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MENTES CORRUPTAS

Atake Cívico
Todos, sin excepción, hemos saboreado el agridulce sabor de la corrupción. En nuestra sociedad este mal tiene muchos más tentáculos que la temible influenza o la gripe A que se expande por el mundo.
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MENTES CORRUPTAS

Su monstruoso crecimiento ha logrado unir a sus exponentes en mafias de largo alcance. Es una verdadera pandemia, sabe esconderse con astucia, y se ampara en una sagrada escritura estampada como su prólogo: "Hecha la ley, hecha la trampa". En consecuencia, nuestra vida cotidiana siempre te introduce en un espacio manchado por esta tinta que malea el desarrollo y quiebra la moral.

 

No me pueden mentir curiosos lectores, que quizá alguna vez ustedes también han tenido que corromper a alguien para salir del apuro, o simplemente, para ganar tiempo y cumplir el objetivo inmediato. Por ejemplo, han tenido que lidiar con un miembro de Policía Nacional del Perú (PNP), y de arranque, habrán pensado que unos cuantos soles en su bolsillo verde petróleo puede ayudar a que realice mejor su labor: mentes corruptas.

 

Hace poco un buen amigo fue golpeado sorpresivamente por un drogadicto del barrio. A pesar de mi desconfianza hacia la PNP, lo convencí para que denunciara el hecho. Cuando salió de la comisaría su confusión se acentuó mucho más porque los suboficiales empezaron con la siguiente expresión: "Ponte diez 'luquitas' para la gasolina".

 

Todo magullado, sangrando, y presto a tener seis puntos como parche en la frente, el amigo tuvo que pagar para que los efectivos notifiquen al agresor. Y las peticiones continuaron pero prefiero parar aquí. Solamente les pido que atendamos esta situación para dialogar un poco sobre el Nuevo Código de Tránsito que ahora se impone en la noticia.

 

Manos en el timón y en primera me parece una decisión acertada por parte del gobierno central. Una urgencia. El problema radica en su aplicación, y justamente, los uniformados a menudo tienen que aplicar una norma que, si miramos a nuestro alrededor, se vuelve un pandemonio por la cantidad descomunal de faltas que cometen básicamente, los choferes de combis, buses, taxis y las inefables mototaxis.

 

Y si la comunicación del transporte con el usuario es nula, la concurrencia entre policía y chofer es conflictiva o cómica. Es curioso, pero los extremos funcionan perfectamente en este análisis. El criterio siempre debe primar pero no hay criterio que valga ante el salvajismo de lo que vemos en las pistas del Perú. Disculpen, pero la situación es para la vergüenza y la irritación.

 

Un botón de muestra: "dame diez lucas", una expresión habitual que escuchamos cuando el cobrador baja y le dice al chofer que ha sido intervenido por un policía; es tal la complicidad que muchas veces los propios pasajeros le dicen al chofer que proceda a una coima para seguir el camino sin dificultad. Transgrediendo la ley. Y el silencio también ingresa en la culpabilidad. Esa es la literatura oral en una unidad de transporte: la denominada cultura combi.

 

En ese sentido, los reclamos de uno y otro lado carecen de credibilidad y solo le dan sustento a que, en este punto, el gobierno central y los consumidores -con algunos reparos- tengan la razón. Los primeros, por inculcar el imperio de la ley en nuestra sociedad y respetar el derecho a la vida, y obviamente, los segundos, que sufren cada día los abusos y atropellos de los transportistas, quienes, en su mayoría, tienen una burda noción del rol que cumplen para el progreso del país.

 

¿Se ha preguntado por qué no ve turistas extranjeros en las combis ni buses de transporte público? Es que en sus libros guías de la ciudad se les advierte y subraya que es una opción muy peligrosa.

 

Recuerdo la campaña por el uso del cinturón de seguridad. Desde el Estado y con apoyo sustancial de la prensa, hace menos de 10 años que todos suben a un vehículo y utilizan este mecanismo de protección. Los propios choferes te lo exigen cuando se te olvida. El resultado salta a la vista cuando los bomberos llegan para salvar vidas.

 

Y me acuerdo que el rechazo también fue duro porque aquí es parte del folclor nacional defender lo indefendible, por eso, el refrán popular suena: "Solo en el Perú pueden pasar estas cosas". Somos testigos que el mismo camino se viene desplegando para vencer la prepotencia del transporte público, el machismo pueril de las combis y el peligro latente de las mototaxis.

 

Creo que, así como se sanciona al conductor, también debe haber una campaña mediática para develar la coima policial, e incluso, descubrir peatones y pasajeros que promueven acciones similares. Estoy convencido que si el Nuevo Código de Tránsito se aplica con rigidez racional brindará resultados satisfactorios para el progreso y sobre todo, para sentir el regocijo de viajar con destino a tu centro de labores.

 

Pienso ahora en las instituciones públicas. He laborado alguna vez en una de ellas, y la verdad, suele suceder que no existen armas cuando la corrupción se convirtió en mafia. Allí hay que luchar contra todo un aparato legal que protege la corrupción. Les vuelvo a contar un detalle.

 

Cierta vez, trabajaba como contratado en una universidad pública y mi labor dependía de un empleado administrativo que se la pasaba chateando todo el bendito día. Hablé con el jefe y me dijo que eso lo sabía desde hace más de ocho años que laboraba al lado del mencionado. El problema era que no podía hacer nada: los memoránduns nunca funcionaron, las llamadas de atención menos, además era un empleado estable, sobrino del líder del sindicato, amigo del vicerrector académico y del rector.

 

Ganaba muy bien este susodicho por chatear en vez de ayudarme con el diseño gráfico y la difusión. Las malas lenguas decían que compartía su sueldo. Solo quedaba la resignación y mucho sudor para cumplir con mi trabajo.

 

Ubiquen este mismo ejemplo en la madeja de la política; piensen en contratos, empresas, licitaciones, lobbies, carrera electoral, puestos de trabajo, el poder del sexo como arribismo laboral, el Congreso y el Palacio de Justicia. Ahora infieran  cuanto influirá en la idiosincrasia de los ciudadanos.

 

La semilla de la corrupción empieza desde el momento en que empezamos a dejar de reclamar lo más mínimo por aparentar vanidad y suficiencia. Cuando dejamos de pedir los centavos o céntimos porque eso es "ocurrencia de tacaños", de miserables; cuando dejamos pasar la coima, porque no afecta mi objetivo inmediato y en casa todo marcha bien; cuando nos callamos para no "meternos en problemas".

 

Al cierre de este artículo escucho que un general en situación de retiro propone que las fuerzas del orden deberían depender políticamente de las Fuerzas Armadas sin perder su autonomía. Una buena idea que podría empezar a debatirse para buscar una solución efectiva y revolucionar la imagen que nuestros policías tienen solo por vestir el uniforme de su profesión.
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