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A VICTOR RAUL HAYA DE LA TORRE

Como en todas las ediciones de Gener@cción, nuestro Director Fundador Francisco Huanacune, nos ofrece su artículo editorial.
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A VICTOR RAUL HAYA DE LA TORRE

Millones, por doquier en nuestra patria y a través del mundo, recordarán este primer domingo del octavo mes del año, al peruano universal que en la madrugada del 2 de agosto de 1979, a la edad de 84 años, después de soportar una larga y penosa enfermedad, dejó finalmente de existir. Han pasado tres décadas desde que Víctor Raúl Haya de la Torre, nacido en la ciudad de Trujillo el 22 de febrero de 1895, pasó -tal como señaló en uno de discursos uno de lo más brillantes de sus coetáneos, Manuel "El Cachorro" Seoane- a ser "polvo en viaje a las estrellas".


Treinta largos años habrán transcurrido desde que este trujillano, que marcó -durante poco más de seis décadas del último siglo- con su excepcional dinámica el devenir de nuestra vida política nacional, nos dejó para ir a dar y descansar como dice la magnifica piedra -colocada en la cabecera de su tumba del cementerio de Miraflores- "allí donde yace la luz". Ahí, donde descansan sin duda alguna los grandes como él en nuestra patria, quienes, descollando y elevándose sobre sus pares que son -somos- sus compatriotas, con su mensaje y acción ejemplar nos señalan el horizonte hacia donde avanzar.


Tres décadas habrán discurrido hasta este primer domingo de agosto, desde que este gran político peruano -miembro conspicuo de la Generación del Centenario, fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, APRA, a quien se le privó en su momento de la libertad y obligó a exiliarse no solo fuera sino también dentro de su misma patria en el recinto de la Embajada de Colombia por el hecho de querer llevar al campo de la acción sus tesis en pro de la justicia social- nos dejó con su partida el gran vacío que sólo los grandes pueden dejar a la hora de su obligado encuentro con la trascendencia.


Hoy, treinta años después de su partida, acaecida tan sólo tres semanas después que firmase, casi exánime, legándonos un digno ejemplo de lo que era su acción, el 12 de julio de 1979, la entonces nueva Carta Magna que sería ignominiosamente suplantada en 1993 luego del autogolpe perpetrado por Alberto Fujimori en abril del año anterior, podemos decir que mucha falta hace la figura ejemplar de este prohombre que como Presidente de la Asamblea Constituyente sólo recibió como retribución por el alto servicio que prestaba a su patria nada más que un simbólico Sol de la época.


Corresponde este domingo, la oportunidad se presta, máxime ahora que se habla de soportar con entereza los embates de la crisis internacional y de fortalecer sobre todo la institucionalidad del país, de hacer un alto en el camino y, rindiendo merecido homenaje a la entrañable memoria de este buen hijo de la patria por antonomasia, referirnos a un mensaje y ejemplo que necesitamos hoy con ahínco replicar si lo que deseamos es recentrar éticamente a una sociedad que sabe, más allá del marasmo ético en el que se encuentra sumida, que lo sustantivo de su lucha  se encuentra en este campo.
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