La hora de la verdad tenía que llegar finalmente para Alberto Fujimori. No en el día que, fuera de nuestras fronteras, renunció vía fax a la Presidencia de la República en noviembre del año 2000. Tampoco, cuando en Santiago de Chile, recién bajado del avión que lo traía de Japón en noviembre de 2005, los brazos de la justicia peruana, mediante la Interpol, lo capturaban para que finalmente sea extraditado hacia la tierra que había dejado voluntariamente. Ni tampoco el día que llegó a nuestra patria, directamente a su prisión de Ate, en septiembre de 2007. Su hora llegó pasado el mediodía del 7 de abril de 2009.
Tras más de cien audiencias orales sucedidas durante los casi 16 largos meses que duró su proceso, lacónicamente, la secretaria de la Sala Penal Especial, una vez leídas las 247 llamadas cuestiones de hecho, dio a conocer también al mundo que Alberto Fujimori Fujimori , de ratificar, claro está, la instancia suprema la condena, tendrá que permanecer en reclusión hasta el décimo día del mes de febrero del año 2032. Pues el ex presidente Alberto Fujimori ha sido condenado por su participación mediata en los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta, catalogados de lesa humanidad, a 25 años de prisión.
Y llegó, irónicamente para él, tan solo dos días después de haberse cumplido el décimo séptimo aniversario del Golpe de Estado que él mismo dirigió la noche del aciago 5 de abril de 1992. Y a tan solo dos días de que el mundo católico entre de lleno a celebrar, desde este jueves, la Semana Santa. Alberto Fujimori pues, evitando dejarnos llevar por cualquier alegría subalterna, podemos decir sin lugar a equivocarnos, hoy porta, guardando las distancias con el madero sagrado estos días que deseamos sagrados, una pesada cruz sobre sus espaldas. Su Gólgota, como alguien dijo por ahí, acaba de comenzar.
Alberto Fujimori, hombre de más de 70 años, ha iniciado, más allá de la naturaleza de las protestas, hasta cierto punto comprensible de sus partidarios, amigos y familiares, un largo, ignominioso y por ende penoso trayecto que quizá en la prisión coincida con su cita inevitable con la trascendencia. Es la hora también del balance de vida para el ex presidente, quien, como hombre de poder que ha sido y aun es, ha conocido pendientes escarpadas, cimas, valles y, ahora bajo el imperio de la justicia que ha hecho trizas su aureola de impunidad, momentos de prueba y dificultad en lo que va de su trajinada existencia.