Si viésemos de lejos a Carmen Cortez, presidenta de la Asociación Perú–Niñez, la podríamos confundir con una universitaria: blue jeans gastados, zapatillas deportivas, un bolso inca cruzado sobre su pecho y su eterna blusa blanca.
Es imposible imaginar que tras su juvenil aspecto y esa aparente fragilidad física, se esconde un catalizador del dolor, una mujer que pareciera ser el caleidoscopio donde se reflejan las distintas formas e intensidades de sufrir que puede padecer el ser humano.
Pretender encasillar a Carmen como una mujer típica, sería una incoherencia, nada en ella es normal. No es común que alguien duerma tres horas al día, no es habitual que nos identifiquemos con el dolor ajeno, no es usual que gastemos nuestro dinero en el beneficio de una persona extraña a quien hemos conocido segundos antes, porque tocó nuestra puerta y clamó ayuda; no es familiar que durante más de 22 años llevemos desayuno a los niños más necesitados de Chincha, El Agustino y Pamplona.
Sin embargo, a pesar de su accionar atípico, Carmen tuvo un sueño, soñaba con ser una gran poeta. "Pensaba convertirme en una gran escritora como Gabriela Mistral, y así cambiar el mundo. Hasta que mi hermana Charito me dijo: despierta mujer no te engañes, en el Perú no leen", recuerda con cierta nostalgia.
UN ÁNGEL NO NACE, SE HACE
Borges decía que era inevitable encontrarse con su destino. Esta frase se convirtió en certeza para Carmen. Su hija mayor tuvo que asistir al colegio de Pamplona. Su niña, era la única que tenia uniforme nuevo, cuadernos impecables, lonchera con alimentos, todos le decían la "pituquita".
Carmen lejos de creerse una pituquita, propuso al director abrir un taller de teatro o de poesía. La respuesta fue cortante: si estos niños son tan pobres y no tienen nada que comer, menos tendrán algo que decir, le dijo el director.
En ese momento tuvo dos alternativas: o cambiar a su hija de colegio o batallar contra la obstinación. Emprendió el camino más difícil. Ante los ojos incrédulos del director, el colegio estrenó aquel año Bodas de Sangre. Fue tanta la asistencia que tuvieron que extender la temporada 15 días más, e incluso se dieron el lujo de cobrar un nuevo sol la entrada al espectáculo. Un precio insignificante si tenemos en cuenta que se contó con la participación del actor Reinaldo Arenas.
EL DOLOR Y EL HAMBRE NO ESPERAN
Después quiso hacer algo diferente, un concurso de narrativa. Carmen les dijo a sus niños: "cuéntenme cosas reales, escriban algo muy personal de su vida. Aquello que solo ustedes saben, esto no tiene que tener nombre, pero si debe ser una historia verdadera".
Aquello que empezó como un juego se convirtió en un vertedero de dolor, una lluvia de testimonios desgarradores, como el de una niña que escribió: "cuando mamá se va al mercado, él cierra la puerta y las cortinas y… luego yo le cuento a mi mamá y ella me pega, y no me cree y me dice que eso no se habla, porque sino ella me va a golpear… ".
Carmen sintió que su mundo se destruía, aquella ilusión de liberar el alma de los niños y formar futuros literatos no sería posible mientras sus cuerpos estén atados al dolor de la injusticia. El relato no fue el único, hubo de todos los matices, los problemas eran de una magnitud indescriptible.
Padres alcohólicos, niños maltratados psicológica, física y emocionalmente, infantes que no tenían nada que comer, inocentes que presenciaban y eran partícipes de actos propios de los adultos. Desde ese momento se dio cuenta que sobre el dolor emocional se impone un cuerpo afligido por el hambre y la enfermedad, que emite únicamente un grito de auxilio.
Aquellas historias calaron en su alma, se armó de valor y presentó una denuncia en la comisaría; muchos de los aludidos terminaron en prisión. Carmen desde entonces lleva una frase tatuada en su alma: el dolor y el hambre no esperan.
El ÁNGEL DE PAMPLONA
Es difícil reconocer quiénes son los hijos biológicos de Carmen, pues todos los niños le dicen mamá, los adultos la llaman mamá Carmen y los medios de comunicación la han bautizado como el ángel de Pamplona.
Esta mujer acostumbrada a caminar entre la pobreza y el dolor, un día tuvo que padecerlo en carne propia. Hace siete años le diagnosticaron 11 hernias en la columna, debido a un envejecimiento prematuro de las vértebras. El veredicto de los galenos fue terrible: no volverás a caminar nunca más.
Los mismos profesionales que hace más de 40 años habían dicho que su madre moriría dentro de poco y sin embargo ahora festeja 89 años. Aquellos especialistas de la salud que hace tres años sentenciaron con tres meses de vida a su hermana Charito, quien está ganando la batalla a la temible muerte. Estos médicos ahora le decían que no caminaría.
En ese momento Carmen desconcertada, como último deseo pidió irse a vivir al cerro llamado "La alborada". Su esposo le dijo: "tú estás loca mujer, cómo te vas a ir, si ese lugar no tiene agua, luz, es en un cerro donde no hay carretera, y tú no puedes caminar".
La respuesta de Carmen fue simple, pero decidida: "si tú me amas llévame por favor", recuerda. "Aunque no crean, en ese lugar me trataron como una reina, todos los días recibía cinco o seis platos de comida, venían señoras a lavarme la ropa, a limpiar mi cuarto. Ellas me decían: tanto nos has ayudado que ahora nos toca a nosotros", comenta Carmen mientras se esfuerza para que los recuerdos no le quiebren la voz y le humedezcan los ojos.
Mis familiares pensaban que yo estaba en otro país, incluso decían que me habían amputado las piernas. Después de tres meses regresé a mi casa caminando, los médicos se sorprendieron, no lo podían creer, me preguntaron ¿qué has hecho, cómo has podido caminar? Yo simplemente respondí, vengo de un lugar llamado amor. Desde entonces les llevo desayuno todos los fines de semana en señal de agradecimiento por lo que hicieron por mí".
SACRIFICIO CON MUCHAS RECOMPENSAS
Han pasado 22 años desde que la Asociacion Perú-Niñez atendiera su primer caso, han transcurrido más de dos décadas luchando contra enfermedades terminales, abandono, hambre, injusticia, desamparo. Ha atendido los casos más impensables, como bebés con cirrosis, niños con quemaduras extremas, infantes con VIH, personas abusadas sexualmente, mujeres con cáncer terminal, y una infinidad de manifestaciones de dolor.
Carmen continúa recibiendo todos los días en la casa de su suegra a personas que claman por su ayuda. Son más de 150 medallas de reconocimiento y cerca de dos centenares de diplomas de felicitaciones lo que la han hecho acreedora del título de ángel de Pamplona o la madre Teresa de los cerros, como suelen decirle.