado de servicio.
Hay tareas cuyo sostenimiento compromete, en particular, una planificación de Estado. Entre ellas están la integración territorial y la consolidación de la sociedad de la triple plenitud, que comprende la libertad plena, la justicia plena y el abastecimiento pleno.
Conforme al mandato ancestral, es imperativo que podamos vivir en paz, y que construyamos una nación, donde hombres y mujeres tengan las mismas oportunidades, una nación en la que los niños disfruten de su inocencia y del derecho a crecer sanos y fuertes, con las oportunidades necesarias para desarrollar sus potencialidades.