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SANANDO NUESTRAS QUEMADURAS

Como en todas las ediciones de Gener@cción, nuestro Director Fundador Francisco Huanacune, nos ofrece su artículo editorial.
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SANANDO NUESTRAS QUEMADURAS

Hace casi 18 dieciocho años, en París, un lunes por la mañana, a mediados de octubre de 1991, a pocos días de contraer matrimonio con Sophie, sentí como chorros de agua hirviendo discurrían cual brasas sobre mi espalda. "El dolor te invadió, presa de este gritabas y gemías", me dijo mi madre, quien se encontraba para la ocasión en la Ciudad Luz, pocos días después. Vivas se mantienen aquellas imágenes en mi memoria. Esto sucedió, recuerdo, tan solo cinco minutos antes de que mi futura esposa partiese a su centro de labores. De no haber sido por ella, no pudiendo socorrerme a mí mismo, qué hubiera sido de mí en esos momentos...

 

Al enterarme, tal como seguro muchos de ustedes, hace muy pocas horas de lo acontecido, a la altura del km 156 de la Panamericana Sur en la provincia limeña de Cañete, a los pasajeros del autobús interprovincial que los traía a la ciudad de Lima, las imágenes que someramente describí líneas arriba se precipitaron atropellándose. Sentí, guardando las distancias claro está, conocedor de lo que implica a nivel físico y moral esta terrible prueba, una pena infinita por los 20 pasajeros que han perdido la vida. Solidaridad con sus familiares y mucha preocupación por aquellos que sobreviviendo han sido afectados malamente por las llamas.

 

El día de mi accidente, Sophie, ayudándose como podía por mi madre, entonces presta me socorrió consolándome. Tomó el teléfono y en menos de un cuarto de hora la ayuda profesional llegó. El periodo de mi convalecencia, para felicidad mía y de los míos, no duró mucho tiempo. Ya para el día de la boda, una costra cubría casi la mitad de mi espalda. Para fines de aquel año, más allá de la comezón que era hasta cierto punto inevitable, la única secuela a nivel físico que quedaba era una cicatriz que, aunque grande, con el paso de los meses a lo largo de un periodo de más de tres años, terminó por desaparecer.

 

Al ver las imágenes de los familiares y los heridos producto del terrible percance acaecido hace pocas horas, rememorando lo que me sucedió, pienso en las secuelas que dejan tras su paso fugaz pero mortal las llamas que convirtieron al autobús, tal como dicen quienes se apersonaron al lugar, en una "sala de cremación"... y me preguntó si ya contamos en nuestro país con los medios necesarios para hacer frente ante desgracias de tamaña dimensión. Pregunto, si poco más de siete años después del aterrador incendio del 29 de diciembre de 2001 en el centro de Lima que cobró cerca de 300 vidas, algo se ha avanzado en esta dirección.

 

Prefiero no pensar que a nivel psicológico aun no se cuente con los servicios que se encarguen de auxiliar a quienes lloran por la trágica partida de sus seres queridos y socorrer a los heridos en la difícil etapa de convalecencia. Tampoco de que no se haya avanzado algo en la creación de un Banco de Tejidos de envergadura... De ser así, que es lo que sospecho, no solo el balance aterrador de hoy habría que lamentar, sino también la falta de previsión; al punto de que no hay en el Ministerio de Salud una Unidad de Quemados propiamente dicha...  Yo doy gracias a Dios que en mi momento tuve a Sophie a mi lado y conté con la ayuda profesional necesaria...
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