El voto de confianza obtenido la tarde del lunes 10 de agosto en el recinto del Congreso de la República por el denominado "Gabinete Sipán", presidido por el congresista lambayecano Javier Velásquez Quesquén, genera desconcierto y, por ende, preocupación. Esto, más allá de que tan solo 14 congresistas del total que participó en la votación esa tarde expresaron disconformidad y rechazo con la presentación que por imperativo constitucional tuvo que hacer el presidente del Consejo de Ministros sobre la política general de lo que será su gestión.
Y no solo eso, también controversia. Y mucha. Pues, todos aquellos que directa e indirectamente presenciaron el desarrollo de aquellos acontecimientos, pudieron percibir que muchos de los congresistas que concedieron al final su voto de apoyo al equipo ministerial, habían expresado ante los medios de comunicación, poco antes de la votación durante el intervalo de tiempo comprendido entre la culminación del mensaje y esta, estar abiertamente en desacuerdo... Y minutos después de dar su voto de apoyo a la confianza, repetir el plato y hacer lo mismo.
Ante esta situación, resulta pertinente -adjetivos que pueda ameritar el contenido del mensaje de Javier Velásquez Quesquén aparte- interrogarse sobre la naturaleza de estos hechos. Ya que si bien es cierto que toda persona tiene derecho a cambiar de opinión cuando le parezca y, por ende, plazca, en el caso específico de la opinión de nuestros Padres de la Patria, lo mínimo que exige la ciudadanía es coherencia a la hora que se expresen las mismas. Sobre todo, cuando estas determinan el contexto en el que evoluciona un acto tan importante como es un voto de confianza al gabinete.
¿Serán acaso los congresistas conscientes del daño que, haciéndole al Congreso de la República, le ocasionan a la democracia y, en consecuencia, inevitablemente al futuro de nuestra patria? ¿Serán tan obtusos?... Al punto de no darse cuenta que el debilitamiento del principal Poder del Estado que es el Parlamento se debe, entre múltiples causas, principalmente al hecho que la ciudadanía ve que nuestros mal venidos parlamentarios defienden sus propios intereses y no velan, cuando corresponde hacerlo, por el interés general del país.