El pasado fin de semana se desenmascaró un hecho terrible. La opinión pública en general ha sido desgarrada al verse confrontada brutalmente con una realidad con la que desgraciadamente convivimos todos cotidianamente, la pedofilia. Gracias al valeroso testimonio de uno -esperemos no muchos- de los afectados, hoy se sabe que quien era -hace alrededor de dos décadas- director del colegio privado Mártir José Olaya, situado en el limeño distrito de Miraflores, habría violado sistemáticamente a niños de temprana edad.
En el programa dominical Punto Final, transmitido por el canal de televisión Frecuencia Latina, la víctima, Fabián Echevarría, quien bordea los treinta años, añadiendo astucia al coraje que se requiere para admitir públicamente una verdad de este calibre, desenmascaró al cínico pederasta, quien haciendo uso y abuso, en ese entonces, de su posición de director de este centro de estudios, prisionero de sus bajos instintos y pasiones, lo dañó no solo física sino también psicológica y espiritualmente -esperemos que no- de manera irreversible.
Con legítima justicia, desde la esfera de las células básicas de la sociedad que son las familias, que expresan al unísono solidaridad con la valerosa víctima, voces e incluso gritos dejan sentir la cólera e indignación y, por qué no decirlo, incluso temor por lo que pueda acontecer con nuestros hijos y niños en general. De todo esto aquí hacemos eco y tomamos partido preguntándonos: ¿Cuántos casos como el de Fabián, pensamos también con indignación, se mantienen ocultos bajo la maleza del perjudicial silencio en torno a estos lamentables hechos?
Cuántos... En verdad, para ser sinceros, solicitando comprensión a quienes exigen la verdad a todo precio, el número de los desgraciadamente afectados, siquiera en forma aproximada, quizás nunca se llegue a conocer. El sentimiento de culpa y el temor que hacen presa de las víctimas en la mayoría de las situaciones, al igual que la vergüenza que comparten con ellas en muchos casos los entornos familiares, sin olvidar -por utilizar un eufemismo- algunos intereses institucionales, atentan contra ello. Y, por ende, contra toda medida orientada a combatir este flagelo social.